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El establecimiento tiene solera, más de un siglo de antigüedad que su director, Ignacio Nieto, resume en cuatro pinceladas: "Lo que hoy vemos es la suma de varios edificios que en 1958 compró mi abuelo; empezó a funcionar como 'Hotel Bilbaíno' y al poco tiempo cambió a 'Hotel Avenida', en honor a César Augusto, el nombre de la vía donde nos encontramos".
Antes de convertirse en proyecto hostelero, los edificios originales acogieron un convento de monjas y tiendas de venta de telas y vestidos de novia. Sus 60 años de historia más reciente hablan de un hotel urbano sin mayores pretensiones, pero llegó la pandemia... y todo cambió. "Queríamos reformarlo, pero aprovechando el cierre obligado nos liamos la manta a la cabeza; cuando habíamos tirado la planta baja, decidimos apostar por una transformación más profunda para rescatar su esencia", comenta Ignacio.
A su lado, Carmen Fernández, diseñadora y directora comercial del hotel, apostilla el relato de su pareja: "No solo nos planteamos un cambio estructural y de interiorismo; también de gestión, con la idea de abrir un espacio nuevo para el disfrute de los clientes alojados y de los zaragozanos".
Carmen transmite al hablar la misma serenidad que proyecta su obra. Quedamos con ella en el exterior del hotel. En la calle, el paso del tranvía dibuja un detalle cosmopolita en el corazón del casco histórico y se intuye la cercanía del Mercado Central por el ir y venir constante de gente.
A cualquier hora del día es una zona de la ciudad que está muy viva. Carmen avisa del contraste entre lo de fuera y lo de dentro y enseguida se nota. Nada más cruzar la puerta los segundos se alargan, el tiempo se ralentiza y la banda sonora del ambiente callejero se transforma en música celestial.
Merece la pena que el relato para conocer los espacios y sus posibilidades vaya de la mano. En la recepción ya se adivinan las primeras intenciones: la tierra como tonalidad cromática lo inunda todo con sus matices; también el mobiliario. Y como contrapunto: la naturaleza, de la que se sugieren algunos detalles.
Las paredes de la sala de estar contigua plasman la emoción de una reforma artesanal, buscando que cada ladrillo hable de los más de cien años de historia del lugar. "El edificio tiene muchas cosas que contar –explica Carmen– y las paredes vistas son la mejor forma de hacerlo". Casi se puede escuchar lo que transmiten.
La funcionalidad del mobiliario contrasta con el sabor añejo del entorno; la cerámica original; la naturaleza en forma de plantas, árboles y arbustos; las grandes lámparas de luz cálida y tamizada por fibras naturales; los libros que se apilan invitando a una lectura relajada... No hace falta mucho más para saborear la serenidad de este espacio de bienvenida. Si acaso, acompasar la respiración al ritmo que te sugiera.
Justo al lado una gran puerta corredera acristalada da acceso al comedor del desayuno, donde la vegetación se precipita desde el techo. La carta incluye apetitosas sugerencias: tés orgánicos (bio); bowl de yogur griego con mermelada de fresa y anís estrellado con nueces, y tostadas de pan de Viena artesano con kaya –la crema de coco y café más popular de los desayunos de Malasia–. "Es tan adictiva –asegura Ignacio Nieto esbozando una sonrisa– que en lugar de club de fans vamos a crear un club de apoyo".
Enfrente se abre una improvisada puerta de entrada al espacio más emblemático del hotel. Dos grandes cortinas de lino a los lados invitan a descubrirlo poco a poco. Justo en la antesala se adivina lo bien resuelta que está la iluminación de las estancias: el juego de luces naturales y artificiales; la intensidad o la ausencia de luz; su puesta en escena casi siempre indirecta; la calidez y los claroscuros...
Todo suma y suma en este gran salón, un espacio multiusos de ensueño. Desayunar, comer o cenar, pero también celebrar una reunión de trabajo, tomarse un café o disfrutar de la lectura. A todo ello invita y para todo ello está pensado. La gran claraboya que se abre en el techo atrae la luz natural. "Queríamos crear un entorno parecido al que te puedes encontrar de vacaciones en un bonito rincón del Mediterráneo", sugiere la diseñadora. Se ha conservado el suelo irregular original, se han abierto espacios nuevos con arcos que no existían y han aparecido ventanas que estaban ocultas.
