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La hoya berciana es un pequeño milagro de la geología. Un recurso tan generoso que, en sus paisajes, conviven las escenas más bucólicas con las siluetas de monstruos industriales. Sus recursos mineros, por ejemplo, se explotan desde hace milenios, como hicieron los romanos con Las Médulas. Han sido muchos los que han llegado, han exprimido la naranja y se han marchado sin importar lo que dejaban atrás. Por suerte, han sido todavía más las generaciones de bercianos que, respetando a su Pachamama, han sacado su particular petróleo en forma de buen vino y mejores conservas.
De esto algo saben en el ‘Palacio de Canedo’, donde se tocan casi todos los “palos” del Bierzo. Nos recibe Flor, la gestora de este negocio hiperactivo y multidisciplinar con más de treinta años de trayectoria. “Alguna vez nos ha llamado una escuela de negocios preguntando que quién lleva el marketing y les tenemos que decir que aquí no hay marketing, que solo contamos lo que hacemos”, se ríe levantando los hombros. Derrocha optimismo, pero no puede evitar sentir cierto abandono: “Yo creo que falta una conexión con la realidad porque, si queremos comer bien y medianamente sano, necesitamos producir en nuestro entorno”.
El palacio que gestiona ocupa una casona señorial barroca de 1730, monumento Bien de Interés Cultural que, en su día, sirvió a uno de los señoríos más importantes en la producción vitivinícola. En los años 90 volvió a la vida como hotel y bodega, además de como templo de las tradiciones y esencias gastronómicas bercianas. Desde entonces, su buque insignia es la viticultura ecológica, pero también elaboran artesanalmente el abecé de las conservas tradicionales del Bierzo, como castañas en almíbar, cerezas en aguardiente, peras en vino, pimientos asados…
Rodeado de sus propios viñedos de mencía y godello, el ‘Palacio de Canedo’ es un mirador privilegiado a la ondulada llanura berciana. La observa desde un punto elevado de su perímetro, ya casi en las estribaciones de la sierra de los Ancares, pero con una estratégica orientación sur y vistas a los montes de León. Tiene público de todos los rincones del mundo y, como forma un triángulo con Ponferrada y Villafranca, hay incluso “penitentes” del Camino de Santiago. “Hay una nueva generación de peregrinos que pasa de los albergues y que busca estancias con carácter”, cuenta Flor.
Peregrinos y demás viajeros encuentran en el palacio una genuina atmósfera berciana, de rústica elegancia, llena de referencias a las tradiciones, pero con las pinceladas de la singular personalidad de Prada. En el restaurante pueden probar clásicos leoneses como la cecina o el botillo, además de recetas algo más originales que incorporan las conservas tradicionales del Bierzo. También encuentran un catálogo de experiencias enoturísticas, una tienda delicatessen y una ubicación perfecta desde la que asaltar otros rincones del Bierzo.
Entre el mobiliario rústico se cuelan frases motivacionales y llama la atención un logo omnipresente: una silueta de un tipo con gafas de sol y patillas, a la que le acompaña el rótulo de Prada a tope. En terminología actual, se podría decir que es la marca personal de José Luis Prada, propietario y alma de este negocio. Pero una marca personal con cincuenta años de historia, o sea, creada antes de que ni siquiera se hubiera acuñado el término “marca personal”. Le ha servido para emprender decenas de proyectos, muchos de ellos orientados a dar a conocer los productos del Bierzo por todos los rincones de España.
Es imposible definir al polifacético Prada en un par de párrafos. De hecho, junto a la bodega hay una especie de museo de su vida. Una sala que preside su excéntrico coche de juventud, tuneado como para ir a un rally estilo western, con puertas batientes incluidas. Le gusta hablar de sus andanzas, pero solo cuenta de soslayo que ha sido varias veces alcalde de Cacabelos. Parece estar más orgulloso de su tienda de moda en los 70, de haber sido speaker y promotor de festivales, o de haber impulsado un equipo de fútbol femenino local hace treinta años.
“De chaval tuve la suerte de vivir otra vida, una de hace dos siglos en el occidente asturiano”, cuenta recordando las noches de verano que pasaba, con nueve años, en una palloza junto a un montón de animales; “eso es algo que llevo dentro”. Cuesta creer que, sin nada disruptivo en su relato, fuese capaz de ver con tanta claridad el rumbo de las cosas. “Yo, por ejemplo, de cocina no tengo ni idea, pero cuando pruebo una cosa que me retrotrae a un sabor o a un aroma de mi infancia, sé que va a funcionar en sala. La gente explota de felicidad cuando le tocas en el punto adecuado”.
