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La casa de labranza que fue este alojamiento se construyó hace un siglo. Poco queda, más allá de la estructura, de la antigua vivienda que estaba rodeada de almendros. "La estructura está intacta. Dos de las habitaciones actuales eran las habitaciones de los labradores; otra habitación era el antiguo lavadero; la casa señorial está ocupado ahora por el comedor y tres habitaciones más", cuenta Mila Simó, una de las propietarias, y cara visible del negocio, que vive en el segundo piso, lo que hace 100 años estaba destinado a secadero de almendras.
El jardín mantiene esa esencia de terreno de árboles frutales, al que se han sumado unas vistas espectaculares del Parque Natural del Montgó y una piscina rodeada de hamacas. En una esquina, se encuentra el bar para cuando la sed llama. Muchas de las habitaciones dan a este espacio, concebido para tumbarse y pasar absolutamente de todo, (incluso del acompañante, si se quiere).
Cuando Mila conoció a la antigua dueña de la finca, una señora mayor a la que ayudaba incluso a transportar la compra, ni pensaba que podría hacer realidad aquí su sueño. Con la ayuda de un socio capitalista y de su hermana, terminó montando el alojamiento que en un principio contaba con seis suites, cada una con un estilo propio, aunque en todas prima la sencillez y la elegancia. "Luego nos dimos cuenta de que necesitábamos más habitaciones porque tenemos mucho jardín, que requiere mucho mantenimiento y mucho gasto. Al final, decidimos hacerlas en un módulo que teníamos preparado para posibles eventos", explica la propietaria sentada al atardecer en el inmenso jardín.
La hermana de Mila, Blanca, es la responsable de la decoración, que suma grandes y pequeños detalles de los viajes que realizaron las dos. Sorprende la cantidad de rincones perfectos para hacerse un selfie, como las dos sillas de madera y metal, azules, que tanto recuerdan –sin serlo– a las ubicadas en la Casa del Campesino de César Manrique en Lanzarote; o esas puertas azules del salón principal, a las de Santorini. No faltan las tradicionales buganvillas rosas adornando el conjunto como aparecen en las mejores postales de las islas griegas. Paseando o descansando aquí, es como si automáticamente se activara el interruptor en la cabeza de "vacaciones modo on".
Desde el primer momento, se percibe que esto de la hostelería no le viene de nuevas a Mila, que ya tuvo un restaurante, trabajó en una empresa de ocio y pasó una temporada en Ibiza. En esto de la atención al público, sabe lo que hace. Se anticipa a las necesidades de los clientes con pasos experimentados y acertados. Cuando abrieron, hace ahora dos años, pensó en un concepto que permitiera la entrada a todos: desde familias de todo tipo y condición hasta mascotas. "Luego el público y el espacio han ido demandando otra cosa y hemos terminado por hacerlo only adults, porque las parejas quieren tranquilidad y el jardín está pensado para eso", subraya sin darle muchas vueltas a un concepto que funciona cada vez más en todas partes. "Ojo, que yo tengo hijos, y no tengo nada en contra de los niños", se ríe. Pero es cierto, que al anochecer, especialmente, el espacio pide a gritos silencio.
Dentro de la cantidad de detalles que hacen especial este lugar, se dan otras pequeñeces que marcan la diferencia. Las habitaciones –bastante amplias, aunque las del jardín son un poco más chiquititas–, disponen de esas duchas con alcachofas grandes que hacen soñar con las cataratas del Niágara. Un lujo, que suele pasar desapercibido, y que se agradece después de un día de sol y arena. Pero, quizás lo más significativo –al menos para la que escribe–, es la fragancia que desprende la ropa de cama y las toallas. Un perfume floral inesperado y que te hace sentir como en casa en una fracción de segundo.
En otro intento por devolverte siempre al verano, el mimbre o el yute ocupan un lugar privilegiado en adornos, alfombras o cestería. A su lado, destacan los colores de los tajines traídos de Marruecos. En el salón principal, los tonos africanos asaltan desde dos cuadros que llaman la atención sin saturar el espacio diáfano. Todo rodeado de una luz cambiante con el paso de las horas, gracias a los blancos de los suelos y las paredes.
Durante las mañanas, en el patio pegado a las zonas comunes, un desayuno completo espera al que quiera empezar bien el día. "Servimos entre productos de la tierra y cosas naturales. Zumo de temporada, como el de naranja y zanahoria con jengibre, en invierno. Los bizcochos los suelo elaborar yo con harinas de espelta, con panela, que sean más saludables, no tan pesados", afirma Mila, aunque reconoce, al mismo tiempo, que al final se pone "un poquito de lo convencional también: queso, cruasanes, jamón… Hay que tener un poco para atender los gustos de todo el mundo".
Tranquilidad. Podría decirse que la tranquilidad es el alma de 'Soho Suites Denia'. Y, sin embargo, hay mucho más. Rodeado de urbanizaciones, una vez que traspasas sus puertas es un viaje directo al paraíso, ese lejano con el que uno sueña mientras trabaja a lo largo del año. "Te da la sensación de relax, de paz, de un sitio para leerte un buen libro, para desconectar, para estar en armonía con tu pareja", afirma Mila cuando le preguntan sobre las sensaciones que transmiten sus clientes. Sí, es exactamente eso: una puerta al reposo y la serenidad.