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En 'Mar de Fulles' tienen una filosofía: "dejar las preocupaciones en casa". Al pasar por la localidad de Alfondeguilla en dirección al hotel, el paisaje montañoso se convierte en protagonista y habla por sí solo. Este pueblo rodeado de árboles, enganchado sobre sólida roca en la margen derecha del río Belcaire, da la bienvenida al viajero al parque natural de la Sierra de Espadán. Saliendo por un desvío de la carretera, un camino forestal nos obliga a desacelerar la marcha entre campos de cultivo que poco a poco se van convirtiendo en un bosque que camufla al hotel. No vemos ni un solo poste de luz en el paisaje y varias veces hasta creemos que lo hemos pasado de largo.
Las señales de indicación nos conducen a un pequeño estacionamiento donde dejamos el coche a la sombra de un árbol. Una rampa entre un jardín de aromáticos da acceso a este singular edificio en lo alto de un loma, desde donde la vista alcanza a ver cimas agrupadas en formas singulares y un enorme cielo azul lleno de nubes.
Mirando hacia abajo, en dirección sur, se distinguen unas colmenas. Están pintadas de blanco para aliviar el calor del sol y son visitables. Producen la miel que se sirve en el hotel y con su acción polinizadora ayudan a conservar este paisaje. No salen a comer fuera: se alimentan de las plantas y frutales que este establecimiento ha plantado en sus diez kilómetros cuadrados de jardines para compensarlas de alguna manera de las visitas que reciben. Aquí todo está concebido de esta manera: toda acción humana que se lleva a cabo tiene una contrapartida con la naturaleza y, a la vez, la naturaleza da todo lo bueno que tiene a los visitantes.
Entrando en el bosque, siguiendo una senda entre madroños y setas, los alcornoques centenarios están a menos de diez minutos de la salida del hotel, donde se funde con la naturaleza. Al cabo de un rato, hemos perdido de vista todo rastro de civilización. Este es terreno de águilas y ardillas. La seña que define a 'Mar de Fulles' son los 160.000 metros cuadrados de bosque de alcornoques centenarios entre los que está enclavado.
Gran parte del corcho español que se ha usado para el embotellado venía tradicionalmente de esta zona. Ahora se sigue haciendo, pero de manera respetuosa. Son de visita obligada, entre el arbolado singular, los cinco alcornoques de más de 500 años, protegidos por ley gracias al hotel, para sacarse una foto bajo estos árboles mágicos. También hay un pequeño merendero con bancos de madera para organizar un almuerzo.
Juanma Urbán y su mujer Mariajo Serra no son una pareja de hosteleros convencionales. Tras hacer voluntariado en Greenpeace, quisieron que este lugar fuera un proyecto innovador que englobara ecología, sostenibilidad y eficiencia energética de alto rendimiento. Su objetivo: que los visitantes perciban los valores sociales y medioambientales que han puesto en pie con gran aceptación en la zona y en los medios.
La idea de negocio también es peculiar: en vez de un banco, captaron los primeros fondos a través de un crowdlending, micropréstamos privados aportados inicialmente por 129 personas, para construir la primera instalación solar financiada de esta manera. Ahora esta idea da luz y energía de cuarenta kilovatios a este complejo sin acceso a las redes eléctricas ni a las del agua. "Nuestra mayor debilidad, los escasos recursos económicos, fue nuestra fortaleza, nos obligó a ingeniárnoslas y a buscar proveedores que se transformarían en colaboradores, socios y amigos", nos dice Juanma.
Tras once años de recuperar esta zona de bosque quemada, el hotel funciona exclusivamente con las placas de energía solar, inclinadas de tal modo que no oculten la vista, con iluminación de bajo consumo y con un circuito cerrado de agua de un pozo propio cuyo caudal viene de la Cueva de San José y que es depurada para su uso potable mediante tres sistemas distintos.
Hay diez habitaciones, sin televisor, lo que aporta aún más calma a los clientes. Cada una tiene plantado a la entrada un árbol frutal diferente que las distingue. Su decoración sigue el armónico estilo lagom sueco donde prima la moderación. Todas tienen terraza, zona de estar, armario, ducha para ahorrar agua, secador de pelo, ventana en el baño, perchas y caja de seguridad. Requieren muy poca climatización porque no solo se ha tenido en cuenta el clima local, sino que el hotel está orientado para que aproveche los movimientos de brisa del mar y reciba el sol menos molesto.
Los materiales aislantes de su construcción también están seleccionados para que sean lo más frescos posible. Para ello se usaron –como en todo el hotel– materiales nobles, como la madera; los muros son de termoarcilla; los enfoscados están hechos con cal y los cristales reducen el consumo a ser bajo emisivo. Los colchones han sido escogidos especialmente para un descanso perfecto sobre materiales naturales. Existe, además, un albergue que se encuentra en la parte superior del edificio principal. Se puede alquilar cualquiera de sus cinco habitaciones con vistas a la sierra para grupos a precios asequibles y tiene una capacidad de 40 plazas de hasta ocho personas en literas de madera con armarios individuales.
