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Olvídense por un momento de los rankings de las mejores playas que, en Formentera, situarán en los primeros puestos a la de Ses Illetes. Si se acercan este verano a la pequeña isla de las Pitiusas vayan a mi playa preferida, la des Arenals, en la costa de Migjorn, y saboreen esta delicatessen con los cinco sentidos. Un Mediterráneo transparente que cambia de color en franjas debido a los bancos de arena que hay en el fondo. Un suave olor a mar que lo impregna todo. Una playa ancha, plana, en la que hay que adentrarse para conseguir que el agua te cubra. Ser uno con el mar para tener una perspectiva diferente de lo que pasa en tierra, en el mundo. Tan lejos y tan cerca.
Desde el agua, la orilla ya no resulta tan tentadora. La tentación es ahora ser un pez y vivir en esta piscina natural, turquesa, perfecta. Tener todo lo que uno necesita sin esfuerzo. Pero los humanos necesitamos demasiadas cosas y desde el mar, a lo lejos, se percibe una construcción, un chiringuito, un tejado. Es ‘Casa Pachá’, que se camufla en el paisaje que se aleja de Sant Francesc de Formentera.
La primera incursión de la firma en la isla tenía prevista su apertura el pasado año, pero la pandemia alteró los planes del planeta entero y también los de esta franquicia que se expande por el mundo. Este verano ha abierto en Mikonos un hotel y una nueva sucursal de ‘Lío’ -el restaurante con espectáculo en Ibiza- que muy pronto aterrizará también en Las Vegas, Londres y Dubai.
“Desde que existe el hombre existe el baile”. El leitmotiv de la marca, recogido en el Libro Rojo de Pachá, ha tenido que ser remodelado. Y puesto que la danza tendrá que esperar tiempos mejores, podemos reformular la máxima a que desde que existe el hombre existe la necesidad de comer y descansar -mucho antes que la de mover el esqueleto-. El reposo... ¡Tan urgente en los tiempos que corren!
Le pregunto a Oscar Romero, director de ‘Casa Pachá’, qué es lo que le gustaría que sus huéspedes se llevaran tras su estancia en el hotel. Sin pensarlo mucho me contesta: “Que se fueran descansados, y que cargaran las pilas con esa energía que posee Formentera”. Los asiduos a esta isla experimentamos una relajación, nada más descender del barco, que te hace dormir mucho los primeros días, para ponerte luego en sintonía con este especialísimo trozo de tierra en medio del Mediterráneo.
Romero, barcelonés que con siete años se trasladó a Ibiza y que vive en Formentera desde hace 14, confiesa que la filosofía de ‘Casa Pachá’ pasa por “transmitir la calidad de vida y la tranquilidad de esta isla, con la enorme ventaja que desde cualquier punto de ella se ve el mar. Aquí el lujo está en este agua, esta luz. Trabajamos con productos de kilómetro 0, con trabajadores locales y con maneras formenterenses de hacer las cosas; y hemos querido desterrar ese tópico de que en esta isla se paga mucho, de que todo es muy caro para lo que te dan. Nosotros buscamos ser honestos, simples, auténticos”.
El edificio sobre el que se asienta ‘Casa Pachá’ era un antiguo hotel de los años 70 con barandillas de aluminio gris en los balcones. Hubo que remodelar muchas cosas hasta conseguir este hotel color arena; una mezcla de casa payesa y africana, con elementos que recuerdan a los del arquitecto de Burkina Faso, Francis Kéré; como sus esquinas redondeadas, el color de su fachada, que se funde con el entorno, o sus balcones cerrados con palos irregulares de madera a modo de persianas.
La puerta de entrada da acceso al hall, donde una mesa hecha con un tablón africano rememora otra de mezclas de dj, con discos del ‘Pachá’ de los años 70 y flores. Todo el hotel es un guiño a la época dorada de la marca de las dos cerezas. Una gran foto en blanco y negro de la primera discoteca del grupo en Ibiza nada más entrar; dos murales-collages hechos con carteles antiguos de 'Pachá' o los nombres de las habitaciones, que homenajean a los años locos del desmadre, con fotos vintage incluidas. Está la suite Sitges 67, que en su puerta exhibe una instantánea de cuatro chicas con pantalones de pata de elefante de la marca Pachá; está la Funky Room, Miss Pachá o la Flower Power. Al mismo tiempo que los clientes deambulan por los pasillos descalzos, como queriendo emular el espíritu hippy de aquellos años.
Hay una mezcla de elementos austeros, propios de las casas de la isla, con cosas divertidas y hasta kitsch. Espejos envejecidos, que te devuelven una imagen tratada y hasta más amable, mezclados con el mobiliario (sillas, bancos y lámparas) de Patricia Galdón, arquitecta técnica y de interiores, encargada del interiorismo de ‘Casa Pachá’.
“Intenté sobre todo resaltar la arquitectura de una casa mediterránea con los suelos continuos con la pared, hornacinas redondeadas y tonos arena, que se integran en el entorno, tanto para interior como para exterior”, cuenta Galdón, que es navarra pero lleva viviendo siete años en Ibiza.
“Hay por tanto, toda la sobriedad y minimalismo de una casa formenterense, pero con ciertos toques exóticos procedentes de mis viajes al extranjero. El mueble del hall del hotel es indio, hay también piezas de mobiliario procedentes de África y Vietnam. Las alfombras de las habitaciones son antiguas y de Marruecos. Es una mezcla estética-cultural, integrada por pequeñas cosas con carácter y alma, que marcan la diferencia”, cuenta esta interiorista.
