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Mireia se crio entre estas paredes de piedra. Uno se la imagina correteando por los pasillos de la casa de los abuelos maternos, subiendo y bajando a trompicones las escaleras de madera, leyendo algún cuento bajo las sábanas de la cama, jugando con su hermana en el antiguo ultramarinos, detenido en el tiempo, a ser dependienta solícita y clienta habitual, o al abrigo del fuego de la cocina donde la abuela María preparaba el almuerzo en compañía de alguna vecina con la que comentar el devenir del mundo. 'Casa Leonardo' fue -y sigue siendo- el hogar familiar y, durante más de seis décadas, hospedería, café y tienda en el pequeño pueblo de Senterada, al norte de la comarca leridana del Pallars Jussá y donde se empiezan a dibujar los Pirineos.
“La casa la fundó, como hospedería y tienda ultramarinos, mi abuelo Leonardo Vidal en 1913 junto a su cuñado José Gallart, ambos del pueblo de Gerri de la Sal. A principios del siglo XX, la zona del Vall Fosca vivió una efervescencia laboral con la construcción de las centrales hidroeléctricas situadas en la cabecera del río Flamisell, que atrajo a importantes colonias de trabajadores y sus familias. Más que ‘oscura’ -que es lo que significa fosca- debería ser rebautizado como Valle de Luz”, apunta entre sonrisas Mireia Font i Vidal. Pronto se quedó con las riendas de ambos negocios Leonardo, junto a su mujer María Rollán, que fue la encargada de continuar hasta que se jubiló en 1977. “Como mi madre, yo también nací aquí, aunque viví poco tiempo el ajetreo de los huéspedes entrando y saliendo pues, con apenas dos años, se cerraron las puertas de la tienda y el hostal. Mi madre Maria Ángels era maestra y yo me fui a Barcelona a estudiar Arqueología”.
Pero a finales de 2001, este hotel rural de ocho habitaciones, con espíritu etnográfico, retornó a sus orígenes de la mano de la nieta. Volvió el ajetreo de las maletas en la recepción, de los paisanos y trabajadores tomando el desayuno o la ronda de ratafía en el bar. Regresaron los turistas, “atraídos sobre todo por la desconexión en la naturaleza que ofrece este entorno”, a compartir cena en el acogedor comedor o al calor de la lumbre de la cocina, bajo los bodegones de frutas, perdices y langostas, mientras los pequeños de la casa hacen los deberes o Jesús, el marido de Mireia, les ilustra con historias sobre el arte románico que atesora este rincón de Lleida.
“Hicimos una importante reforma de la casa para volverla a acondicionar como casa rural moderna”, explica la propietaria. Los suelos de cerámica y las vigas de madera vista siguen presentes en las habitaciones del primer piso, donde ya no hay un único baño comunitario, sino que cada habitación cuenta con el suyo bien equipado. Ahí siguen presentes, ya como elementos decorativos, la jarra y palangana de peltre donde antiguamente se aseaban los huéspedes, así como la vela y la palmatoria de cerámica valenciana en la mesilla de noche. Para dormir, el eterno arrullo del río de Sarroca, que discurre caudaloso en época de deshielo junto al edificio de granito y que en verano es toda una tentación para darse un refrescante chapuzón.
Cada poro de esta casa rural transpira un ambiente hogareño. Dice Mireia que “aquí, hace cien años que las paredes oyen y, si abrís los oídos, escucharéis las historias que esconden”. Y no solo las paredes, pues cada rincón del hotel es un viaje en el tiempo, un espacio donde se han rescatado del recuerdo objetos de otros tiempos. En la cocina se conservan vajillas, hornillos, soperas, latas metálicas donde se guardaba el caldo en cubitos o las galletas Birba. También han recuperado la estufa de hierro forjado de la abuela, que la hija reubicó en su lugar original. En los aseos, pastillas de jabón, perfumes de señora o set de afeitar vintage; y en el salón social o el rellano de las escaleras, estanterías dedicadas al mundo de la farmacia, el trabajo de los pastores o los juegos con los que se divertía la familia al completo.