Subiendo unas escaleras se puede disfrutar del agua fresca de la imprescindible piscina, tratada con sal para evitar el cloro. Su aparente forma caprichosa se debe a las muchas aportaciones de diseño que se han tenido en cuenta. Se nutre del agua natural del pozo y desde ella el espectáculo del paisaje, debido a la perspectiva y a la altura, es impresionante. Si se quiere pasar del agua de la montaña a la de la playa, nada más sencillo: la playa de Les Cases está a dieciocho kilómetros y aún están las del Grao, la del El Cerezo y otras tres a solo un kilómetro más de distancia.
Si Santa Teresa comparaba el alma con un huerto buscando la manera de explicar la paz interior a través de metáforas, aquí las disciplinas físicas y de relajación tienen un lugar perfecto para llevarse a cabo. Jornadas de yoga, pilates o taichí y talleres impartidos ante los amplios ventanales, que parecen mantenerte como suspendido en el cielo. Todo tiene lugar entre sosiego, tranquilidad y aire puro. Se nota una energía positiva, liberadora del estrés, que no se nos brinda fácilmente en otros lugares.
Pero no crean que 'Mar de Fulles' es un monasterio. También empresas y organizaciones privadas de todo tipo pueden realizar sus conferencias, reuniones o jornadas con todo lo necesario para poder crear en calma. Sus dos salas interiores con capacidad para de hasta 170 plazas las más grande, y hasta 70 plazas la del piso de arriba, están pensadas para organizar experiencias –cuidadas con todo cariño– comportando wifi gratuito, música, animación infantil, iluminación y menús adecuados para todos. Se pueden reservar los espacios, las salas, albergar a grupos y hasta contratar servicios de taxis o alquilar bicicletas. Una amplia terraza-mirador decorada con bombillas de filamento y cubierta con toldos de velas de lona así como un gran patio exterior permiten celebrar desde una boda a un cumpleaños hechos a medida.
Justo a la entrada de la senda del bosque hay una acogedora vivienda luminosa, circular, de setenta y dos metros cuadrados, llamada la yurta. Aquí se pueden hacer actividades, especialmente de relajación, de ejercicio o de crecimiento personal, para empresas y grupos.
No solo los materiales de construcción, como la madera, sino también los alimentos son aquí de proximidad. No se consumen productos envasados, de aluminio o desechables. Los residuos orgánicos se utilizan para hacer compost. El concepto kilómetro cero cobra vida cuando vemos desde los ventanales del comedor a Juanma, en el jardín, cortando los aromáticos que van a servir para preparar su menú. Quizá el tomate que vamos a comer lo ha plantado el personal de sala.
Sandra, Cris e Isa son las camareras que atienden en todo, como por ejemplo variar el menú para un comensal vegetariano. Son un equipo dedicado al proyecto desde que entraron, consiguen que el tiempo vuele, y en ese proyecto se entiende también la amabilidad como un valor añadido. Tanto los clientes, como los trabajadores y los proveedores son tratados con todo respeto, ya que, como nos dice Juanma, "no hay ecología sin una ética personal". Como muestra de su cocina y después de degustar dos tipos de aceite hecho por ellos, sirven de primero un refrescante gazpacho de remolacha con los pepinos y pimientos verdes que hemos visto en su huerta ecológica. El pan de harina de espelta, de miga entre esponjosa y densa, viene precocido por una panificadora artesanal cercana y lo hornean en el momento.
Sigue una focaccia artesana de aceitunas y brócoli. Mientras se come, se observa por los ventanales que todos los verdes se igualan y las ramas de los chopos se mueven por la proximidad de nubes de lluvia como un inhabitual espectáculo. El primer plato es cordero lechal de Viver, un pueblo próximo, cocinado durante dieciséis horas, acompañado con puré de calabaza y patata. En copa, proponen un vino tinto ecológico embotellado especialmente para el hotel, el vino más premiado de las bodegas Vegalfaro.
La comida invita a hablar de comida y en estas cuestiones se valora desde la compañía en la mesa al trato exquisito del personal que a cada vez desaparece para lavarse las manos. Las mesas amplias nos permiten comer con la necesaria separación. Las sillas son espaciosas. Las cortinas traslúcidas que dividen el comedor hacen que el conjunto sea espacioso, luminoso y agradable. La comunicación visual es muy importante. El personal puede ver desde las ventanas de la amplia cocina las reacciones de los clientes y estar atentos a sus más mínimos gestos por si a alguien parece no gustarle un plato o si una mesa se queda sin vino o cerveza artesana.
El nuevo jefe de cocina, Javi Lloria, es de Sueca y ha preparado como plato principal una paella de pollo de corral y confit de pato con arroz bombita de la cooperativa Molino Roca. Cuando la presenta, la gente se levanta y saca fotos. No es para menos. Javi ha trabajado en el restaurante 'Armani de la Quinta Avenida', entre muchos otros, por eso domina tanto lo tradicional como lo más sorprendente, pero confiesa que trabajar con productos de primerísima mano es una experiencia mágica para un cocinero: "Es imposible que algo no tenga sabor aquí".
En efecto, la despensa de la cocina está prácticamente vacía porque solo se trabaja con producto fresco, ecológico, de comercio justo, libre de transgénicos, sin aceite de palma. La huerta es su almacén. El postre lo culmina un refrescante mojito granizado con hierbabuena, fresas y albaricoques. Nada más acabar, el personal prepara ya la cena con quesos, embutidos de Viver, rollo primavera de pato, croquetas y más cosas que no alcanzo a ver.