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Si hay objetos o materiales que encierran, o a los que se les ha asignado toda una ideología, el terciopelo podría representar la filosofía de esta Grand House, ya que está presente en todas sus estancias, en una tonalidad variadísima e inusual. Terciopelo azul, como el de la obra de David Lynch, quien sin duda se sentiría aquí como en una de sus películas, donde no faltan los decorados retro. Terciopelo color oro viejo, que remite a las antiguas butacas o sillas palaciegas. Terciopelo verde oscuro, que parece pedir a gritos la silueta de una mujer pelirroja, con la piel muy blanca. Terciopelo rojo, de cortina de teatro, pensado para adornar la puerta a la fantasía. Un tejido grueso, antiguo, de clase alta, con un cierto aire decadente, sexy y que nunca pierde su entusiasmo, gracias al color. Creo que la esencia de 'Can Bordoy' podría encajar en esta descripción, sin olvidar ese conjunto de pequeñas-grandes características que lo han hecho valedor de innumerables premios.
El pasado año, y a pesar de contar con poco tiempo de vida (nació en diciembre de 2018), formó parte de la prestigiosa 2019 Hot List de Condé Nast Traveler, con los 82 mejores hoteles del mundo. El establecimiento palmesano y 'Little Beach House', en Garraf (Barcelona), fueron las dos únicas representaciones patrias. Pero este excelente establecimiento, a dos pasos de la catedral, se ha hecho también con otros galardones, como Inside Awards 2019, al mejor hotel del año, en el World Architecture Festival, celebrado en Amsterdam; el Travel Top 50 Awards 2019, en la categoría de love shack, de la revista National Geographic o el Silver Prize del World Interior News Awards 2019, a la hospitalidad.
El gustar a todos es algo a lo que está acostumbrado este 5 estrellas Gran lujo, con 24 suites, ubicado en una antigua casa burguesa, que posee el jardín privado más grande del centro de la capital balear. Entonces, las casas se construían a la medida del hombre y el espacio exterior era tan importante como el baño. El edificio, del siglo XVI, pasó a ser luego un colegio de niños. Todavía hay clientes que vienen a recordar cuando correteaban por el patio en sus días escolares. Una característica de este lugar es que su dueño, un sueco que vive en Portugal y que no procede del mundo hotelero sino del de los negocios, ha intentado por todos los medios que el cliente se sienta como en casa; ya que él conoce bien lo que es peregrinar de hotel en hotel, tras un día de trabajo, para llegar a una estancia más o menos lujosa pero insulsa y desprovista de espíritu.
Pero si hay algo que tiene 'Can Bordoy' es espíritu. El de una antigua casa mallorquina, con sus típicas persianas, patios, galerías y todo ese teatro de sombras que el sol produce en las estancias cuando intenta entrar sin ser invitado. Hay también algo del alma de esos pequeños palacetes que pueden encontrarse en La Habana, testigos de tiempos mejores, que parecen querer contar historias en cada desconchado de sus paredes.
De hecho, las habitaciones de 'Can Bordoy' cuentan con imperfecciones en muros y techos, hechas a propósito. Un concepto similar a la técnica japonesa conocida como kintsukuroi, que consiste en reparar objetos rotos rellenando sus grietas con oro o plata. En lugar de ocultar los defectos, éstos se acentúan y se celebran, ya que son la prueba de la imperfección y la fragilidad de las cosas, pero también de la resiliencia, la capacidad para sobrevivir, recuperarse y hacerse más fuerte. "Nada dura, nada está completo, nada es perfecto", que dice la filosofía Wabi-Sabi.
Junto a esta imperfección celebrada, las habitaciones cuentan con piezas exquisitas de mobiliario. Algunas proceden de anticuarios de todo el mundo: alfombras turcas del siglo XIX, piezas art decó; muebles de estilo retro, fabricados en Portugal; cristales que simulan aquellos de las casas antiguas, que producían formas redondeadas, y que han sido elaborados con vidrio soplado, de forma artesanal, en una fábrica gallega.
La decoración, firmada por el estudio mallorquín Ohlab, es una magistral combinación de diferentes elementos, algunos aparentemente contrarios: cortinas teatrales de terciopelo, que rodean la gran cama; bañeras en plena habitación; espejos viejos, casi opacos, que esconden la pantalla de televisión; camas de dos por dos, en las que la dureza del colchón y la inclinación se regula, independientemente, para uno u otro lado y una tecnología puntera que se controla desde una tablet.
La domótica aquí es tranquila y reconfortante, y tiene más que ver con lucecitas en el suelo que se encienden cuando uno se levanta para ir al baño de noche, que con la media hora de rigor que hay que gastarse en algunos hoteles para intentar hacerse con los mandos y apagar todas las luces antes de ir a dormir.
