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Ni Ana Luque ni Ángela Adrover confundían con gigantes los molinos del parque eólico que hay cerca del camino del Tejar, a la altura del kilómetro 6 de la carretera Jerez-Rota. Tampoco transitaron este paraje de la campiña de Jerez entre alucinaciones buscando aventuras de caballerías, sin embargo, reconocen que no les faltó un punto de locura, como a Don Quijote, para ver en la casa ‘Viña El Carmen’, el sueño de sus vidas.
Hace cuatro años esta pareja de emprendedoras decidió venderlo todo y comprar esta casa de viña del siglo XIX para hacer realidad su deseo: tener un pequeño alojamiento rural. Una casa de viña que había estado en uso hasta no hacía muchos años, pero pedía a gritos una reforma porque no tenía el mantenimiento actualizado.
Un gran recibidor con cinco botas de vino de Jerez, fino, amontillado, oloroso, cream y palo cortado de la bodega jerezana Blanca Reyes nos dan la bienvenida a la casa. El cliente puede servirse una copita él mismo al llegar e ir aclimatándose al lugar. Al fondo, un pequeño gimnasio que pueden utilizar los clientes.
“No podíamos tocar la estructura de la casa, por eso tenemos sólo tres habitaciones para huéspedes”, dice Ana. “Aún así, es una cantidad perfecta para poder dar el servicio que nosotras queremos”. Un servicio personalizado, familiar y cercano. Donde si el cliente quiere conversar con sus anfitrionas o los huéspedes de otras habitaciones, puede hacerlo, y si prefiere intimidad, también la tendrá. “Damos los desayunos a cada uno en una ubicación de la casa, si así lo quieren, y más ahora en esta situación sanitaria”, dice la sevillana.
Cada habitación está decorada por ellas mismas y de una manera distinta. “Queríamos que fuese como una casa, donde cada estancia tiene su personalidad y a su vez no desentona en el conjunto”, cuenta Ángela. Todas ellas disponen de cama king size, baño privado y tienen por nombre una de las variedades de uva con las que hacen sus vinos ecológicos.
La habitación Syrah es la más amplia, elegante, armónica y con mejores vistas de las tres. “Es la habitación principal. Cuando una pareja celebra su boda en ‘La Bendita Locura’ les regalamos una noche en esta habitación a los novios”, cuenta Ana mientras nos abre la puerta de la suite. La luz del amanecer entra por un gran ventanal que permite ver un mar de vides desde la cama. “Se nota la mano femenina en esta casa. Hemos cuidado todos los detalles”. La ducha de esta habitación es doble, para que la pareja pueda ducharse a la vez y cada uno tenga su grifo con la temperatura que desee. Hay una ventana a la altura de la vista desde la que puedes disfrutar de la campiña mientras te aseas.
La Petit Verdot tiene una decoración algo más industrial. Si en la Syrah no perdías de vista el viñedo, desde esta cama un escrito en la pared te recuerda que el vino empieza en la cepa y que, precisamente, el vino de Jerez no se comprende sin ese arraigo de su vid a la tierra albariza. La suite Tintilla de Rota es la más sobria y clásica de las tres habitaciones y, de nuevo, una referencia al viñedo en forma de fotografía de la vendimia recuerda que estamos en una casa de viña.
Las tres habitaciones, a su vez, tienen ventana a una de las joyas de esta casa: un gran patio con una piscina. Nada más salir a la piscina, un gran mural con temática vinícola capta nuestra atención -obra del grafitero y diseñador gráfico jerezano Rafa Ramos. “En verano la piscina es la zona que más se alquila”, cuenta Ana. Si viene un grupo que quiere hacer un evento en la piscina, se acuerda con ellos las consumiciones y la comida o el servicio que prefieran. Esa fecha se bloquea y no se hace ninguna otra reserva, salvo que alguien de ese evento quiera quedarse a dormir. Por este motivo, el mínimo para estas reservas es de 15 adultos. “Para nosotras es básico garantizar la tranquilidad de los huéspedes. No nos gustaría que alguien viniese aquí buscando descanso y disfrutar de los atardeceres y se encuentre con el ajetreo y el ruido de otra celebración a pocos metros”, dice Ana.
En ninguna de las estancias de la casa hay televisión, pero sí wifi. Ni siquiera en el gran comedor que tienen. “En la casa hay juegos de mesa, sillones cómodos y un billar, que se convierte también en mesa para comer o socializar, pero no queremos que haya tele. De hecho, pensé poner una cajita y que la gente deje sus móviles cuando llegue. Ángela me dijo: ¡no te pases!”, cuenta Ana entre risas. En esta misma estancia hay una colección de embudos que van comprando en mercadillos o los amigos les van regalando. “Lo del embudo y ‘La Bendita Locura’ fue idea de un dibujante de El Jueves amigo de Ángela, ya que un embudo en la cabeza representa la locura de los personajes en la ficción. Cuando tengamos muchos, haremos un pequeño juego: quien encuentre todos los embudos gana una botella de nuestro vino”, explica Luque.
Un cambio de vida
Ana es de Morón de la Frontera y economista, Ángela de Palma de Mallorca e historiadora del arte, y las dos eran felices en Jerez de la Frontera trabajando como asesoras fiscales. La idea de dejarlo todo radicalmente e irse a vivir al campo es relativa. Aunque su entorno veía la hazaña de estas dos mujeres como una locura, o una “bendita locura”, como ellas han bautizado a su casa de viña, de locas no tienen nada. Tienen las ideas y los números muy claros y por eso compaginan sus trabajos como asesoras con la puesta en marcha de este proyecto rural, que abrió al público en 2019.
