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Deslizarse en las sábanas blancas de las habitaciones del Pazo de Maceda, que es también el Pazo del barón de la Casa de Goda o Parador de Pontevedra, aquieta el alma. Debajo de ti reposan los restos de una villa romana –¿quién sabe cómo serían aquellas gentes del Imperio de Augusto que vivieron aquí?– después fue casa solariega, luego Palacio de los Maceda y hasta el siglo XIX, Pazo del Barón de Goda. ¿Qué misterios encierra esa magnífica escalera del zaguán palaciego, que invita a vestirse con miriñaque y descender como princesa? Dormirse oyendo la lluvia repicar en los cristales pensando en estas historias es soñar un cuento.
"La Casa de los Maceda, este primer Parador que se abrió en Galicia el 15 de enero de 1955, además de acoger a la nobleza ha sido depósito de sal, parque de bomberos, orfanato, escuela y oficina de correos", explica Meritxell Marcos, directora del lugar desde hace seis años y amante de su historia. Su apertura a mitad del siglo XX "salvó esta zona de la decadencia", recuerda, y puso el corazón de Pontevedra en el mapa, además de dotarla de un hotel de cuatro estrellas, en los primeros momentos en que se daban los pasos clave para el desarrollo turístico.
Hoy, la ciudad es una villa amigable, hecha para ser usada por gente que no tiene deseos de sumarse al carro de las prisas. Todo el centro es peatonal, cuidado y delicado. Y el Parador está en el centro de ese casco histórico que invita a los viajeros a descansar, a los peregrinos del Camino de Santiago a entrar y pararse, pese a lo remisos que algunos son a mezclarse en aglomeraciones, aquí no las hay. Pontevedra y el Parador son humanos. Las historias de las estirpes que lo habitaron recorren los pasillos, porque la voz de la directora las va desgranando despacio como quien no quiere desvelar el final del cuento.
"También se dijo que fue logia masónica por algunos datos que ofrece la construcción desde el exterior, se ve desde el patio. Las seis columnas y la buhardilla, un triángulo, cuentan que son el símbolo masón, así que podéis imaginar que se murmuró que el barón era masón", algo que niega una descendiente, doña Beatriz Liz de Cea. Fue este hombre, Eduardo Cea y Naharro, Barón de Casa de Goda, quien hizo las obras que le dieron la forma definitiva de lo que se había iniciado en el siglo XVI, luego ampliado en el XVIII por el IV conde de Maceda y Grande de España.
"El hablar de la nobleza que fundó y vivió esta casa se debe a que ninguno de los señores que la habitaron tuvo descendencia directa. Ni los Maceda –la casa acabó siendo de Baltasar Pardo, marqués de Figueroa y de la Atalaya y VIII conde de Maceda–, ni el barón de Goda, que la recuperó, dejaron descendencia". Al parecer, esta es una de las leyendas sobre el Parador, pero Beatriz Liz de Cea puntualiza que Eduardo de Cea "tuvo dos hijos, Juan Jacobo y Eduardo de Cea Naharro Varela de Luaces. El primero tuvo a su vez seis hijos, el primogénito llamado Santiago de Cea Rey, que tuvo a su vez nueve hijos, todos con descendencia. Esta es la rama directa.
Tanta nobleza, de raigambre y arraigo en Pontevedra, no deja de parecer algo rimbombante –casi toda la red de paradores de este país tiene orígenes nobles e históricos– hasta que comprendemos la mención de los apellidos al llegar a la maravillosa cocina lareira, a cuyo hogar durante siglos se desvelaron las historias que merecían la pena. "El hablar de la nobleza que fundó y vivió esta casa se debe a que ninguno de los señores que la habitaron tuvo descendencia directa. Ni los Maceda –la casa acabó siendo de Baltasar Pardo, marqués de Figueroa y de la Atalaya y VIII conde de Maceda–, ni el barón de Goda, que la recuperó, dejaron descendencia".
Cuando los franceses de Napoleón ya paseaban por estos lares, tras la batalla de Rioseco, el pazo quedó abandonado, hasta que lo compra y recupera Eduardo de Cea y Naharro, barón de Goda. En el interregno, aquí sucedieron muchas cosas, que a menudo terminan contándose al pie de esta chimenea repleta de cacerolas de cobre, colgadas como una escultura de vanguardia, que comparten espacio con los juegos de vajillas y figuras de porcelana Sargadelos.
Y una de esas historias fue la de las redadas de los guardias que, allá por 1911, con los franceses aún vagando por la península, entraron a buscar aquí al General Paiva Couceiro, el portugués que defendía la monarquía frente a la Primera República Portuguesa. "Estuvo aquí escondido, eso es seguro, pero no lo encontraron", recuerda la directora.
El bar y la terraza, con un coqueto jardín romántico y dos pinos americanos increíbles, transmiten la quietud que acompañan las fuentes del centro del jardín, donde una buganvilla fucsia trepa a sus anchas desde hace años, hasta cubrir parte de la fachada y de la antigua entrada de coches de caballos, hoy primera vista del Parador.
No es de extrañar que el lugar sea estimado por el hoy rey Felipe VI, quien utilizó una de las 47 habitaciones con las que cuenta el Parador –siempre la misma– mientras estudiaba en la Escuela Naval de Marín; o que a tipos tan geniales y peculiares como el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán le gustara en especial. Roger Daltrey, el ex de The Who, pasó también por aquí con la British Rock Symphony.
Pero para los románticos, los amantes de leyendas, historias y cuentos, de los desayunos magníficos, ninguno de esos personajes tan contemporáneos podrá competir con esos condes y barones, con los masones vestidos con sus túnicas de seda azul, con escuadra y compás, acudiendo a una reunión, quizá alrededor de la antigua cocina. Charlar del asunto durante la cena, en el 'Enxebre Casa do Barón', rematará una jornada para archivar en la memoria.
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