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A las cinco y media de la tarde empieza todo. A esa hora ha descendido por la ladera el último esquiador mientras una larga fila de coches abandona los aparcamientos de la estación de esquí de Formigal. El ir y venir de remontes y telesillas se detiene y, en unos minutos, el silencio se adueña de un espacio que era puro bullicio.
A las montañas de Aramón, donde habitan ‘Las Mugas’, llega un tiempo nuevo de descanso y de acogida. Así lo sienten las cuatro parejas que van a disfrutar la experiencia de pasar una noche en este escenario, casi al raso.
El punto de encuentro es en Anayet. Una máquina ratrack -el vehículo que se utiliza para pisar la nieve- es el medio de transporte para acceder a los aposentos. No hay otra forma de subir. Equipajes, mochilas, esquís, personas… Todo listo para iniciar un viaje de apenas diez minutos.
Poco tiempo de trayecto, pero mucho desnivel acumulado. Es la primera sensación al llegar a ‘Las Mugas’, ubicadas en un balcón privilegiado de la montaña. El único atisbo de civilización que se intuye desde arriba es la localidad de Formigal. Un pequeño punto en el mapa. Lo demás, naturaleza y espacios abiertos e inabarcables con un solo golpe de vista.
No conviene entretenerse en deshacer equipajes. Un primer y rápido vistazo a la singular estancia y de nuevo al exterior. El ocaso espera. Durante el atardecer, la paleta de colores del cielo va cambiando de los anaranjados y azules intensos a los tonos pastel del último rayo de sol.
Ese momento, con las cumbres de los tres miles pintadas de rosa pálido, es mágico. Como la hora azul que llega a continuación, cuando el cielo se tiñe de añil intenso antes de que la negrura lo invada todo. La bienvenida no puede ser mejor.
Antes de que la noche se adueñe definitivamente del escenario, se percibe que el impacto medioambiental en la zona es escaso. Los iglús habitacionales son, en realidad, domos geodésicos instalados sobre estructuras desmontables. No ha habido que hacer cimentaciones ni hormigonados. Además, absorben la energía del sol, que se aprovecha para aclimatarlos.
Todavía queda tiempo hasta la cena. El cielo está despejado, así que se disipa el efecto invernadero y la temperatura cae rápido. Al entrar en la muga todo cambia. La cálida sensación de los 21 grados regulables a gusto del cliente lo invade todo. Hay que empezar a quitarse capas.
Toca recrearse en la estancia. La cama, inmensa; la suavidad de las mantas; piel y cuero en el diseño de alfombras y sillas, y madera, mucha madera. Calidez y acogimiento. Las mesillas de troncos cincelados por una mano artesana evocan el estilo nórdico. Invitan a viajar con la imaginación al norte de Europa desde este rincón de las montañas de Aragón.
En el exterior hay alternativas: dar un pequeño paseo o elegir un poco de acción y deporte. Es lo que sugieren los trineos. Ainoa Pastor y Manuel Sobrino son los más jóvenes del grupo y se apuntan a ello. Una pequeña ladera, de escasa pendiente, que comunica los iglús se convierte en improvisada pista de descenso. Riesgo cero. Risas, fotos y muchas ganas de pasarlo bien.
Toni Hurtado e Isa Navas aparecen en escena. Es la hora de la cena en el domo central. Él, cocinero de Mallorca; ella, camarera de Sevilla. Los dos, fuera de su hábitat natural, pero encantados. “Este lugar desprende una energía muy bonita; se respira mucha paz”, comenta Isa, al tiempo que su compañero describe las sensaciones que percibe cada día: “Me sigue sorprendiendo la cara de la gente cuando ve un lugar tan mágico”.
El comedor puede acoger a 18 comensales en un ambiente íntimo. Nada de aglomeraciones. El menú está cargado de detalles: tiene un punto gastronómico, apuesta por productos de cercanía, reinterpreta la cocina tradicional…
Para abrir boca, blinis con trucha ahumada de la piscifactoría de El Grado y, a continuación, un reconstituyente natural versionado: sopa de ajo con huevo poché y escamas de jamón. Un cilindro de ternasco de Aragón asado, de la raza churra tensina, describe en el paladar sensaciones de cocina de la tierra, para terminar con una torrija caramelizada con helado de arroz con leche.