La pandemia del coronavirus ha derivado en que en las suites se eliminen, al máximo, las superficies de contacto, sin reducir el bienestar. En un hotel de estas características es difícil que se produzcan aglomeraciones y la distancia de seguridad está más que asegurada. La limpieza de las habitaciones con ozono es algo que se hacía ya antes de la existencia del coronavirus. Lo que, desgraciadamente, ha eliminado la covid, de momento, son las fiestas temáticas que tenían lugar en su jardín (del Gran Gatsby o de los años 50); ya que una de las premisas del dueño de 'Can Bordoy' es que los clientes se mezclen con los locales por obra y gracia de la diversión.
La recepción es un elemento del pasado en los hoteles que presumen de calidad. Aquí, a la llegada, los huéspedes son recibidos por la lady of the house, Klementyna, que previamente ya ha contactado con ellos para interesarse por sus gustos y cualquier cosa que precisasen a su llegada. No existe un horario para el desayuno, que puede tomarse en la habitación o en el jardín. Así como tampoco para las comidas. La cocina está abierta las 24 horas para paliar ataques de hambre producidos por los extraños horarios de los vuelos o las muchas horas en los aeropuertos.
Hablando de comida, el restaurante del hotel, 'Botànic' (abierto al público), capitaneado por el chef mallorquín Andrés Benítez, ha ido modificando sus propuestas hasta optar por una comida sencilla, sin demasiadas complacencias y con muy buen producto, a ser posible de Km 0. "Queremos hacer una cocina honesta y, últimamente, apostamos por platos menos extravagantes, porque los aventureros gastronómicos escasean".
"El precio fijo del menú degustación (45 €) –que se sirve a la cena– deja más tranquilos a los que se acercan al restaurante, porque saben que no se encontrarán sorpresas a la hora de pagar", cuenta Benítez, quien recomienda, para una primera incursión en 'Botànic', "un cordero mallorquín con chutney de albaricoque de Porreres y mole de algarroba, o un pescado de lonja con sofrito de verano y ñoquis de calabaza".
Durante el día existe una carta con platos más saludables y los domingos está su célebre brunch (35 €) en el jardín. Este oasis de palmeras, jacarandas, olivos y naranjos también está abierto a cualquiera que quiera tomarse un cóctel preparado por Risdel, el barman, un cubano de Cárdenas. Él pediría, ahora en verano, "un Gin-Fizz con limón fresco y clara de huevo o un Bellini de albaricoque". En la preparación de las bebidas se cambia el azúcar por ágape, sirope de dátil u otros sustitutos; excepto en el mojito. Aquí Risdel se pone serio y, fiel a la fórmula patria, no admite sucedáneos, "el auténtico mojito de Cuba se hace con azúcar blanco".
Otra de las joyas de esta Grand House es su ático, que cuenta con una lengua de agua donde poder remojarse y tumbonas para tomar el sol. Pero lo mejor aquí son las vistas al skyline de Palma con la catedral, el castillo de Bellver, La Almudaina o el puerto. Y ya, más cerca, los tejados y las partes traseras de las casas que son como el inconsciente de los edificios, revelando infinidad de datos, sueños, traumas, pecados o secretos.
El spa del hotel es otro de sus lujos. De pequeñas dimensiones y privado (jamás se comparte), es perfecto para tiempos de covid. El ítem estrella es la ducha horizontal de Dornbracht, que permite tumbarse y dar la bienvenida al agua, que cae con diferentes presiones y temperaturas en cada zona del cuerpo. Otra ducha, esta vez vertical, proporciona diferentes sensaciones, ligadas a entornos naturales, como de cascada o de lluvia. Pero uno puede relajarse también en el baño turco o en el jacuzzi para dos.
Existe una carta de tratamientos que cuentan con marcas como Gaia Natural Products, una firma mallorquina que elabora una línea de cosmética y cuidado de la piel, totalmente ecológica, elaborada con productos locales. Además, 'Can Bordoy' es el único spa europeo de la prestigiosa marca Swiss Perfection, que promete milagros al mismo nivel que el de sus precios. Hay un acceso directo que conecta el spa con el jardín, donde también hay un jacuzzi y una pequeña piscina climatizada.
Por si todo esto no fuera suficientemente tentador, 'Can Bordoy' ha ideado paquetes de experiencias que incluyen visitar Mallorca conduciendo un coche antiguo (un VW Beetle Cabriolet) o, si se prefiere hacerlo por mar, hay también un viaje de medio día en el Cris Craft Boat para dos personas, con lunch incluido. Los no huéspedes pueden también pasar un día en este microcosmos de paz, confort y buen gusto y tomar un lunch o brunch en el jardín, visitar el spa y, si quieren, disponer de una habitación.
Uno de los elementos comunes de la grande hôtelleri europea es la existencia de un perro, cuyo carácter coincide con el del establecimiento. La mascota de 'Can Bordoy' se llama Mr. B. y es un galgo afgano que deambula por el establecimiento haciendo de anfitrión, a humanos y canes; ya que estos últimos no solo son bienvenidos sino que cuentan con sus propios servicios: paseos por la ciudad, carta de comidas y hasta peluquería.
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