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Llega el calor y las buganvillas se hacen dueñas de 'Can Domo'. El color fucsia de estas bellas plantas trepadoras pintan los blancos muros encalados de esta antigua finca payesa del siglo XVIII, convertida hoy en un mágico alojamiento de agroturismo. El aroma de sus flores se mezcla con el que desprenden jazmines, gauras e hibiscos; mientras el viento mueve los plumeros que marcan el camino de entrada, convirtiendo el paseo por este "paraíso blanco" en toda una experiencia para los sentidos, incluso antes de cruzar la puerta de sus estancias.
Situado en Cala Llonga -Santa Eulària des Riu- y rodeado de 15 hectáreas de pinos y olivos -muchos de ellos centenarios-, 'Can Domo' es un oasis de calma que alcanza el hedonismo. Aquí las voces de los huéspedes no superan al canto de los pájaros, y se agradece que en algunos momentos se pierda la cobertura del móvil. Es un edén para hacer yoga, meditación o simplemente desconectar. Porque aquí las prisas sobran. "Es puro Ibiza, el Ibiza auténtico que cuesta tanto encontrar ahora", cuenta Álvaro Sasiambarrena, uno de los socios que se encuentra tras el proyecto junto a Pablo Casado y Bernardo Godino, los mismos que dirigen 'Can Tres Formentera'.
Cada una de sus 12 habitaciones son una razón más para querer quedarse a vivir en este vergel de bosque mediterráneo, cuyo entorno natural compone una idílica postal para dejarte ensimismado mientras degustas el café caliente de por la mañana o despides el día con una copa de buen vino. Cada momento tiene su magia, siendo el atardecer uno de los más especiales. No hay playa a la vista, pero no se echa de menos. La caída del sol sobre los olivos y el cielo cambiando de tonalidad es todo un espectáculo que puede observarse desde cualquiera de sus recovecos.
Cada detalle está extremadamente cuidado, siempre respetando la esencia más pura de la isla. Te puedes encontrar desde un pequeño olivo en el baño a un antiguo comedero de caballos reconvertido en macetero o unas estanterías hechas con los viejos escalones de la casa. "El diseño de las habitaciones es obra de la interiorista Virginia Nieto, que en todo momento ha buscado mantener la esencia de la casa payesa realzando matices como el grueso de los muros -de metro y medio-, las vigas de sabina o las pequeñas ventanas", cuenta Álvaro, que destaca como pilar fundamental el trabajo realizado por artesanos españoles.
De esta forma, las tejas que forman las lámparas del restaurante al aire libre son de una pareja de ceramistas de Albacete; las cortinas de las habitaciones, a juego con los cojines y diseñadas por Virginia, han sido realizadas en un taller de Extremadura con la técnica de las faldas tradicionales de Zaragoza; o los lavabos de terrazo con forma de maceta, han sido fabricados y pulidos uno a uno en el mismo 'Can Domo'.
Llaman la atención las grandes lámparas que cuelgan sobre las camas, las delicadas piezas de cristal y barro o los cuadros con pelo de oveja y otras fibras naturales que adornan muchos de los cabeceros. Colores neutros donde la madera, la piedra y el verde oliva combinan con el mimbre, la cuerda y el yute, materiales que aportan al espacio frescura y naturalidad. Sólo en los textiles, la interiorista se ha permitido estampados y colores llamativos.
Con un lujo discreto y elegante, cada estancia mantiene algo de ese recuerdo a lo que era en su origen: la 107 era el antiguo granero de la casa; la 104, la cocina, que conserva una bonita chimenea y cuenta con alberca privada; la 102 el despacho; o la 103, un antiguo dormitorio. "Luego están las antiguas corralas -"tipo cuevas"- donde vivían los animales, construidas a un nivel inferior aprovechando la orografía del terreno y cuyas paredes están hechas de tierra y piedra", explica Carla Faure, directora del hotel.
Estas tres coquetas habitaciones retan a la oscuridad con la luz natural que se cuela por los tragaluces y cuya temperatura en relación al exterior baja varios grados. Con sus espaciosos baños y bañeras redondas son las preferidas para el verano. Otras, mantienen las antiguas puertas de madera, las baldosas y azulejos, y hasta las manchas de un antigua vida que da más valor si cabe al suelo que pisamos. Suelos de microcemento y techos que en algunas estancias alcanzan los cuatro metros de altura.