“Pretendíamos que, más que a un hotel, el lugar evocara a una casa, por eso en sus pasillos hay espejos, muebles, bancos, como en las viviendas de los pueblos. La idea era que la gente se sintiera libre, y que si quiere ir arreglado lo haga; pero si prefiere estar descalzo o en bañador, pues también”, confiesa Patricia. En todas las habitaciones, las camas están mirando al mar y abundan las texturas naturales, los linos lavados en colores neutros con pequeñas pinceladas de azules, verdes o tonos caldero.
El hotel no tiene spa, ya que tenerlo sería un insulto al entorno, una broma pesada, una pretensión hortera de nuevos ricos. Desde las 14 habitaciones el mar está siempre presente y su color turquesa se cuela en las estancias junto con el blanco intenso de la luz del sol. Los espacios privados se mezclan con los compartidos en un hotel que no separa, sino que pretende unir y conectar a la gente en las terrazas y zonas comunes. De hecho, el éxito del ‘Pacha’ de los primeros años residió en ese espíritu democrático, anterior al macabro invento de la zona VIP. La misma fórmula de clubs tan emblemáticos como el ‘Estudio 54’ de Nueva York; por el que circulaban, sin fronteras ni lucha de clases, Divine, Mike Jagger, marchosas viejecillas vestidas de Chanel, homosexuales enfundados en cuero y cualquiera que llegase al límite de extravagancia exigido para poder cruzar la puerta que lo introducía en el paraíso.
El restaurante es un espacio abierto con toldo de cañas que mira al mar para desayunar, comer y picar algo al anochecer; y que admite a todo el mundo, no solo a los huéspedes del hotel. “Hemos querido recuperar el chiringuito de playa antiguo y huimos del concepto de beach club, que pretende llenarlo todo de cosas para justificar el precio”, cuenta Pau Barba, chef ejecutivo del grupo Pachá. “Nuestra cocina tiene un respeto por lo natural, por las recetas de la isla y es una cocina sin pretensiones, aunque elaborada y con muy buenos productos”.
En los fogones, Carlos Herrero ejerce de chef de ‘Casa Pachá’. “Lo bueno de Herrero”, dice Barba, “es que es un cocinero sin ego. No es de los que mantiene una disciplina gratuita, tipo aquí mando yo. Tratamos de crear un buen equipo y saber elegir al personal, pero una vez que se ha elegido, creemos que debe haber un buen ambiente en las cocinas. La gente tiene que trabajar pero contenta y sabiendo que se le respetan sus peculiaridades. Hay mucho sufrimiento en el mundo de la restauración y eso no es necesario para hacer una buena comida, ni para que tu restaurante sea galardonado. Todo lo contrario, creemos que el cliente lo nota y, por lo tanto, el buen ambiente es esencial”, sostiene Pau.
Tanto Barba como Herrero han estado en las mejores cocinas. “Hemos visto un poco de todo y nos quedamos con la manera de trabajar de Santi Santamaría, porque esa es la cocina de verdad, con sentido”, cuenta Barba. El buen ambiente entre los trabajadores lo constaté un día de mi paso por 'Casa Pachá', cuando, haciendo dedo -en Formentera es algo que la gente practica, en parte por la casi inexistencia de autobuses y taxis- me paró un marroquí.
Hablando, hablando, me dijo que trabajaba en el restaurante y que era uno de los pocos lugares en la isla que respetaba las ocho horas laborales y daba un día libre a la semana a sus trabajadores. Es bueno saber que la comida que uno come, además de ser libre de aditivos y conservantes, lo es también de ningún sufrimiento innecesario añadido. Tal vez habría que crear un sello de certificación pain free para el, a menudo circunspecto, mundo de la restauración.
El chiringuito rezuma alegría y buen humor. Hay niños que corretean elegantemente entre las mesas, las mascotas son también bienvenidas y, curiosamente, comento con el fotógrafo que las operaciones de estética -tan frecuentes en estos ambientes- brillan por su ausencia. No hay labios hinchados, ni ojos agrandados, ni demasiados liftings; sino bellezas naturales en sus diferentes fases de la vida. ¿Será que el espíritu del ‘Pachá’ de los 70 elige a sus invitados y rechaza a los que no encajan en su filosofía vital y hasta estética?
La playa, tranquila y perfecta para los niños, atrae a muchas familias. “Tenemos que ser conscientes de esta característica”, cuenta Barba, “y no podemos subirnos a la parra con productos y precios. Aquí el lujo no es el caviar, que no está en la carta, sino el sitio, el mar, el silencio”.
A pesar de todo; en la carta alternan las opciones más humildes con algunos pequeños placeres para celebrar la vida. ¡Cómo debe ser! Junto a la austera ensalada payesa de Formentera, los calamares a la andaluza o a la plancha, los mejillones de roca con sobrasada, frégola y albahaca, o los tomates pelados con arbequina y cebolla tierna, están también las cigalas de Formentera -la langosta de la isla-, el arroz meloso de bogavante, las espardellas al ajillo con alcachofas y huevos, o el lomo de buey de pura raza. Y de postre, hay que pedir la especialidad de la casa: el cheesecake o pastel de queso, que recordaremos varios días y sus consecuentes noches.
La oferta para cenar es más modesta y se centra más en picar algo a la puesta de sol, que aquí es amenizada por un dj. Herencia de la Formentera hippy que celebraba cada día el fin de la luz y la llegada de la oscuridad. Alitas de pollo con chili, bocata de calamares, hamburguesa Casa Pachá, focaccia de verduras o guacamole. Siempre acompañados con algo para brindar, porque a pesar de haber sido expulsados del paraíso, de vez en cuando, se nos permite volver a él.