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Cuenta la leyenda que, a principios del siglo XX, Madrid vivió un inmenso escándalo de la mano de la cupletista Raquel Meller. La cantante, casada y una auténtica superestrella de la época, pasó 48 horas en una de las suites del 'Hotel Inglés', en pleno centro de Madrid, con un hombre que no era su marido, algo intolerable en aquella época y que corrió de boca en boca por la ciudad. En homenaje a aquella hazaña, digna de una mujer que decidió saltarse las normas, una de las habitaciones del 'Gran Hotel Inglés' (quizás la que más encanto tiene) se ha bautizado con su nombre: la suite Meller.
Esta es solo una de las muchas anécdotas que guarda el 'Gran Hotel Inglés', un alojamiento que ha visto en sus pasillos a personalidades como Virginia Woolf, Valle-Inclán, Benito Pérez Galdós o Carlos Gardel, y que ha vivido todos los capítulos de la historia reciente de Madrid. Inaugurado en 1886, fue el primer hotel de lujo de la capital, que sus fundadores, la familia Ibarra, idearon a semejanza de los grandes alojamientos de Londres o París.
Contaba con agua corriente, cuartos de baño privados y restaurante abierto a la calle, así que se convirtió rápidamente en el place to be de la época y gozó de su máxima popularidad en los años 20. Más tarde, la Guerra Civil lo transformó en un hospital y, tras la contienda, pasó a llamarse 'Hotel Imperio' para más tarde caer en desgracia y acabar echando el cierre. Su resurgimiento ha venido de la mano de la cadena Hidden Away Hotels, que lo reinauguró tras una reforma integral hace pocos meses y con una clara finalidad: recuperar su esplendor de antaño.
"Es un hotel que no te deja indiferente. Por un lado en cuanto a diseño y arquitectura y, por otro, debido a todo lo que ha ocurrido dentro y que te transporta a otra época. Cualquier amante de la historia, vivirá una experiencia completa", explica Javier Polo, general manager del hotel en la actualidad.
Su ubicación es otra de sus sorpresas. Casi oculto en la calle Echegaray, en el barrio de las Letras, rodeado de comercios históricos y locales chinos de alimentación, nada parece augurar que allí se encuentre un hotel con aires art déco, un espectacular lobby, restaurante, spa y 48 habitaciones, entre ellas una que presume ser la suite más grande del centro de Madrid.
Para crear ese viaje en el tiempo, los nuevos propietarios confiaron en el estudio del arquitecto y diseñador de interiores estadounidense David Rockwell, autor de, entre otros, el Dolby Theatre en el que se entregan los Oscar. "Rastreamos periódicos y documentación y, tras una investigación bastante exhaustiva, intentamos traer de vuelta todo ese glamour, esa singularidad y vanguardia que el hotel puso a finales del siglo XIX", explica Eva Longoria, studio leader de la sede de Rockwell en Madrid.
El 'Lobby', antiguo restaurante del hotel y bautizado ahora como 'LobBYTo', es quizás uno de los lugares que mejor representa esa vocación de recuperar el pasado. Para su interiorismo se inspiraron en un teatro, con las paredes laterales cubiertas por espejos envejecidos, enormes cortinas de terciopelo, molduras en los techos y uso de materiales nobles como la madera y el mármol. "Antes era un lugar de encuentro al que iban los políticos, artistas, toreros... Así que queríamos hacer un lobby para estar, en el que se pueda trabajar y reunirse o en el que pueda pasar cualquier cosa. Algo de lo que no hay mucho en Madrid", resalta Longoria.
Su mobiliario, diseñado en su totalidad por Rockwell y fabricado por Gaston y Daniela, se mueve entre los mismos tonos que dominan el hotel, con ocres, verdes o marrones, y cuenta con pequeñas joyas como las señoriales butacas tapizadas de terciopelo. La alfombra también ha sido diseñada por el estudio del americano y juega con un estampado degradado que parece desgastado por el paso de los años. Todo encaja a la perfección con las columnas de metal originales del hotel y con antigüedades como un escritorio en el que se intenta escenificar la vida a principios del siglo XX.