Además, entre el mobiliario hay mesas de microcemento creadas por Carmen Fernández, que contrastan con la delicadeza de las de bambú y la fuerza de las de roble. Y aquí, ya sí, la naturaleza se muestra rotunda: laureles, kentias, olivos, cactus...
El espacio puede reservarse para eventos y está abierto a que lo disfrute cualquiera, aunque no esté alojado. "Eso sí, controlamos el aforo para que no pierda la magia", matizan Ignacio y Carmen. Cambia tanto de la mañana a la noche que casi podría decirse que son dos lugares diferentes. La luz del día inunda cada rincón y magnifica el escenario. Por la noche, sucede lo contrario: ganan la sensación de recogimiento y el ambiente místico. El sonido de una cascada, de la lluvia cayendo o de una banda de jazz terminan de componer la escena. Pura magia.
Zaragoza es una ciudad complicada para vivirla al aire libre por su climatología extrema y la presencia del cierzo. Estos detalles otorgan más valor al patio interior de la primera planta. "Estaba sin uso y abandonado; tenía una ventana tapiada que casi impedía verlo", explica el director.
Contemplarlo ahora es un deleite para los sentidos, especialmente de noche, alrededor de una iluminación muy trabajada. Resulta exuberante. Como otras zonas comunes, se reserva; en este caso, junto a dos salas anexas. En una de ellas aparece otro bonito detalle: un suelo hidráulico que conserva el esplendor de la policromía original.
"Encuentra tu rincón: para, reflexiona, descansa…". Definitivamente es lo que parece sugerir este hotel. O prueba algo de la carta. Es minimalista, como la decoración, y atesora pequeñas joyas como la tabla de quesos ecológicos de cabra y vaca de distintas zonas de España. Para una degustación más contundente están los capeletti rellenos de boletus y foie con salsa de trufa o el aragonés bacalao al ajoarriero del chef.
De camino a las habitaciones, se nota que los pasillos han ganado anchura con la reforma. En su interior se respira el mismo aire sereno y relajado de las zonas comunes. En todas las estancias hay un pequeño detalle original que forma parte del atrezzo: un taburete antiguo; una pieza de cerámica; un plato… La calidez de los tejidos naturales y orgánicos de las cortinas también suma. Las arrugas del lino y el blanco nuclear de las estancias conviven en armonía. Y en los techos llaman la atención las vigas de madera, que no solo se han salvado de la piqueta, sino que han ganado lustre. Todo tiene una razón de ser que su inspiradora resume con estas palabras: "La búsqueda de la serenidad".
Pero Carmen Fernández no solo quiere que su obra la disfruten los clientes alojados y ocasionales. Le motiva especialmente la idea de compartir, así que ha decidido que todos los objetos del hotel estén a la venta. "Mucha gente nos pregunta dónde hemos comprado lámparas, faroles, mesas, velas o sillas", comenta, encantada de satisfacer sus deseos. Así que además de establecimiento hostelero, el 'Avenida' es como una gran boutique donde ella ejerce de intermediaria con los proveedores.
Tanto le ha gustado este papel, que se ha animado a abrir una tienda con productos artesanos que ha descubierto en sus viajes, más allá de que estén o no en el hotel: ánforas y vasijas de Baleares; vestidos de Japón; zapatillas de Colombia, o piezas cerámicas de 'Taller Silvestre'.
"Si buscas inspiración, aquí la vas a encontrar; si deseas calma y quietud, también; si quieres trabajar y estar concentrado, no lo dudes, y si buscas celebrar un evento, una cena romántica o tomar un café, es tu lugar". Este es el espíritu que ha inspirado la reforma. Recurriendo a una terminología moderna, podría describirse como el primer hotel boutique slow de Zaragoza. Pero más allá de esta etiqueta, lo que de verdad desean Carmen e Ignacio es que "cada persona que lo visite encuentre su rincón favorito y disfrute de la estancia".
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