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"Ha costado mucho esfuerzo y trabajo -tres años completos-, pero nos ha quedado un Parador de lujo y con mucho arte". Ana Domínguez, leonesa enamorada de la luz especial de su ciudad, lleva 14 años trabajando en la cadena hotelera pública y hace un año, justo después de la reapertura, se hizo con las riendas de este edificio histórico que es "un auténtico museo con habitaciones". Desde su fachada plateresca a la colección de más de 500 obras que alberga su interior, el Parador de León se convierte en uno de esos alojamientos donde "una noche se queda corta para disfrutarlo plenamente".
El Convento de San Marcos acogió durante siglos a monjes de la Orden de Santiago, que controlaban desde aquí el único paso sobre el río Bernesga en el Camino Jacobeo hacia Santiago. Tras la Desamortización, sus estancias han dado cobijo a un instituto de enseñanza, escuela veterinaria, cárcel provincial, hospital de enfermos de viruela, oficinas del Ejército, caballerizas militares, incluso un indigno campo de concentración durante la Guerra Civil. Y, desde 1965, hotel. Recorremos algunos de sus rincones más sorprendentes con su directora.
Descarga tu maleta del coche, cruza tranquilamente la diáfana Plaza de San Marcos y plántate en el centro de la misma. La luz de León, tan especial y única, se exhibe en la fachada del Parador, antiguo convento de la Orden de Santiago. La de la mañana resalta los blancos de este espectacular lienzo arquitectónico del Renacimiento, casi haciéndola cegadora; la del atardecer, tiñe de anaranjados y dorados cada detalle escultórico. El convento y hospital de peregrinos que se levantó en el siglo XII a orillas del río Bernesga, en pleno Camino Jacobeo, se transforma, a partir del año 1531, en un exponente del poder de la Orden de Santiago. "Es el rey Fernando el Católico, maestre de la Orden, quien impulsa su reconstrucción, en la que participan artistas franceses de la talla de Juan de Juni, Juan de Angés, Guillén Doncel o Esteban Jamete", explica Domínguez.
Se trata de una representación para mayor gloria del monarca Carlos V, comparándolo con personajes míticos e históricos de la Antigüedad, como el emperador Carlomagno. En los grandes medallones aparecen efigies de guerreros, monarcas, personajes bíblicos; mientras que en los frisos se recrean batallas entre dioses y titanes de la mitología griega, sin que pueda faltar la figura de un Santiago Matamoros blandiendo su espada. Esta perla del arte plateresco, cuya construcción se prolongó durante casi dos siglos, se remata con una peineta con el escudo real y un rosetón coronado por la figura de la diosa Fama.
Al entrar en el Parador de León, a mano derecha, nos llaman a capítulo, como a los antiguos monjes santiaguistas. "La Sala Capitular era el espacio donde se reunía toda la congregación a diario, se leían las normas de la Orden, el prior encomendaba tareas y se hacía registro de los problemas y resoluciones adoptadas por la comunidad". También se juzgaba las faltas cometidas, de ahí surge la expresión "llamar a capítulo" cuando se quiere reprender una actitud o pedir explicaciones por un comportamiento. Nada más cruzar la puerta acristalada, la vista se eleva imantada por el magnífico artesonado mudéjar del siglo XVI. Construido en madera de alerce, destaca la labor de talla, con artesones y casetones decorados con piñas y flores, y un friso con angelicales querubines.
Tras la reforma del Parador ya no es necesario dejarse la nuca en el intento de admirar esta obra, pues se ha colocado una gran mesa de espejo donde se refleja. Los grandes muros de piedra están vestidos con tapices que recorren tres siglos, del XVI al XVIII, con motivos bélicos, religiosos y heráldicos. "Es uno de esos rincones ideales para la lectura, tomar un café o seguir un partido de fútbol en la televisión", apunta la directora. Una gran cristalera separa la sala del Museo de León.
A pesar del frío con el que se despide el invierno, el Claustro suele ser un espacio muy acogedor durante todo el año. La sensación de recogimiento y sosiego conventual nos invade mientras en la cabeza suenan los compases medievales del arpa, el laúd y el tympanum. En las galerías, cubiertas por tramos de bóvedas de crucería apoyadas en ménsulas, se vislumbran los matices renacentistas y barrocos de las dos épocas en las que fue construido. Es un buen entretenimiento buscar entre los medallones de las claves las imágenes de santos, ángeles, detalles florales, calaveras y las omnipresentes cruces y conchas de Santiago.