Sin embargo, la barra de la coctelería, con refulgentes utensilios de la firma italiana Lumian, es la que preside la estancia y lo primero que el visitante aprecia al entrar. "La inspiración para diseñarla empezó con la de los trajes de las señoras de esa época. Intentamos plasmar ese glamour del detalle de los encajes a través de pequeñas piezas de metal y de elementos de diferentes tipos de piedra y de mármol", señala Longoria. Aunque se hayan especializado en la coctelería personalizada, su carta de combinados, naturalmente, homenajea su propia historia, con nombres como el Mula de Echegaray, un vodka con cerveza de gengibre, o el Lobo viejo, un cóctel ahumado de preparación espectacular.
Al fondo, dos salas privadas conectadas con el vestíbulo, bautizadas como Virginia y Woolf, en honor a la autora de Una habitación propia, continúan con el estilo del lobby, aunque con tonos más anaranjados y presencia de obras de arte. A su lado, se instaló una biblioteca, recreando el espíritu del barrio de las Letras, que se ha llenado de ejemplares en colaboración con la editorial Zenda, de Arturo Pérez-Reverte.
Entre sus estanterías, otro elemento nos habla de la historia: una placa otorgada al hotel por el Gobierno de Filipinas. "Se dice que José Rizal, uno de los padres de la patria filipina, dio aquí uno de los primeros discursos contra el imperio español en una comida en 1894 en la que estaban presentes artistas e intelectuales de la época", cuenta el general manager del hotel, Javier Polo.
Conectado con el Lobby se encuentra el restaurante 'Lobo 8', bautizado por la calle del Lobo, antiguo nombre de la calle Echegaray porque un cazador ponía en ella a secar las pieles de esos animales que cazaba. Regentado por el chef Willy Moya y con una carta castiza y madrileña con un deje de cocina de autor, ofrece platos como boquerones, croquetas o gildas, que se combinan con pescado de temporada y aves tan madrileñas como el pichón.
En su interiorismo, el estudio de Rockwell se ha inspirado en la cocina de una gran mansión manteniendo el terciopelo como tejido estrella aunque haciendo especial hincapié en tonos azulados. "Es como si fuera la cocina de una gran casa española antigua con un toque inglés. La idea es que te sientas como un invitado, con todo cuidado al detalle y siempre con esa sensación acogedora", matiza Longoria.
Las habitaciones, distribuidas en las cuatro plantas del edificio van desde los 27 metros cuadrados de la más sencilla hasta la Suite Real, de unos 125 m2. Todas tienen en común el mismo estilo art déco, con un cabecero entelado con terciopelo, un directorio con todos los datos históricos del hotel, telas de Gastón y Daniela y sábanas de algodón egipcio de 500 hilos. Además, la mayoría de ellas cuentan con una inmensa bañera de la marca canadiense Aquatica presidiendo la habitación, todo un guiño al carácter desenfadado de los años 20.
El interior de los armarios está forrado con antiguas postales de Madrid que el hotel regalaba a sus inquilinos y que los dueños actuales hallaron por casualidad en el Rastro madrileño. En ellas, aún se puede ver el sello antiguo del hotel y, con ánimo de repetir la historia, todas las habitaciones cuentan de nuevo con postales, ahora con imágenes actuales, como obsequio para los clientes.
Dos habitaciones, eso sí, destacan entre todas las demás: la Suite Real y la Suite Meller, ambas en la parte más alta del edificio y con vistas a los tejados del centro de Madrid. En la primera, de más de 120 metros cuadros, los huéspedes pueden disfrutar de un interiorismo en el que destaca un biombo de espejos que hace las veces de vestidor, las mesas con sobres de mármol calacatta y sus exquisitas paredes forradas de terciopelo. "Se ha intentado crear la ilusión de un pequeño joyero. Como si fuera una cajita acolchada con un diamante dentro", explica Longoria.
La Suite Meller sigue la misma inspiración, con reminiscencias años 20 y una delicada elegancia digna de la diva en honor a la que se ha bautizado. Por supuesto, para disfrutar de ella no está obligado a repetir la hazaña de los dos días de pasión encerrada de la cupletista. Aunque detalles como su jacuzzi en la terraza puedan invitar, como el resto del hotel, a disfrutar reviviendo la historia.