Las terrazas privadas son una gozada. Cuentan con su propia zona de chill out, sus hamacas y hasta su ducha, además de unas vistas dominantes sobre el valle. Una de las más especiales es la Suite Can Domo, que presume de una bañera exterior para darte un baño en la terraza con unas panorámicas estupendas.
La piscina principal, de agua salada, playa de arena y bar auto-service, es la mejor excusa para ocupar el tiempo de la siesta en biquini o bañador. Eso si no estás disfrutando de un masaje en el Domo -uno de los cuatro que existen en toda la isla-, una fresquera del siglo XVIII que antiguamente se utilizaba como refugio o almacén para el grano, y que da nombre al alojamiento. "Es la joya de la corona", apunta Carla, siempre sonriente. Dentro, la temperatura es más fresca que el exterior, y su cúpula de piedra te hace volar a otro mundo entre masajes y momentos de meditación. Al lado, otra alberca arropada por el bosque promete máxima privacidad.
Apuesta firme por la buena gastronomía
Si hay algo que redondea la experiencia en 'Can Domo' eso es la gastronomía. Su firme apuesta por la buena cocina les ha llevado a estrenar la nueva temporada con el fichaje de los jóvenes manchegos Javier Sanz y Juan Sahuquillo, de 'Cañitas Maite' (1 Sol Guía Repsol) que, además de idear la carta, han enviado parte de su equipo de Casas Ibáñez (Albacete) a este nuevo proyecto.
Todo está en sus manos: desde el desayuno, que en verano se sirve en el "chiringuito" y donde triunfan sus panes artesanos, el aceite ecológico de elaboración propia, los zumos naturales, las mermeladas caseras, y su gran hit, la tortilla de patata; a la comida del mediodía, con una carta corta pero sugerente; o la cena, donde los cocineros se lucen con un menú más sofisticado. "El concepto de la comida es más informal y relajado, mientras que la cena es más elaborada y tiene mayor técnica", cuenta Javier, que cada semana se turna con Juan para volar a la isla y ayudar a Álvaro Ortiz que, tras trabajar cuatro años junto a Dabiz Muñoz ('DiverXo') ahora comanda la cocina.
Una croqueta de campeonato inaugura la carta de comidas, la que ganó el Premio a la Mejor Croqueta del Mundo 2021 en Madrid Fusión. Su secreto está en la leche, nata y mantequilla fresca de oveja que utilizan -de ‘Calaveruela’-, y que sirven sobre una cama de palomitas de tocino deshidratado y frito y una lámina de papada (o coppa) de jamón Joselito.
El Lobster Roll o la hamburguesa de buey madurado son dos de los preferidos por los niños. La primera destaca por su brioche tostado de mantequilla relleno de coleslaw del huerto de 'Can Domo' y las pinzas de bogavante tocadas a la brasa bajo una salsa picante de chipotle y marusas; la segunda por su carne madurada, su queso artesano, la papada ibérica y la yema de huevo payés.
Los arroces ya son otra liga. "Ahora mismo tenemos cinco en carta, pero en verano pueden aumentar. Cada uno con su propio caldo y su propio producto". Como el de verduras a la brasa con bimi, tirabeque, alcachofa -confitadas y fritas después- y coliflor en crudo -que parece parmesano rallado-, "un arroz de Molino Roca cocinado en un fondo de verduras caramelizadas que recogemos del huerto ecológico y que le da ese tono tostadito".
Luego está el arroz de gamba blanca -o roja de Denia, según la temporada-, alcachofas de Lodosa (La Rioja) y papada ibérica, un plato al que antes de meter la cuchara, hay que estrujar las cabezas de las gambas para que su intenso jugo bañe el arroz de fina capa; o el de costilla de Joselito, cuyo caldo, de gran concentración, se hace con costillas a la brasa. "Respetamos y lucimos el producto con estos arroces", comenta Javier. De postre, una tarta de queso de cabra artesano de Es Cabretes cubierta generosamente de queso manchego de oveja rallado para aportarle la potencia que tanto le gusta al chef.
Con la noche llega la excusa perfecta para devorar el entorno a manos de los manchegos, que traen el mejor producto a la isla para adaptarlo al lugar en el que se encuentran: desde jarretes de gallo payés, a paletillas de cordero ibicenco con berenjena o carabineros madurados en sobrasada de porc negre. "Platos muy vegetales, con carnes locales y buenos pescados", detallan con la ilusión de un prometedor verano ibicenco.