La personalidad apasionada de Prada se refleja en su preferencia por los vinos jóvenes. “Tienen una fuerza y un ímpetu que no te dan los más envejecidos”. Tan jóvenes le gustan que, poco más de un mes después de la vendimia, ya están descorchando las primeras botellas de sus vinos de maceración carbónica. Son los únicos en la D.O. Bierzo que utilizan esta técnica de vinificación en la que las uvas fermentan antes de ser prensadas. Flor explica que “cada uva se comporta como si fuese un depósito en el que se hace una minifermentación, y así salen vinos muy afrutados y aromáticos”.
La maceración carbónica es un proceso espontáneo, por eso dicen que en ella estaría el origen del vino, ya que las uvas comenzarían a fermentar durante el transporte. A Prada le encanta porque le recuerda a las vendimias de su juventud y por eso celebra su llegada cada año, a principios de noviembre, con la Fiesta del Vino Nuevo, que vendría a ser su magosto particular, con la preceptiva castañada, además de conciertos. Sin embargo, el ‘Palacio de Canedo’ es mucho más que vinos jóvenes y su enólogo, José Manuel Ferreira, viene haciéndose cargo de unas ocho referencias que incluyen vinos envejecidos y hasta espumosos.
“El Picantal es un vino de paraje con una estancia de un año en roble francés, corpulento y rotundo, con el que hacemos el polo opuesto a la maceración carbónica”, nos explica Flor. A propósito de la clasificación de la D.O. Bierzo, cuenta que “esto no es como en la meseta, donde los viñedos son muy uniformes, aquí cada parcela tiene sus características específicas y hay suelos muy diferentes. Por eso la D.O. clasifica en vinos de villa o de paraje dependiendo de la procedencia”.
La filosofía de Prada está muy lejos de buscar la rentabilidad de cada centímetro cuadrado. Es un empresario infatigable de espíritu vanguardista, pero junto a su faceta nostálgica que busca recrear los sabores y los aromas de su infancia, aparece otra romántica que se rebela contra “un progreso mal entendido que va a destrozar el lugar en el que vivimos”. Sabe que está de prestado en esta tierra, que ha de cuidarla con un respeto casi religioso y por eso hace “los vinos que nos entregan las cepas cada año, con su impronta meteorológica”.
Recorriendo los viñedos, por las lindes vemos montones de árboles que se plantaron en paralelo a los viñedos. Por ejemplo, hay membrillos que también utilizan para hacer sus conservas. “Es como antes, que no se ponían todos los huevos en la misma cesta, por si venían mal dadas”, cuenta Flor. Pero no todo es cuestión de productividad para los Prada. A pesar de lo complicado que les ha resultado agrupar terrenos, han decidido “echar a perder” una parcela plantando un robledal, porque su orientación noreste no era óptima para un viñedo.
Al cultivar en ecológico, sin herbicidas ni abonos químicos, es importante elegir bien las parcelas. Si hay demasiada humedad y la orientación es norte, será más probable que aparezcan enfermedades. Así que ellos van buscando su equilibrio y buena convivencia con sus tierras. Por si no fuera suficiente, la Fundación Prada a Tope ha plantado un bosque didáctico con 53 especies en ocho hectáreas. Además, promueve unos premios de arquitectura tradicional y entrega anualmente la Castaña de Oro a bercianos que prestigian el nombre de la comarca. Casi sobra decir que, durante el verano, con las placas solares, consiguen autosuficiencia energética.
El palacio tiene solo un puñado de habitaciones, unas 15, pero eso les ha permitido dotar a cada una de su propia personalidad. Todas son pequeños universos de la rusticidad en los que impera la madera y las antigüedades, y donde piezas de la vieja vida rural cobran nuevos usos. Son especialmente valiosos los trabajos de talla, hechos ex profeso para el hotel, que se ven en los cabeceros de las camas o en las puertas de los armarios, además de en los frisos y planchas que decoran los pasillos y estancias comunes.
Las habitaciones más nuevas están ambientadas en el Camino de Santiago o en los productos del Bierzo. Las estancias con más solera homenajean a personajes históricos de la zona que quizá resulten familiares. Nos alojamos en la habitación de Ana Balboa y Pimentel, novena señora de Canedo y esposa de Diego Osorio y Valcarce. A nuestro lado, vemos la habitación de Don Alonso Yáñez. Son todos apellidos familiares para quienes hayan leído la gran novela romántica española El señor de Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco, que está ambientada precisamente en las proximidades del palacio y cuya lectura, al calor de la chimenea, puede la guinda au n día cien por cien berciano.
‘PALACIO DE CANEDO’ - Iglesia, 5. Canedo, Arganza, León. Tel. 987 56 33 66.
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