El menú es intenso y está regado con vinos de la Denominación de Origen Somontano. Invita a dar un paseo antes de recogerse y se puede hacer. Con una especie de crampones de goma, que se adaptan al calzado, se camina perfectamente sin resbalar sobre la nieve helada.
En cualquier caso, la muga espera. Si hay suerte, con el cielo despejado y la luna asomando entre las montañas, hay que apagar las luces. En ese instante se ilumina el gran ojo de pez que hay frente a la cama y la escena adquiere tintes mágicos. No es que se intuya el perfil de las montañas, es que se ven perfectamente al hacer la nieve de espejo sobre el que se refleja la luz de la luna.
Hay una cortina para dejar la estancia a oscuras, pero hacerlo casi es un sacrilegio. Más que nada porque pensar en despertarse con las primeras luces del día acariciando el rostro anticipa el que puede ser otro momento especial.
“Ha sido increíble”, asegura Alfredo Elías, “a las siete de la mañana he sentido la claridad del día, así que hemos disfrutado de los colores que han ido apareciendo en el cielo”. Algo parecido comenta Ainoa. “No soy de madrugar, pero es que no me hubiese perdonado perderme este amanecer; es algo que no olvidaré nunca, esos tonos morados y rosáceos del cielo”.
Hay margen para recrearse hasta que a las nueve de la mañana se sirve el desayuno. Contundente. Fruta variada, quesos y embutidos, mantequilla y mermeladas caseras, tostadas, aceite y tomate, repostería… La gasolina imprescindible para lo que espera a continuación: una excursión con raquetas hasta el cercano ibón de Culivillas.
Rubén Martín es el guía que dirige la expedición. Muestra el manejo de las raquetas y ofrece precisas, didácticas y divertidas explicaciones sobre la vida en montaña. En primer lugar, sobre el entorno que rodea a ‘Las Mugas’: “Aquí empieza el Pirineo Central, con las cumbres más altas; de oeste a este, el Balaitus es el primer tres mil y, a partir de ahí, 200 más”.
Rubén también sitúa el collado del antiguo paso a Francia, cuya frontera está a tiro de piedra. Pero, durante la excursión, él está especialmente interesado en hablar de la nieve para mostrar cómo se comporta en función de lo dura o blanda que esté o del tiempo transcurrido desde la última nevada.
Cada consejo es una lección para manejarse en ambiente de montaña invernal; para descubrir que alrededor de la nieve se pueden hacer cosas que nada tienen que ver con la exigencia técnica del esquí; o para darse cuenta de que calzarse unas raquetas es algo que está al alcance de cualquiera.
Eso es lo que sucede durante el paseo de hora y media. Rubén habla del blanco manto, pero otros compañeros lo hacen de las formas de vida autosuficiente, de técnicas de supervivencia o de cómo se orientaban los pastores por la noche en este ambiente hostil y qué métodos utilizaban para hacer fuego.
Para las cuatro parejas llega el momento de la despedida. Su rictus refleja, al mismo tiempo, pena y alegría. Es hora de bajar a la civilización. Unos lo hacen esquiando, otros en el telesilla Culivillas y algunos caminando con las raquetas.
También toca hacer balance. Nora y Alfredo explican que esta experiencia se la regalaron sus hijos en Navidades “y no les podemos estar más agradecidos; todas las expectativas que teníamos se han cumplido: el confort, la atención exquisita, los paisajes y las vistas, el valor que se le da a la naturaleza...”.
Ainoa y Manuel son de Alicante y habían pasado alguna noche en otras burbujas parecidas. “Nos ha sorprendido lo bien aisladas que están y el calor que hacía dentro, pese a los diez grados bajo cero del exterior”. Además, destacan que se han sentido “muy cómodos, con mucha intimidad a pesar de estar con más gente, y luego, claro, están los Pirineos, que no tienen nada que ver con otras montañas. Para repetir”.
A modo de colofón, Alfredo resume lo de especial y diferente que, a su juicio, tiene esta cita: “En primer lugar, disfrutas mucho programándola porque no sabes muy bien a qué te vas a enfrentar; luego, alrededor de todos los momentos que vives, como si fueran las secuencias de una película y, finalmente, evocando las imágenes que se quedan en la memoria y en las fotografías, que son para toda la vida”.
‘LAS MUGAS’ - Formigal-Panticosa. Huesca (Valle de Tena). Tel. 974 498 282.
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