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Atravesar el portón del 'Hotel Sabina' es entrar en un oasis donde los árboles y el césped bien cuidado dan la bienvenida presumiendo de frescor. La Sierra de Gredos despliega sus encantos al fondo mientras en el jardín se desatan los sonidos del campo. Es un día de verano y las chicharras están a tope alejando de la cabeza la proximidad de una localidad que no queda tan lejos. Aquí se entiende por qué Raúl, el propietario junto a su hermana y su cuñado, decidió un día abandonar Madrid y regresar a su tierra.
“Me cansé de dar vueltas en la ciudad y por el mundo, no me ubicaba y quería regresar a una vida más tranquila”, cuenta Raúl sentando en el salón principal en uno de los enormes sofás que dan alegría a la estancia. Coincidió que su hermana, que vivía entonces en Salamanca, también quería volver y que sus padres aceptaron ceder la casa. Abrieron el verano de 2018.
Los altos techos del salón proporcionan una maravillosa sensación de amplitud y la madera con la que están hechos, junto a las escaleras, resulta acogedora incluso en los días de verano. Todo el trabajo realizado en madera en la casa ha sido hecho por el padre de Raúl y Raquel, carpintero de toda la vida. La carpintería está en la finca familiar, al igual, que las viviendas del resto de la familia. Cada uno con su espacio, pero todos con su hogar en este terreno. “Esta mesa -y señala la auxiliar que destaca delante de la chimenea- la hizo mi abuelo con noventa y picos años. También era carpintero”, sonríe orgulloso sumando méritos familiares al hotel.
Durante la pandemia, el negocio que se había abierto hacía menos de un año y medio sufrió un bajón que luego remontaron alquilando la casa completa a familias. La gente huyó del covid refugiándose en el campo con sus familiares y el concepto de las vacaciones cambió durante dos años completos. Ahora Raúl sigue aplicando esa política y muchas familias alquilan la vivienda íntegra para disfrutar de unos días de descanso en el campo. Con un extra maravilloso: si lo solicitas, sirven el desayuno todos las mañanas.
Y no hablamos de cualquier cosa. Los desayunos en esta casa se merecen un punto y a parte. Servidos en una galería con vistas a la parte del jardín donde está la piscina y con la sierra casi a alcance de la mano, la bollería artesanal y el pan del pueblo, el queso de cabra de la zona o su fiambre y su jamón saben a gloria bendita. Si encima lo aliñas con un chorrito de aceite de oliva hecho por la cooperativa de Arenas de San Pedro a donde Raúl y su familia llevan las aceitunas de sus olivos para este fin, arrancas el día con ganas de recorrerte todo Gredos.
Las habitaciones son amplias con baños acorde a estos espacios. Pero, aunque uno puede ser feliz aislándose en sus aposentos, el premio gordo está en las zonas comunes, que le hacen sentir a uno como si estuviera en casa (o, al menos, en esa que siempre soñó con tener en el campo). Un salón para leer en las largas noches de invierno, con su chimenea, sofás y sillones orejeros perfectos para un buen libro (la casa dispone de una variada biblioteca). Si es verano, la piscina, con sus hamacas en el jardín, alivia las fuertes temperaturas estivales si uno decide pasar el día aquí. Porque aunque la zona tiene piscinas naturales maravillosas, en el hotel es otra historia.
Junto a esos detalles que hacen de este alojamiento un lugar diferente, Raúl destaca la barbacoa, que para los grupos que se hospedan aquí es un lujo de otro nivel. “Hablamos con un herrero de la zona y le pedimos que nos hiciera una tipo argentina. ¡A la gente le encanta!”, asegura el dueño mostrando el espacio que se ha habilitado para este fin. Por la noche, queda iluminada con luces led y destaca en el jardín como si estuviera envuelta por luciérnagas. En pleno verano, las barbacoas están prohibidas en Gredos aunque sea en un propiedad privada, pero Raúl lo soluciona con una plancha y el ambiente con la mesa y los bancos sigue siendo estupendo para las largas noches estivales.
Una cocina preciosa en la parte baja de la casa (de la decoración y los ambientadores, que son una maravilla, se ha ocupado Raquel) está habilitada con todo lo necesario para los huéspedes. Con su salida al jardín, cuenta además con productos de la tierra -vinos, quesos, etc.- para consumir aquí por si uno prefiere comer o cenar algún día tan a gustito en la casa.
Para los niños, Raúl se guarda un as en la manga que los deja boquiabiertos. Especialmente a aquellos que vienen de la ciudad. “Tenemos un rebaño de ocho ovejas y una yegua. Yo mismo me llevo a los niños y nos vamos a ver a los animales y les echamos algo de comer. Les encanta”. Bien lo sabe Raúl que puede presumir de tener en tan poco tiempo clientes habituales. La amabilidad y hospitalidad de su dueño enganchan. Gredos, que enamora, hace el resto.
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