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Hay correos electrónicos que nunca llegan a su destinatario, atascados en la bandeja de enviados; otros acaban en el saco del olvido del spam; y muchos ni siquiera merecen un acuso de recibo como mera respuesta. Pero aquel email que envió Mònica Bertó hace dos años a Francesc Rifé, "entre los mucho que mandé a arquitectos y diseñadores probando suerte", le cambió la vida a ella y a su marido Raül Geremias.
El matrimonio quería darle una vuelta a su intenso y agotador ritmo de trabajo en la Costa Brava. Mònica, profesora de Educación Física y deportista profesional, se pasó dos años recorriendo La Rioja en busca de una casa que rehabilitar y convertir en su propio hotel boutique. "Hasta que encontré ésta y me enamoré de ella. Estaba en abandono, pero transmitía una energía especial. También me conquistó la tranquilidad del pueblo", recuerda.
Grañón apenas tiene 253 vecinos censados, "aunque en invierno no seremos más de 40 0 50, la mayoría agricultores", explican los propietarios de 'Casa Grande Hotel', acostumbrados a vivir en una localidad costera de 40.000 habitantes que recibe al año casi un millón de turistas. Ahora dirigen un hotel de 4 estrellas en el último pueblo riojano por el que discurre el Camino de Santiago, rodeados de cultivos de cebada, trigo y patatas, además de viñedos que van mutando la policromía del paisaje con el paso de las estaciones.
Ese entorno, y el encaje de la casa solariega de principios del siglo XVIII que había que reconstruir, fue lo que animó a Rifé a contestar al email de Mònica. "No hay nada más gratificante y bello que deconstruir un edificio olvidado para rescatar toda la historia que subyace en él", asegura el reconocido diseñador industrial. El resultado es un nuevo y sobrio juego de materiales (piedra, hierro y madera), en el que cada detalle del mobiliario y rincón, interior y exterior del hotel, lleva el sello de Rifé.
"Cuando planteamos el proyecto de viabilidad, que nos trastocó la pandemia como a todo el mundo, pensamos que la mayoría de nuestros huéspedes serían extranjeros -sobre todo de EEUU- atraídos por el enoturismo de la región. Sin embargo, fue salir en tres o cuatro publicaciones internacionales de diseño y arquitectura, y hemos tenido muchas reservas durante este año de apasionados de este mundo", admite Raül.
En el interior se decidió conservar las paredes de sillería original, aunque dándoles una pátina monocromática de gris para conseguir una uniformidad y luminosidad en las habitaciones y espacios comunes. Los suelos de roble natural contrastan con la madera de chopo negra que recorre todo el edificio, recubriendo techos, vigas y columnas. La singular y austera recepción está presidida por un gran mueble metálico que hace las funciones de mesa para el check in y sobre la que se conserva la piedra del antiguo altar de la casa.
"La propiedad perteneció durante muchos años a la familia de los Ávila, dueña de casi medio pueblo. Cuentan que los obispos de Burgos preferían dar la misa en la capilla de la vivienda en vez de en la iglesia cercana, porque debía calentarse mejor la capilla que ese enorme edificio que parece una catedral", comenta entre risas Mònica.
La entrada, con su suelo de piedra, y los 16 escalones iniciales que dan acceso a la primera planta, son lo único que se pudo conservar de la estructura original. También los espacios que se abren a ambos lados de la recepción, donde ahora se sitúan las salas de lectura y televisión, muy luminosas y acogedoras. En la puerta principal nos encontramos ya el primer guiño al diseño industrial de Rifé: un tubo vertical de color negro. El escalón volado por el que se entra al restaurante, con su pequeña bodega a la vista, o los porticones pivotantes también nos hablan de ese estilo del diseñador catalán.
En la primera planta se ubican 5 de las 11 habitaciones con las que cuenta 'Casa Grande Hotel', todas con nombre de mujer. Algunas mantienen las paredes de sillería original, y en otras se ha dejado a la vista el ladrillo u hormigón de la rehabilitación. Las de la segunda planta tienen más altura, al recuperar el bajo cubierta de la casa. Todas son amplias, de hasta 40 metros cuadrados -"el lujo ahora es el espacio y la tranquilidad", apunta Raül-, con camas king size, colchones Spaldin (de Logroño) y con las sedosas y calentitas mantas de Ezcaray.
