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El viento sopla fuerte un día de noviembre y el hotel, ubicado en La Asomada, se ve envuelto por un silbido juguetón, que aparece y desaparece despeinando las palmeras. Un fenómeno atmosférico tan genuino de Lanzarote, especialmente en esta parte de la isla, como la arquitectura que define este alojamiento. Como si todo conspirara para darle la identidad auténtica que se respira desde el portón de entrada mientras se recorre el camino de tierra negra volcánica rodeada del viñedo y la silueta de los volcanes.
La rehabilitación del hotel, a cargo del ingeniero isleño Alexis Betancor, afrontaba un reto importante con esta casa que perteneció a Gumersindo Manrique, el padre del artista más conocido y con más impacto en la isla de Lanzarote. Para ello, los responsables de las obras se empaparon de la arquitectura local y la obra de Manrique. “La piscina está inspirada en los Jameos del Agua”, asegura el director del hotel, Sebastien Jover, siempre con una sonrisa disponible. La piscina climatizada, con un efecto playa, en la que puedes ir entrando gradualmente mientras pisas un material agradable y antideslizante, es uno de los grandes atractivos del alojamiento.
“La casa está llena de secretos”, revela Sebastien mientras muestra un bernegal original, que servía para filtrar el agua, tan preciada en esta isla, que caía de la lluvia o el rocío. Gracias a esto, precisamente, la infraestructura antigua del edificio ha dejado joyas como el reservado del restaurante del hotel que se ha construido en un antiguo aljibe. Y hay muchas más sorpresas, caminar con los ojos bien abiertos es la única condición para descubrirlas. La puerta original de tea que se mantiene intacta en uno de los pasillos; el suelo negro de los patios traído de la Cantería de Arucas; los azulejos hidráulicos originales de Sevilla en una de las entradas…
“Pero, lo mejor para mí, es el corazón, el alma, puesto en cada detalle. Aquí todo lo que ves de madera ha sido trabajado por un carpintero local en su taller o las lámparas, que están hechas a mano”, cuenta orgulloso de este trabajo artesanal que garantiza esa peculiaridad que aleja a ‘César Lanzarote’ de la globalización en la que se ha visto sumergida el sector. “Podrías hacerte una foto en la entrada de un hotel y no saber si estás en París, México DC o Nueva York”, subraya. Sin embargo, “aquí sí sabes que has llegado a un lugar diferente, a Lanzarote, donde además el tiempo se detiene nada más atravesar la primera puerta”.
Al igual que el hotel que dirige, Sebastien Jover no es un director al uso. Ha vivido y trabajado en muchos países del mundo, está muy comprometido con el proyecto y resulta tan cercano -para el cliente que tiene ganas de conversar- que a veces el huésped se siente como si hubiera sido invitado a la casa de un buen amigo para compartir lo mejor de su hogar.
Esa profesionalidad marca la diferencia -la atención personalizada es un lujo- y va más allá del propio director. El hotel abrió a mediados de octubre, y pese a estar recién estrenado el personal aplica sin esfuerzos toda la experiencia que traen del mundo de la hostelería. “Están pero sin estar”, se ríe Sebastien con una frase que resume con eficacia la clave del buen servicio: estamos para lo que necesite el cliente pero sin molestar. El equipo, de unas 30 personas, es cercano, amable y cálido como la isla.
Para respirar el aroma a Lanzarote de la casa, que en otra vida también fue una conservera o una escuela, es fundamental sentarse en alguno de sus dos patios interiores. El típico canario, con sus escaleras de madera, el mobiliario colorido o las lámparas tejidas a mano; o el conocido como el de César Manrique, más blanco y luminoso. Ambos realzados por la cantidad de plantas que encajan en el espacio para sumergir al huésped en esa tranquilidad que se respira en medio de la naturaleza. Aquí, como en otros hoteles de Numa ('Amagatay' y 'Morvedra Nou' en Menorca), la encargada de esa decoración, capaz de mimetizarse con el entorno con una delicadeza moderna y divertida, ha sido Virginia Nieto.
