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El Parador es uno de los monumentos más visitados de Almagro, no es de extrañar ya que este convento es de una increíble belleza. Fue encargado por la familia Dávila de la Cueva en 1596, bajo unos criterios de estricta austeridad dado que lo iban a ocupar religiosos franciscanos. El edificio se construyó con materiales modestos, pero de una impresionante grandeza en cuanto a sus dimensiones.
El convento reúne en la actualidad un total de 14 patios interiores, todos distintos aunque igualmente entrañables, y un amplio número de estancias, pasadizos, pasillos... como si se tratara de un gran centro de teatro. Si en él hubiera actores, serían los monjes franciscanos que antaño dedicaban la jornada a la oración, la penitencia y el trabajo, y que ahora han sido sustituidos por variopintos viajeros que buscan la tranquilidad, el sosiego y, cómo no, el descanso.
El hotel dispone de un total de 54 habitaciones cuyas ventanas dan a los patios interiores donde sólo se cuela el trinar de los pájaros o el murmullo de las fuentes. En el antiguo refectorio, y también con vistas al Patio del Agua, se encuentra uno de los comedores. La bodega, con sus impresionantes tinajas de barro, acoge hoy la cafetería, y anexa se encuentra una terraza, en otro de los patios, con fuente y emparrado. El Aula Magna se convierte en salón de actos, y allí tienen lugar algunas de las presentaciones oficiales y ruedas de prensa durante el Festival de Teatro Clásico. Y no podemos olvidarnos del antiguo claustro, chiquitito y recoleto, presidido por un impresionante laurel cuyas ramas y característico olor casi se adentra en las habitaciones.
La cocina es otro de los grandes atractivos de este Parador que cuenta con dos espacios de restauración: el restaurante Entrepatios y la terraza de verano en el Patio del Agua, magnífico escenario de las jornadas gastronómicas celebradas en el mes de julio. En ambos espacios podemos degustar el más tradicional recetario manchego acompañado de influencias árabes: el pisto, las migas, el mojete, el tiznao, la berenjena de Almagro... y cómo no, los Duelos y Quebrantos (un popular revuelto de huevos y tocino) siempre bien regado por vinos exclusivos, tintos con cuerpo, o cualquier otro de la amplia oferta de la zona.
Tras el descanso, y bien alimentados, nada mejor que salir a descubrir todo lo que el entorno nos ofrece. Almagro es para caminarlo, descubrir sus palacios con sus elaboradas portadas, como el del los Fugger, los Xedler o el de Valparaíso, que tanto esplendor dieron a la urbe; sus iglesias, los conventos, la universidad y sus teatros. Uno de los lugares que más nos impresionará será su Plaza Mayor, una de las más bellas del mundo, con su Corral de Comedias, joya artística del siglo XVII, y el Museo Nacional del Teatro. Todos estos lugares son escenarios del Festival Internacional de Teatro Clásico que podremos disfrutar si visitamos la ciudad en el mes de julio. Estamos en Almagro, el silencio se hace mientras se abre el telón y se ve el escenario: la función va a comenzar.
A 26 kilómetros de Almagro tenemos un Parque Nacional único: las Tablas de Daimiel. Su singularidad reside en las denominadas tablas fluviales, unos grandes encharcamientos formados por el desbordamiento de los ríos. El espacio se ha convertido en uno de los mayores refugios de aves del país, ya que se encuentra en una de las rutas migratorias de muchas especies que proceden del norte de Europa y vienen aquí a nidificar.
Aunque la oferta gastronómica del Parador es de lo más atractiva, fuera de él también tenemos varias opciones interesantes. Una de ellas es el restaurante El Bodegón (Luchana 20; 926 852 652), en Daimiel. Está situado en una antigua bodega del siglo XVII, un entorno ideal para degustar una excelente crema de queso manchego y mermelada de pimiento rojo. También probaremos exquisitos platos en el Mesón Octavio, en Ciudad Real (Severo Ochoa 6; 926 256 050).