Antes de ser de Ana y de Ángela, ‘La Bendita Locura’ fue propiedad de muchos hombres, pero tuvo nombre de mujer: ‘Viña El Carmen’, en honor a la madre de Rafael Lafitte Laffitte, el empresario que la compró en 1854, y también en honor a la virgen del Carmen, ya que hay una capilla anexa a la casa donde se pueden celebrar ceremonias católicas. Laffitte compró la casa al heredero del regidor Basilio Pérez Campuzano, quien adquirió -en los años 1814 y 1817- Miera y Santo Domingo, dos suertes de viña con las que formó esta finca. La casa fue pasando de unas manos a otras, algunos propietarios añadieron una nave que le da a la planta forma de L, y ya sus penúltimos propietarios comenzaron a enfocar este espacio hacia el enoturismo, catas, eventos y actividades que contribuían a la divulgación y disfrute del patrimonio natural de la campiña de Jerez.
Ahora, ‘La Bendita Locura’ tiene un fin similar, pero un carácter distinto. Pausado, privado y cuidado. “La experiencia que busca quien se aloja aquí para celebrar algo es disfrutar de la naturaleza, la tranquilidad y romper la impersonalidad de un alojamiento convencional. Eso lo descubren cuando vienen. Nuestra relación es muy cercana con los clientes”, dice Ana Luque cuando nos recibe en el gran patio delantero de la casa. Esta finca está ubicada dentro del término municipal de El Puerto de Santa María. Cuando pensamos en esta localidad gaditana, rápidamente la asociamos a buen pescado y un fantástico vino del Marco de Jerez. La conexión de una localidad marinera con el pescado la tenemos clarísima, en cambio, ignoramos la otra despensa gastronómica de esta zona de Cádiz: sus viñas.
A ‘La Bendita Locura’ la arropan hectáreas y hectáreas de viñedo pertenecientes al pago de Balbaína, 15 de ellas son propiedad de Ana y Ángela. De esta extensión, han dejado una hectárea para explotarla ellas mismas, hacer su propio vino ecológico y programar actividades como la vendimia en familia, catas en la viña, etcétera. En esta hectárea hay vides de palomino, syrah, petit verdot y tintilla de Rota, una variedad que estaba cayendo en el olvido. Con esta uva hacen dos tipos de vino, el Cárabe y el Currito Núñez, pero más adelante nos detendremos en sus vinos.
Si los huéspedes quieren hacer alguna de las comidas en la casa, disponen de una carta y reservan con un día de antelación lo que quieren comer. Ángela es quien se encarga de cocinar para ellos. “Hago cocina de la zona y de temporada e intento, en la medida de lo posible, utilizar producto kilómetro cero”.
De hecho, muchos platos salen directamente del huerto que hay alrededor de la casa, como las hortalizas del gazpacho andaluz o las mermeladas caseras que prepara la misma Ángela para el desayuno. Sus raíces mallorquinas también tienen presencia en sus fogones. “Casi siempre tengo sobrasada, que traigo de Mallorca, y hago trempó -ensalada típica de Mallorca, similar a la piriñaca-, o lo que al cliente le guste. Me adapto a todo”. Ángela, dicen las dos, es la menos loca de la pareja. Quizá sea por eso que esta parte del negocio en la que ella es reina y señora, la gastronómica, le han llamado ‘Maldita Cordura’.
Si fuera de los muros de esta casa nace la materia prima del vino, dentro de ella hay un espacio reservado para su producción. En la sala contigua al salón está la bodega donde se crían los vinos ecológicos resultantes de la hectárea de vides que Ana y Ángela cosechan. Un espacio amplio, polivalente, que sirve lo mismo para hacer algún evento que para pisar la uva y despalillar.
José Manuel Bustillo, un enólogo apasionado, es quien dirige la elaboración del Currito Núñez, el vino tinto joven, criado en barrica durante siete meses, y del Cárabe, un blanco ámbar, que recibe este nombre precisamente por su color. “Cárabe significa ámbar y Ángela jugó con lo de cara b para diseñar la etiqueta, que representa un vinilo”, dice Ana orgullosa.
De momento, la producción de estos vinos es pequeña, trescientas botellas en la cosecha de 2020, aunque piensan ir ampliándola en número y también con otros tipos. “Estamos probando a hacer un espumoso, pero de momento es un experimento, no sabemos cómo estará”, señala Ana. “La producción del vino está pensada, por ahora, para degustarla aquí mismo, con nuestra comida", añade Ángela.
Algunos clientes quieren celebrar su día especial en este entorno único, así que ‘La Bendita Locura’ se puede reservar para todo tipo de eventos. Recientemente han organizado unas cenas con astronomía, donde los asistentes cataron vinos con diferentes tapas que preparó Ángela y recibieron una charla sobre constelaciones y observación de las estrellas. “Funcionó tan bien que organizamos otra comida de día para explicar astronomía con sol, y seguramente retomemos la idea cuando pase el verano”, cuenta Ana.
Cuando el evento supera las 35 personas, el catering es externo. Y si quieres celebrar cualquier evento en la casa de estas dos mujeres enamoradas del Marco de Jerez, las dos condiciones son que seáis como mínimo 15 adultos y vengáis abiertos a disfrutar de este entorno con el respeto y la pasión que ponen cada día Ángela y Ana en él.
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