En las habitaciones, pese a que cada una es única, se mantiene la tónica de los tonos blancos y verdes, mezclados con tejidos naturales en alfombras, ropa de cama o cortinas, donde las macetas vuelven a aportar esa belleza ancestral que solo consiguen las plantas naturales. Pero en los cuartos, lo antiguo y lo moderno alcanzan la fusión ideal para que el cliente sea capaz de vivir la elegancia de la edificación canaria con la domótica necesaria para facilitar la estancia a un viajero actual. De la misma forma que en el baño conviven, para felicidad absoluta del cliente incapaz de decidirse entre una ducha rápida o un baño relajado, una ducha de alcachofa gigante con una bañera.
Cada cuarto, una veintena en total, cuenta al lado de su puerta con la planta o la flor prensada en resina que da nombre a cada uno. Un delicadeza que te prepara para descubrir que originalidad se esconde tras una habitación llamada la buganvilla, la coronilla, la malvasía o la pitera, entre otras muchas. Solo hay una que lleva un nombre diferente, una suite con vistas al mar, llamada Gumersindo Manrique, respetando el lugar donde se cree que dormía el padre del artista lanzaroteño.
El propio director del hotel sabe que el lujo de ‘César Lanzarote’ proviene de esa atención global que se le da al cliente. “Desde que llega al aeropuerto hasta que se marcha del alojamiento vamos a estar pendiente de sus necesidades”, afirma sabiendo que eso exige saber leer los deseos individuales. Hay huéspedes que prefieren llegar y descansar en la habitación, otros recorrer la finca –‘César Lanzarote’ está rodeado por un viñedo y un huerto de ‘Finca Machinda’, que abastece con sus productos a la cocina-, disfrutar de la piscina y sus camas balinesas rodeadas de vegetación autóctona o sentarse en la terraza privada de la habitación, en el caso de haber elegido una superior, desde donde las vistas al mar dejan ver los días despejados las islas de Lobos y Fuerteventura.
Para completar ese cuidado integral en el alojamiento, la gastronomía es uno de sus apuestas principales. Con el asesoramiento del chef Juanjo López, la carta del restaurante destila recetario canario por los cuatro costados con un respeto al producto de proximidad típico en este cocinero y con los toques creativos que le permiten jugar con los platos conejeros mezclándolos sin miedo. El encargado de velar por estos valores en la cocina es Alejandro Martín, jefe de cocina, que se sirve del proyecto de ‘Finca Machinda’ con el trabaja ‘César Lanzarote’, para garantizar hortalizas, frutas o huevos procedentes de un cultivo y cuidados responsables.
La sala la lleva con una atención exquisita, Moisés Santana, seguido de su mano derecha, la sumiller Cristina Pardo, encargada de maridar con alegría el brunch, una de las maravillas de la casa, y el menú degustación. También hay carta para los que no quieran sumar muchos pases, pero la experiencia completa merece la pena, al menos en una de las comidas. Alejandro es capaz de sumergir al comensal en los sabores del mar a través de la carne dulzona de las gambas y carabineros de La Santa o la fuerza de la morena frita; enamorarte con su ensaladilla o su aguacate al mojo verde; o hacerte soñar con su cochinillo negro canario antes de darte una feliz estocada final con una panacota con miel de palma.
La cuidada decoración del comedor vuelve a apegarnos a los orígenes de la isla tanto con la vegetación, como el mobiliario, los cactus que surgen en forma de candelabros o dibujados en la mantelería, o esa piedra volcánica que sale del suelo para sujetar la barra en la zona de coctelería. Si al atardecer, uno puede con más energía isleña después de recorrer cada rincón del hotel, sentado en la terraza -con los volcanes rojizos o el Atlántico como panorámica- se constata cómo ‘César Lanzarote’ late acompasado al ritmo del corazón de esta isla.
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