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Cuando entras al ‘Hotel de Londres e Inglaterra’, sabes que una mujer inquieta, serena y detallista está al frente. El ambiente cálido te envuelve enseguida y se percibe el interés por hacerte la vida lo más cómoda posible. Sin embargo, cuando algún cliente pregunta por la persona al mando, siempre pide ver al director. Elena Estomba ya está acostumbrada. “Algunos se sorprenden al conocerme, incluso sueltan alguna lindeza. Aún queda camino para seguir avanzando. Entré aquí como subdirectora hace 20 años y desde hace diez soy directora. Cuando comencé, solo había otras dos directoras, Marymy Pascual en el hotel ‘Monte Igueldo’ y Cuque Illa en el ‘NH San Sebastián’, ahora igual hay 15”, explica esta pionera, que con su ejemplo fue abriendo camino. Estomba forma parte del proyecto Gastrónomas, impulsado por Luisa López Tellería. Una red de mujeres fundamentales para entender el universo de la gastronomía y la hospitalidad en Euskadi.
Nunca pensó en trabajar en un hotel, quería ser periodista, pero tenía que irse a estudiar fuera y en la familia había seis hermanos, tres de ellos en la universidad. Como le gustaban los idiomas, hizo Turismo en la universidad de Deusto y se fogueó en el ‘María Cristina’, otro de los hoteles míticos de Donostia. La experiencia le gustó y pasó por diversos puestos hasta que le nombraron gobernanta del hotel. Lo que hoy se conoce como síndrome de la impostora, le empujó a renunciar. “Era una pipiola y no me sentía ni preparada ni legitimada. Era jefa de profesionales mayores que yo y con más experiencia. Dije que prefería ser camarera de piso para aprender y estuve seis meses. Es un departamento al que tengo especial cariño porque no está suficientemente reconocido. No es solo un trabajo duro, sino muy invisible, cuando en realidad se está en contacto con lo más íntimo del cliente”.
De allí a Extremadura, a dirigir en Zafra el hotel ‘Huerta Honda’ en el año 89, donde aprendió la importancia de formar un equipo compenetrado. “A nivel personal lo que más me ha gustado es la parte de gestionar personas, he intentado cuidar a mis equipos. Cuando otros están de vacaciones, tú trabajas y se establece una relación más estrecha, conocemos nuestras vidas. En San Sebastián, quien empezaba a trabajar en un hotel se quedaba, ahora hay más rotación, lo cual también es positivo para cambiar dinámicas y traer aire fresco”.
Los mejores momentos de su profesión están siempre ligados a acontecimientos del personal. En la plantilla del ‘Londres’ hay más mujeres que hombres, en recepción existe un equilibrio, son equipos más multidisciplinares. En el bar predominan los hombres; en piso casi todo mujeres y, si hay un hombre, le cuidan como si fuesen sus madres; en cocina mitad y mitad, y en mantenimiento no hay manera de encontrar mujeres, por mucho que lo intenten.
Estomba posa por la tarde ante la fachada iluminada del ‘Londres’, en ese lugar que tanto ha vivido, por el que la historia se ha paseado alternando el furor y la calma igual que las olas que lamen la bahía de la Concha. Constata que el mundo ha evolucionado rapidísimo, pero el ser humano va más lento. La forma de visibilizar los hoteles ha cambiado. “Se ha ampliado el abanico del hotel. Antes el cliente sabía que disponía de una habitación. Ahora sale con todo organizado, las conserjerías informan más que un centro de turismo, el personal está muy preparado, hablan en varios idiomas, y es que el 74 % es un cliente internacional. El hotel se ha convertido en un entorno seguro, va más allá del mero alojamiento”. La forma de reservar es también diferente, todo online y a la vista. Cualquiera en las antípodas puede ver lo que se va a encontrar antes de llegar, antes existían las temporadas pero ahora se viaja en cualquier momento del año. Hay también una parte de exposición, “si ha fallado una ducha, lo sabe un japonés que vendrá el mes que viene”.
A Elena, que se reconoce feliz con su trabajo, le queda la duda de si habrá sido una madre ausente para sus hijos, ya mayores. De pequeña se visualizaba de adulta como una ejecutiva con maletín muy atareada como madre. “Me he desdoblado, corriendo de un lado a otro para que notaran que estaba con ellos cuando era importante. Eso sí, en vacaciones cuando se iban, yo me quedaba llorando. Siempre piensas que podrías haberlo hecho mejor. Ahora creo que me han faltado más ellos a mí, que yo a ellos”.
Cuando viaja, no puede evitar la mirada profesional. Lo que más aprecia es encontrar una cara amable en recepción, “que me ha visto y que me identifica como una persona y no como un número, que me da la bienvenida”. La habitación le gusta a una temperatura adecuada, que tenga un aroma placentero y no haya ruidos. Lo que menos desea es que le atosiguen por un exceso de atención. “Quiero estar cómoda, a mi ritmo, y que estén cuando necesito”. Justo lo que ha conseguido en el hotel que dirige.
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