En donde sí parece que se ha detenido el reloj es en el antiguo ultramarinos, “que ya solo utilizamos como almacén para el bar y el hostal, pues no nos da la vida para mantenerla como tienda”, reconoce Mireia. Ahí permanece el mostrador modernista donde despachaban, los cajones de madera donde se guardaban los productos a granel, molinillos de café y pimienta, las antiguas balanzas Berkel, botellas cubiertas por el polvo o productos con las etiquetas envejecidas.
“En el pueblo apenas vivimos medio centenar de vecinos durante todo el año”, indica Maria Àngels, que sigue echando una mano a la hija entre los fogones. En verano, “llegamos a multiplicarnos hasta los 700”. Y es que este espacio de naturaleza a los pies de los Pirineos atrae a excursionistas, “muchos extranjeros”, que vienen a practicar el senderismo y el turismo regenerativo -el hotel cuenta con varias iniciativas de sostenibilidad y conciencia medioambiental-. Estamos en un territorio de payeses dedicados a la agricultura de secano y el ganado. “Aquí es difícil encontrarte con una tienda de souvenirs, más bien puedes visitar alguna zapatería y charcutería centenaria que aún está abierta”.
“La gastronomía pallaresa hunde sus raíces en la tradición y la tradición se fundamenta en los productos de la tierra”, defiende Mireia. Por eso, los desayunos, comidas y cenas que ofrecen en 'Casa Leonardo' a los huéspedes tienen, además de ese carácter casero de toda la vida, el sello inconfundible de las comarcas del Pallars. En el comedor principal, presidido por un piano y un aparador desde donde sigue oteando que todo funcione correctamente el retrato de la abuela María, es donde se sientan los huéspedes para disfrutar del menú diario. “Algunas veces, nos acompañan en la mesa amplia de la cocina, junto a la lumbre que encendemos en invierno. Algún que otro negocio importante se ha cerrado con el calorcito”, desvela con media sonrisa la madre Mª Àngels.
La familia cuenta con huerto propio, y gestiona el comunitario del pueblo. Trabajan en ecológico, sin apenas arar, aunque a Jesús le gustaría volver a darle a la azada “que era mi ejercicio diario”. De ahí salen las lechugas, cebollas y tomates para las ensaladas o la calabaza con la que nos preparan una crema para la cena. Trabajan con los embutidos de Ca d’Antema -carnicería con ganado propio en La Plana de Mont-ros, con más de 200 años de historia- o Casa Sunyer en Xolís, donde adquieren la autóctona girella -elaborado con arroz, corazón y pulmón de cordero-, el jabalí para el civet, un estofado de origen medieval, o los gossets, embutido de aprovechamiento con los restos de la matanza del cerdo.
Otro elemento muy presente en el recetario pallarés son los quesos, como el untuoso de tupí, “que se prepara con los restos de quesos que han quedado viejos y aguardiente que se va removiendo y fermentando dentro de un tupina (olla de barro)”. Ideal para untar en el pan payés, junto al paté casero o el alioli de membrillo. De los montes cercanos suelen traer en temporada setas, como las carreretes (senderuelas) para elaborar tortillas, así como manojos de timonets (tomillo) con los que recientemente elaboró en las cocinas de 'Casa Leonardo' una sopa muy tradicional y curativa la vecina Angeleta Farré “y que se viralizó de tal manera en redes sociales que nos la piden tanto los clientes que nos vamos a quedar sin tomillo en el Pirineo”, confiesa entre risas Mireia a una amiga que ha venido a echar la tarde a este hotel que sigue respirando ese inconfundible espíritu de casa de huéspedes.
CASA LEONARDO – C. La Bedoga, 2. Senterada (Lleida). Tel: 973 661 787
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