Escoltando los distintos tramos de las galerías, cual guardianes guerreros, se erigen las estatuas de San Juan Bautista o Santiago Apóstol. "No estaban originariamente en el Claustro, pues son planas por detrás". También se exhiben epígrafes y escudos heráldicos de familias leonesas relacionadas con la Orden, que rememoran el antiguo lapidario del museo.
En una esquina, invadida ahora por las palomas -"no sé qué hacer ya con ellas", se lamenta Ana Domínguez-, descubrimos un altar de piedra obra maestra del escultor Juan de Juni. Se trata de un Nacimiento, con las figuras de san José, el niño Jesús y la virgen María -lo que ha sobrevivido al paso del tiempo- y que destaca por su original perspectiva renacentista en un ambiente urbano, de edificios clasicistas. "Antiguamente se colocaba un candil en la parte trasera, para resaltar la perspectiva del altar".
Y si se está cansado de estirar tanto el cuello, también se puede contemplar los mosaicos del suelo. Piedra a piedra, siguiendo sus propios bocetos, los montó el teniente Cástor González, del Ejército Republicano, recluido en 1938 en este convento que los golpistas convirtieron en un siniestro Campo de Concentración durante la Guerra Civil española. Se conservan algunos dibujos suyos de la Sala Capitular, atestada de presos y enfermos, así como retratos y caricaturas.
"Entramos en la zona más fotografiada del Parador", anuncia la directora. Una amplia escalera, erigida en 1615 al regreso de los frailes a San Marcos tras su destino extremeño, preside la estancia. Aquí se ubicaba, antes de la última reforma, la recepción, "pero era un espacio mucho más oscuro, con cuero negro, paredes de piel, alfombras rojas y mucho mucho mobiliario de madera caoba por cada rincón. Ahora hemos conseguido más sensación de amplitud y luminosidad, con una mezcla entre lo moderno y lo clásico y tonos muy bien integrados", destaca Domínguez. "Hemos redescubierto muchas obras que estaban, pero que pasaban desapercibidas por la saturación de los espacios".
Aquí se exhiben algunas de las piezas clásicas más representativas de la colección del Parador, del medio millar que se ha rescatado del almacén cuando se iniciaron los trabajos en 2018. Pinturas religiosas, como la Inmaculada Concepción de Antonio Pereda y Salgado, óleos sobre cobre de Guilliam Forchondt, tallas, retratos, paisajes flamencos, varios espejos del siglo XVIII con marcos de pan de oro... O tres tapices, restaurados por la Real Fábrica: el de Vertummo y Pomona, el Escudo de armas del II Conde de Añover de Tormes y el de don Gaspar de Guzmán y Pimentel de Ribera y Velasco de Tovar (¡será por apellidos!), más conocido por el conde-duque de Olivares, el todopoderoso valido del rey Felipe IV.
A pesar de la profunda transformación del interior del Parador, aún quedan estancias en las que se vivir un viaje en el tiempo. Prueba a sentarte un buen rato en el sofá Chester de cuero rojo de la biblioteca, a la que se accede por el Claustro Alto. Sumérgete en la lectura de un libro de Josefina Aldecoa, Julio Llamazares o Antonio Gamoneda -tres ilustres escritores leoneses-; explora la belleza cautivadora de la arquitectura de la catedral de León; o redescubre la historia de este Reino, cuna universal del parlamentarismo. La biblioteca acogió durante siglos los triforios de la iglesia, un espacio donde los nobles podían asistir, desde sus balcones, a los oficios religiosos sin mezclarse con la plebe.
Tras la desamortización del siglo XIX, gran parte de los fondos documentales que habían conservado los frailes, sobre viajes, ensayos morales, textos clásicos o humanistas, se perdió. Hoy solo se exponen dos magníficos cantorales de los siglos XVII y XVIII, que servían para la práctica del canto gregoriano que entonaba el coro. El resto de la colección -de más de 500 libros- es aportación del Instituto Cervantes y del Instituto Leonés de Cultura, y todos versan sobre autores, historia, registros, geografía, arte, gastronomía, cultura o legislación de la provincia de León.
Parece casi un milagro que el paso del tiempo haya permitido conservar en su actual estado la maravillosa Sillería del Coro de la iglesia de San Marcos. Labrada en madera de nogal, lleva la firma de los mismos artistas renacentistas de la fachada, los franceses Juni, Doncel y Angés. Fue desmontada y montada hasta en tres ocasiones, acompañando a los frailes santiaguistas en sus exilios de León; respetada por las tropas napoleónicas, tan aficionadas al expolio y la destrucción; sobrevivió al abandono y a las condiciones paupérrimas a las que sometieron a los presos del campo de concentración, pues aquí también se alojó a presos políticos durante la Guerra Civil.
