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Cuando la familia Nahmias desembarcó en el El Hierro en 2018, sus sueños venían amarrados a un hotelito ubicado en el embarcadero de Punta Grande, al que el alojamiento debe su nombre. El matrimonio, Davide y Paula, se había enamorado de este antiguo almacén construido en 1884 y que, casi un siglo después, fue transformado en lo que es hoy por el arquitecto José Luis Jiménez Saavedra. Cuando llegó la pareja, el hotel estaba prácticamente abandonado y muy deteriorado, hasta que ellos tomaron el timón.
Desde fuera, la piedra volcánica que constituye la fachada del hotel ya permite entender la integración del edificio con el entorno. Ubicado en una pequeñísima lengua de piedra volcánica, parece dispuesto a echarse al mar pero negándose a hacerlo, atraído por el magnetismo de la montaña, que lo llama desde atrás. Eso fue lo que debió advertir Davide la primera vez que lo visitó, tras conocer de su existencia en una página de Facebook de "gangas" canarias, y quedó irremediablemente prendido del lugar. Después, fue fácil convencer a Paula, que nada más verlo cayó bajo el mismo hechizo.
Ahora, este antiguo joyero y abogada, capitanean este barco de piedra que cuenta con cuatro habitaciones dobles y una suite. Las primeras, más que con vistas al mar, parecen estar construidas sobre él. Es un recordatorio constante de que el hotel pertenece y fue concebido para el mar. Durante las noches, el viento y el sonido de las olas sumergen en una auténtica travesía marina.
La suite, conocida como "Cabina del almirante", es el máximo exponente de una de las afirmaciones de Davide: "Queríamos darle una vuelta al concepto y traer a la isla unos servicios de los que carece, una oferta más exclusiva". Dispone de dos terrazas, que equivaldrían a la proa y la popa de este buque, orientadas una a la montaña y, la otra, al mar. Un enclave digno para colocar una enorme ducha para dos, forrada con madera de teca y una espectacular cascada para relajar el cuerpo y la mente. El cuarto, lleno de sorpresas, esconde la mejor en el techo de su cama dosel: una ventana al cielo para ver las estrellas antes de dormir.
En la planta baja del hotel, cuyo interior resulta más grande de lo que podría indicar su aspecto exterior, se abre como el cofre del tesoro de un barco pirata. Las joyas que flotan en las paredes o fondean en los rincones parecen no tener fin. Una maravilla para visitar con la calma que se visitan los museos. Hay baños que te sumergen directamente en el mar, con medusas que bailan aquí y allá o cangrejos de colores en las paredes, iluminados por la luz que se cuela directamente a través de un auténtico ojo de buey. En los pasillos o en la sala del restaurante, redes y cabos, catalejos, hélices, lámparas de antiguos barcos e, incluso, un telégrafo marino... son parte de una colección increíble de objetos marinos que han convertido este lugar en un auténtico museo para visitar.
"Esta es la mayor colección de objetos marinos de Canarias. Las placas de los barcos, que llenan las paredes del restaurante, pertenecen en un 80 % a barcos jubilados; el resto, son de barcos hundidos", asegura Davide orgulloso de esta exposición que él ha seguido aumentando en subastas. En la esquina de la sala se exhibe uno de los objetos más valiosos: el buzo Arturo. Con su propia escafandra y cuchillo, se trata de un traje auténtico del siglo pasado. Si uno no puede alojarse aquí, puede conocer esta colección visitando el hotel, siempre bajo reserva, abierto al público por ser un Bien de Interés Cultural en la isla.
Desde luego el Hotelito, como lo conocen los herreños, está muy ligado a la historia de la isla y, especialmente, al mar. Por esta razón, los dueños han intentado respetar este homenaje al Atlántico mientras aportan "un toque más moderno" a las habitaciones y al servicio, donde siguen primando, por encima de todo, el cuidado a los detalles. Un mimo que se aprecia en su gastronomía.
La cocina se ha puesto al servicio del producto local en un menú degustación elaborado para sacar todo el sabor al pescado de la isla, sus frutas tropicales o sus verduras. Y, por supuesto, a sus vinos. En un ambiente íntimo en la sala (o sobrecogedor en la terraza, si acompaña el tiempo), pocos comensales son los que pueden disfrutar de estos platos. Una apuesta única, por el momento, en la isla. Aquí hasta la vajilla, con su forma peculiar, ha sido pensada para mantener al comensal anclado a Canarias. Con cinco mesas en el interior, es difícil llegar y sentarse, por lo que se aconseja reservar.
Davide y Paula creen que el secreto de su éxito reside en "la pasión que ponemos en la labor que desempeñamos y nuestro amor por esta isla". Sin embargo, habría que sumarle a todos sus esfuerzos un detalle más: una ubicación mágica, que embruja como un canto de sirena al que llega hasta sus puertas, invitándolo a subir a bordo.