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Entramos a dormir en un antiguo priorato. ¿Y eso qué es? pregunta alguno. Vale. Ahí va. El priorato era una casa de monjes –o monjas– más pequeña que un monasterio o un convento. Los frailes solían disponer de una iglesia y gestionaban tierras de alrededor. Son lugares con un cierto aire misterioso en todos sus rincones. Esta historia comenzó el día que Icíar (de Bilbao) miró a través del ojo de la cerradura del Priorato de Villacibio, un pueblito al norte de Palencia, entre Aguilar de Campoo y Herrera de Pisuerga, muy cerca de Reinosa. Un lugar donde se dice adiós u hola a las faldas de los Picos de Europa y a la meseta castellana.
Después de rastrear durante meses lugares de alrededor de Bilbao "que no estuvieran a más de una hora y media o dos, descubrí el patio interior, los muros de piedra y adobe, todo en ruinas", recuerda Icíar, la dueña de la 'Posada El Priorato del Val'. Esa mezcla de olor a humo y pueblo al atardecer, cuando los días se acortan, o a hierba segada en verano, te entra en la piel antes de cruzar la puerta.
Ya desde la entrada, es fácil imaginar la nieve cayendo, con una chimenea encendida y un buen té tras una jornada de caminata. "Este año no ha nevado casi, pero hace dos o tres años estuvimos unos días aislados". Y eso pese a que están prácticamente al pie de la autovía, en el desvío a Mave. Durante el invierno, en Villacibio, Icíar vive con otros seis habitantes más.
Cuatro confortables orejeros flanquean el recibidor-salón, al que se accede después de atravesar el patio y la puerta de cristal, con una pila de agua bendita que quizá date de 1607, la fecha que reza en el dintel de la entrada principal. La piedra, la madera y el cristal son una mezcla habitual en la restauración y, aunque a veces se ha abusado, Icíar ha logrado mantener el equilibrio. La calidez en la luz –el tragaluz que ilumina la escalera la tiene tamizada– los rincones con butacas, mantas y velas –sí, velas, pero bien distribuidas– invitan a la charla o al recogimiento.
"Decidí que aquí quería montar la posada y aquí estamos. Ha sido duro", explica la propietaria, aunque insiste en reconocer que su presencia es más bien casual, porque la gestión corresponde a su hija Maider y a su yerno. "Los tres juntos, durante seis años, hemos restaurado este lugar con mimo y amor". Lo cuenta mirándose las manos, las mismas que mezclaron el barro y la paja para hacer los adobes que se aprecian en la segunda planta, decorada con recuerdos de sus viajes –Asia está muy presente– y toques que evocan cuentos de hadas, como la increíble rueca que adorna uno de los rincones más hermosos.
En su otra vida, Icíar ha sido una maestra de las manos, ya fuera en las exposiciones de pintura o en su labor como decoradora. La crisis la obligó a reinventarse y así terminó en Villacibio aquella mañana, buscando un lugar donde asentarse, donde arrancar de nuevo. Tras la restauración, llevan cinco abiertos como posada-hotel, y han creado uno de esos sitios en donde te puedes sentir en el interior de una casa inglesa, en el corazón de la campiña francesa o en las puertas de la Toscana.
Solo que estás en el norte de Palencia, entre la magia de los ríos que corren aún con las nieves de los Picos de Europa, a kilómetros andando de las joyas del románico palentino que puedes empezar a trillarte desde Aguilar de Campoo, y en el corazón de la ruta de los eremitas, los ermitaños del siglo VIII o IX.
"Sí, ya os decía que la visión del patio fue total para decidir que esta casa sería mía. Pero no fue tan fácil, el día de antes había estado vendida. Me costó un disgusto". Icíar cuenta la aventura en el desayuno, mientras pone el café y la leche en una mesa vestida primorosamente y repleta de bollos calientes, pan y tostadas también calientes de cereales, integrales o blanco; yogures y fruta. Abandona la charla para salir al patio y abrir el caño de la pequeña alberca, que tiene el tamaño perfecto incluso para darse una sumergida, aunque sea de broma.
Por la noche, en las habitaciones solo se han escuchado los grillos y a ratos el viento del norte. O el crujir de las maderas viejas de las vigas del techo y de las paredes, que te llevan a pensar en los espíritus de los jesuitas que vivieron en el lugar. Todas las habitaciones –las siete– están decoradas de forma diferente. En lila y gris una, en burdeos y sillón barroco otras; papeles pintados en los baños, armarios y chaise longue o jacuzzi en alguna otra. Hay para todos los gustos, pero ni una con aire "a lo ikea" o madera de pino miel.
Quizá el sosiego que transmite el lugar se deba también al aire de la dueña, aficionada al Tai Chi y la cultura zen. "A partir de enero ofrecemos cursos de Tai Chi y retiros programados durante el año", explica Maider, que corrobora la información de su madre sobre el excelente masaje japonés que ofrecen o la ceremonia del té. ¡En el norte de Palencia, Japón y ceremonia del té! Un exotismo, un contraste que puede resultar un incentivo más para el lugar. "Hasta hace poco, ofrecíamos cenas o comidas por encargo, pero ahora los sustituimos por el picoteo informal frente a la chimenea, y la verdad que es otra forma de fomentar la charla", añade Maider.
Al otro lado del comedor, un patio interior con poyato, fuente, parras y tumbona resguardada bajo lo que fue el corredor del priorato de los jesuitas. "Esa fue la parte que más nos costó restaurar y por donde empezamos. Estaba derruida, ni siquiera los últimos monjes y la gente que habitó aquí se atrevieron a entrar", recuerda Icíar. "El Priorato del Val es una hotel integrado en el Patrimonio de Cultura", concluye.
Comprobado que no es fácil encontrar lugares donde refugiarse y mantener la sensación de bienestar y sosiego tras un día de visitas al románico que siembra todo el norte de Palencia y Burgos –o una ruta por los Picos, el Cañón de la Horadada, Las Tuerces o patearse el Canal de Castilla– es imposible no sentir una gota de agradecimiento a la gente capaz de crear atmósferas con aura.
POSADA PRIORATO DE VAL – Calle Iglesia, 8. Villacibio, Palencia. Tel. 979 06 39 11.
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