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Conducir sin prisas por la comarcal GI-554, flanqueada por plataneros a su paso por el pueblo de Orfes, y abandonar súbitamente la carretera, antes de que acabe una curva, para tomar la pista de tierra que lleva al 'Hotel Masia La Palma', es saborear el Empordà más inédito. El que, lejos de la Costa Brava, no huele a sal, sino a leña, y donde las olas, si es que se forman, es sobre los campos de trigo o cebada cuando sopla el viento.
Una zona mucho menos transitada que la primera línea de mar, donde lugares como Sant Martí d’Empúries, Pals o Begur se han ganado una merecida fama que absorbe a los visitantes. En el Empordà del interior se respira paz y, sobre todo, paisaje. A menudo se le compara con la Toscana y lo cierto es que todo en él invita a il dolce far niente: disfrutar del reposo, la buena mesa y explorar una naturaleza que, en sus llanuras, se deja conocer en paseos que no requieren salvar grandes desniveles.
En este entorno se alza el hotel 'Masia La Palma', en un edificio restaurada de 1830. Libros y pinturas de artistas locales protagonizan los espacios comunes y música jazz suena en el hall, donde se puede hacer tiempo ojeando revistas sentado en un chester de cuero negro. Forman parte de la decoración máquinas de coser Singer restauradas y convertidas en mesitas, alfombras de yute y muebles macizos.
"Nuestros clientes vienen a relajarse, a desconectar y a disfrutar de la gastronomía", explica Anna Munnilla, al frente de este establecimiento familiar. Después de una primera etapa como casa de colonias, hace ocho años La Palma se transformó en un hotel gastronómico, con una pequeña zona de spa. "Nos dimos cuenta de que la gente iba a hoteles muy chulos donde no había comido bien o a restaurantes maravillosos con alojamientos que no estaban a la altura", reflexiona.
Las habitaciones del primer piso, con vistas a los campos que las rodean, tienen una cuidada decoración rústica y llevan nombres de árboles como almez, roble y encina. El que fue el granero de la 'Masía' hace más de 190 años se ha dividido en otras tres habitaciones más amplias, bautizadas como fresno, hijo y romaní: conservan en el techo las antiguas vigas de madera y sacan partido de la luminosidad del ambiente con una decoración en tonos crema. Las estancias de mayor calidad están frente a la piscina, al nivel del suelo, y tienen un pequeño jardín privado con sofás en los que leer o tomar el sol.
"Hemos pasado de casa de colonias a convertirnos en un hotel rural al que vienen sobre todo parejas pero ha sido un proceso natural, en ningún momento hemos dicho no queremos niños", reflexiona Anna Munilla: "Sí es verdad que la tendencia es más bien de escapada romántica, de padres que dejan a los niños con los abuelos un fin de semana y vienen a descansar".
El hotel 'Masia La Palma' combina el encanto de un alojamiento rural con un restaurante interesante, 'Sa Poma', que regentan su madre, Tona Llovera, con Pep Munilla, su hermano. Su propuesta es una cocina catalana elaborada con productos de proximidad con toques mallorquines. "Mi padre es del Empordà, pero mi madre y mi abuela son mallorquinas", cuenta Tona Llovera. "Pasé muchas horas en la cocina con mi abuela y mi cocina se nutre de esos recuerdos: el uso de la sobrasada para cocinar, por ejemplo en pescados; el aliño con mucho limón a carnes como el cordero, el gusto por las verduras, el perejil, el ajo, las acelgas, las espinacas…", enumera.
La huella de Ses Illes es evidente en platos típicos como el conejo con cebolla; o la lubina a la mallorquina, sobre la que disponen una delicada combinación de sobrasada y verduras, en el punto justo para que armonice en el paladar. Pero sobrevuela toda la carta en forma de una cierta liviandad y gusto por los vegetales y los aderezos cítricos.
Por lo demás, la oferta gastronómica se fundamenta en productos de calidad, que proceden de los alrededores en su mayoría. Huevos de Pla de l’Estany; entrecot, cordero y hamburguesas con carnes de Girona; verduras de agricultores locales; lácteos de Esponella; aceites de Mas Auró. Buena materia prima y delicadeza en el emplatado, en especial de los entrantes.
El pulpo de Llançà se dispone troceado sobre un parmentier de patata, aderezado con pimentón que redondea el gusto a feira. O virutas de foie esparcidas con generosidad sobre un pan de pasas, con algunos granos de granada que aportan vistosidad al plato. Una filosofía que se mantiene en el desayuno, que ofrece unos embutidos, memorables croissants, y huevos fritos, revueltos o duros bajo demanda.
Comida y cena se sirven en el restaurante principal, en una sala abovedada entre muros de piedra presidida por una chimenea, que en este tiempo suele estar encendida y templa y aromatiza la sala. Aunque la carta presenta algunas variaciones en función de la temporada, Tona Llovera confiesa que "hay platos que no puedes quitar porque los clientes te los reclaman si vuelven y no los encuentran". Pone como ejemplo los canelones del abuelo Josep, con carne rustida y una generosa capa de bechamel recubierta de crujiente queso fundido, que suelen pedir los clientes habituales.
El restaurante redondea la oferta de alojamiento y lo convierte en una entidad independiente, en la línea de los veïnats que salpican el campo del Empordà: personas que vivían en torno a un elemento aglutinador como una masía o una capilla. "Nosotros estamos aquí desde 1997, mi abuelo era de Orfes y mis padres subían de Barcelona los fines de semana, al final decidimos comprar la masía y restaurarla, a día de hoy formamos parte de la red Pequeños Grandes Hoteles de Cataluña, que agrupa a establecimientos con personalidad, como el nuestro, y el de hotel gastronómico", expone Anna Munilla.
Desde hace unos nueve años la familia Munilla empezó a materializar el hotel tal y como está planteado ahora, añadiendo como último elemento el spa, que está situado en un edificio acristalado independiente en el jardín y cuenta con un jacuzzi, una sauna, ducha y tumbonas. "Hemos encontrado un triángulo entre gastronomía, alojamiento y relax que funciona muy bien", resume Anna Munilla.
Lugares como el 'Hotel Masia la Palma' están pensados para aparcar el coche y olvidarse de él hasta que acabe el fin de semana. Aunque es posible visitar las cercanas Banyoles o Besalú, o incluso escaparse a la Costa Brava, lo ideal es disfrutar del confort del alojamiento y del entorno sin grandes desplazamientos. En tiempo de primavera, es frecuentado por amantes de la BTT, que entrenan por los caminos cercanos. También se presta al senderismo, por rutas que llevan por ejemplo al pueblo de Villert, con la iglesia carolingia de Santa María o el castillo medieval de las Angladas. El excursionista atraviesa campos, bosques y, de vez en cuando, alguna ermita abandonada recubierta de hiedra de las que salpican el camino. Para estas ocasiones, en el hotel se preparan pícnics bajo demanda.
Otra excursión asumible es ir andando al vecino pueblo de Orfes. Y, para que el nivel gastronómico no decaiga, disfrutar de la estupenda cocina de 'La Barretina', una fonda emplazada en una masía del siglo XVIII, situada en la plaza mayor de este minúsculo pueblo. Platos exquisitos a un módico precio, como el pastel de cebolla con confitura de cebolla o el picantón con trompetas de la muerte, que se sirve muy caliente, con una salsa que tienta a no parar de mojar pan. De nuevo cocina del Empordà para quitarse el sombrero o en este caso la barretina, en la que el foie, el magret de pato y otros platos de influencia francesa conviven con unos antológicos canelones o el pollo de payés al horno con ciruelas, piñones y orejones.
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