El cuerpo superior cuenta con 45 sitiales, decorados con referencias a los santos y el Nuevo Testamento, reservados para la alta jerarquía de la Orden. Los 29 sitiales del nivel inferior aluden al mundo pagano y judío, representados por sibilas y profetas del Antiguo Testamento. Por la vidriera del rosetón superior penetra la luz policromada, que es un auténtico espectáculo que se puede contemplar solicitando la apertura de este espacio en la recepción.
Cuando se inició las reformas del Parador en 2017, Mina Bringas, la arquitecta encargada del proyecto, tuvo una idea clara: "recuperar la volumetría original del edificio, su corazón, entorno a un patio. Lo denominamos atrio, en referencia a la domus romana, que era el centro de la vivienda desde donde se distribuían todos los usos". Aquí se levantaba el antiguo claustro medieval y hoy está presidida por un artesonado de estilo informalista, esculpido sobre madera y pintado con óleo y temple por el artista madrileño Lucio Muñoz. "Se le encargó en 1965 y estaba ubicado en un salón para fumadores, así que el trabajo de restauración ha sido arduo", explica Domínguez. De unas dimensiones considerables (12,5 metros por lado), en él colaboró el escultor Julio López Hernández y el pintor Jaime Burguillos.
El atrio se divide en 4 plantas. Desde la primera, donde está ubicada la cafetería, es desde donde mejor se contempla el mural de Lucio Muñoz. Aquí nos encontramos con la escultura en bronce La jubilada o Ángeles en la compra, del artista López Hernández, del grupo Realistas de Madrid. Después, cada planta de habitaciones acoge una pequeña galería de arte, que supone un viaje por los movimientos de los años 50 y 60 en España: figuración (con obras de un potente cromatismo de artistas como Juan Barjola, Gloria Merino o Agustín Úbeda); abstracción (con gran representación de los informalistas Joan Hernández Pijuan y del grupo El Paso -Rafael Canogar y Antonio Saura- o las propuestas del vasco Eduardo Chillida); y las Escuelas de Madrid y Vallecas (Cirilio Martínez Novillo, Menchu Gal, Luis García Ochoa y Agustín Redondela).
La colección artística de Paradores es muy extensa y heterogénea. Por sus pasillos y salas cuelgan distintos cuadros que recorren el arte español de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. En el hall contiguo al atrio, por ejemplo, encontramos algunos trabajos de artistas que formaron parte del círculo de Lucio Muñoz: Amalia Avia, Antonio López, Carmen Laffón o Fernando Zóbel.
En otro salón se ha querido rendir un pequeño homenaje a José Vela Zanetti, estrechamente ligado a la ciudad de León. Exiliado a México y República Dominicana, en sus óleos se refleja su interés por la temática campesina, de paisajes rurales, bodegones, personajes históricos y también de anónimos y sufridos campesinos. Las vertientes de expresionismo abstracto y de surrealismo de José Caballero se exhiben en el salón de clientes de la segunda planta. Y en el comedor privado del restaurante hay una muestra de los bodegones, de su primera etapa, de la artista Juana Francés, la única mujer del grupo El Paso.
A lo largo de los siglos, estas paredes han acogido a monjes, caballeros cristianos, militares, profesores y alumnos, enfermos de viruela o presos. Algunos ilustres, como Francisco de Quevedo, pluma afilada del Siglo de Oro, al que el conde-duque de Olivares apresó durante tres años en sus celdas; o el poeta Victoriano Crémer, uno de los miles de leoneses a los que recluyeron en este campo de concentración. Durante estos últimos años en sus habitaciones, como la especial del torreón, han dormido famosos artistas, deportistas y políticos nacionales e internacionales, aunque la discreción de la directora nos deja con la intriga de sus nombres.
Las 207 habitaciones que tenía el antiguo Parador han quedado reducidas a 51, "mucho más amplias -casi el triple- y más luminosas", presume Domínguez. Algunas dan a la Plaza San Marcos y otras, a la arboleda del río, con una luz muy especial que entra por sus ventanas de estilo embudo. Los responsables de la decoración, el estudio madrileño Merry, reconocen que "el Hostal San Marcos es tan potente que la decoración no se debía notar, como cuando se restaura un buen cuadro". Contrasta, como en otros espacios del Parador, esa convivencia entre lo histórico y lo contemporáneo. Se han recuperado piezas antiguas, como bargueños, secreter o arcones, y se han reutilizado otras, como las puertas de madera que se han transformado en cabeceros. Un detalle que confiere, junto a las camas con dosel, ese espíritu novelesco a la experiencia de dormir en un Parador de Turismo.
PARADOR DE LEÓN - Plaza San Marcos, 7. León. Tel: 987 237 300.
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