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La banda sonora del ‘Hotel El Sosiego’ es el silencio, al menos, ese que proporciona la naturaleza y que en realidad está sembrado de trinos de pájaros, algún canto de chicharra y los silbidos del viento. Cuando Fermín Abella Meléndez y Juan José Moreno decidieron comprar un terreno para montar un alojamiento está claro que sabían lo que buscaban. Hace seis años que decidieron acercarse a Madrid –vivían en Barcelona- y pensaron en trasladarse al norte de Extremadura, donde podrían encontrar ese sosiego que ha terminado definiendo a su alojamiento.
En su búsqueda a través de la dehesa extremeña, una Semana Santa marcaron 35 lugares para visitar con la idea de comprar. Así llegaron al último, ubicado en Villamiel, en una de las comarcas menos conocida de Cáceres (frente a las famosas Hurdes o La Vera). “No había nada construido, solo el campo. El camino era casi intransitable y entramos en un 4x4. Nos costó, pero fue llegar, ver las vistas sin fin y tomar la decisión”, recuerda Fermín emocionado por esa sencilla intuición que les llevó hasta el final de las visitas que tenían agendadas aquel día.
Y es que la llegada no es sencilla. Si lo fuera, no te perderías en medio de la nada. El camino es circular, tiene una vía de entrada y otra de salida, básicamente, porque es muy estrecho. Pero Fermín lo explica: “El camino tiene truco. Cuando se llega hay que entrar por el desvío de arriba, ese que pone 1,6 kilómetros para llegar a ‘El Sosiego’, hasta que llegáis aquí a la señal que pone 400 metros”. La bajada es por el desvío contrario.
Antes de poder impregnarse de esa calma que todo lo envuelve en ‘El Sosiego’ es esencial saber cómo mantienen a raya al “bicho”, como llama Fermín al coronavirus, a través de un sistema fantástico. Cada zona común tiene un espacio asociado al número de habitación, y así en el comedor el cliente siempre tendrá la misma mesa para cenar o desayunar; o una pérgola asignada con su número en la zona de la piscina, donde las medidas se extreman, además, entrando por una puerta y saliendo por otra. Cuando Fermín explica estas reglas anticovid y otras instrucciones básicas, como no dejar las puertas abiertas de las habitaciones si no deseamos visitas –estamos en medio del campo y la fauna no sabe de puertas- pasa a invitar a los huéspedes a que se sumerjan sin miedo en la tranquilidad.
Todo esta pensado de forma sostenible, como no podía ser de otro modo en este entorno. Desde las placas solares, hasta la piscina de agua salada sin cloro (de 18 metros de larga), pasando por las construcción de los edificios que componen el complejo. “Se ha construido de forma que mantenemos el calor en invierno y el fresquito en verano”, asegura Fermín para explicar por qué no hay aire acondicionado en los cuartos.
Las casitas, en cada una hay dos cuartos, perfectamente mimetizadas con la naturaleza, son rectangulares y, aunque las fachadas son blancas y destacan entre el verde de los árboles, “los techos son planos porque son de cobertura vegetal. Están hechos con una capa de tierra que guardamos cuando empezamos a construir para echarla encima cuando terminamos. Se consiguen dos cosas: una, funciona bien como medio aislante; y otra, es que se reduce el impacto medioambiental visual porque consigo integrar este techo con el suelo. Cuando el suelo está verde el techo está verde; y cuando está amarillo, pues está amarillo”, dice Fermín mientras pasea por la finca mostrando los caminos que lleva a una de esas casitas.
Solo hay seis habitaciones, número que ayuda a la sierra en estas diez hectáreas a dar más intimidad y privacidad a los clientes. Cada una dispone de espacio suficiente para que en el interior se sienta casi la misma sensación de libertad y expansión que se percibe en el exterior. “Son amplias, grandes. El espacio es el lujo aquí”, asegura el dueño, que ha apostado por no construir ni una sola escalera, ni un segundo piso, en las edificaciones para facilitar la accesibilidad.
Además, cada una de las habitaciones está decoradas de forma distinta, “elegida y pensada por nosotros con mucha inspiración ibicenca”. La decoración, sobria y elegante, se recrea en los detalles: artesanías locales o antigüedades interesantes, como el pupitre de una escuela o una radio del siglo pasado. Se agradece que pese a la buena gestión responsable que hay que hacer del agua (el hotel se abastece con un pozo), la alcachofa de la ducha es generosa. Detalles que para muchos marcan la diferencia entre una estancia agradable y una, excelsa.
El porche de cada cuarto se abre al campo con una extraña forma rectangular que recuerda a una pantalla de cine, solo que en vez de proyectarse una película se ve el bosque autóctono que rodea a la casa. Sentados en uno de los sillones del porche con un libro o sin nada, solo con las ganas de escuchar su silencio, se pueden deshojar las horas de la tarde esperando a que lleguen las primeras estrellas. ‘El Sosiego’ tiene el certificado Starlight, ese que garantiza que vas a ver un cielo mágico, sin contaminación lumínica.
Las mesas del comedor, ubicadas bajo un cuidado soportal, miran hacia la sierra pero también hacia las estrellas. Con una cocina bien cuidada, la cena es un plus más al sueño prácticamente imposible de estar perdido en este rincón en las montañas. Como dicen Fermín y Juanjo, ¿estás preparado para disfrutar del humilde lujo del campo?
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