El mobiliario está hecho todo a medida, en madera de álamo y con tonos negros. Butacas en las salas de lectura y televisión de Normann Copenhagen, Carmenes, Arpen o Carl Hansen para relajarse. La combinación de lámparas juega un papel interesante en el hotel, donde se combinan las de Vitra, las suspendidas sobre el cabecero de la firma Milan Iluminación o las presentes en los escritorios de las habitaciones de Watt&Veke y Santa&Cole. "Ya en la fachada de entrada, la que da a la iglesia, hacemos una apuesta fuerte por el diseño, con las lámparas Campanula, obra del arquitecto Peter Zumthor para la casa Viabizzuno. Es como tener un Ferrari aparcado en la puerta; quien entiende de diseño sabe, con esa carta de presentación, lo que se va a encontrar dentro", afirma con orgullo Raül.
En este lado del edificio se ha conservado el balcón de la alcoba principal, con su mosaico de piedra en suelo de barro. El otro lateral del hotel, que da a la pequeña Plaza de Ávila, es una fachada con una piel superpuesta de hierro pavonado en las ventanas, "que da uniformidad y cubre algunos parches de ladrillo y concreto que hicieron los antiguos inquilinos sin mucho orden estético". Un enorme porticón pivotante da acceso a la terraza del restaurante.
Al frente de la cocina está el joven chef David Martín Blanco, alicantino con experiencia ya en tierras riojanas -estuvo en 'Casa Masip' (1 Sol Guía Repsol)- y que apuesta por platos del recetario local, como el pisto, las carrilleras o el puré de patatas de Grañón, junto a una selección de carnes y pescados tratados en el hosper de leña o los calamares a la romana de los que tanto presume Mònica, artífice también de los postres caseros. Vajilla y jarrones son obra del alfarero Toño Naharro ('Alma de Cántaro') de Navarrete.
Mònica también es la encargada de darle vida a la bodega, donde conviven con armonía las elaboraciones de la Rioja Alta (Miguel Merino -Briones-, Fernández Eguiluz -Ábalos-, Conde de los Andes -Ollauri-, Juan Carlos Sancha -Baños de Río Tobía- o del maestro Abel Mendoza) con los de la Rioja Alavesa (Muriel -Elciego- o Finca Montalvilla -Aldeanueva de Ebro-).
El pan de pueblo y de maíz con pipas que ofrecen es de la cercana Panadería de Jesús. Es uno de los indispensables a visitar en el pequeño pueblo de Grañón. La abrió el abuelo de Jesús (Chuchi para todos) en 1942 y aún trabajan en el horno de piedra, "de los pocos que quedan en La Rioja". El gallego, el de cereales, el integral, la hueca (barras), el de nudos de aceite, de golosas o el stollen ("por la cantidad de alemanes que recorren el Camino") lucen en el mostrador junto a bizcochos, galletas, tartas de hojaldre y hasta 20 variedades de pastas. Susana es la encargada de despachar a los clientes y de calentarles a los peregrinos, que se alojan en el albergue cercano, las patatas, pollos o pizzas en el horno "a cambio de que me canten una canción a la tarde".
Entre la 'Casa Grande Hotel' y la panadería de Jesús está la iglesia de San Juan Bautista. Del siglo XV, cuenta con una pila bautismal románica, del siglo XII, y un retablo del siglo XVI. Dicen los historiadores que es obra de un discípulo del escultor Damián Forment, autor del retablo mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza. La iglesia cuenta con cinco campanas, una de ellas del 1520, "la más antigua datada en la Comunidad Autónoma", presume Mònica mientras las observa repicar desde una de las habitaciones de su hotel.
CASA GRANDE HOTEL - Calle el Caño, 13. Grañón (La Rioja). Tel: 605 982 303.
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