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A 50metros de la cala de Aiguafreda, en Begur, un bosque de pinos protege el hostal Sa Rascassa, un fantástico refugio en Empordá, en plena Costa Brava, para disfrutar de la naturaleza, el Mediterráneo y la gastronomía. Y todo ello, gozando de la paz que proporciona un establecimiento en el que no hay ni bares ni discotecas a tres kilómetros a la redonda y que sólo dispone de cinco habitaciones dobles, tan perfectamente equipadas que no cuentan con teléfono.
Tampoco hay necesidad de ir muy lejos, pues el hostal y su entorno permiten todo tipo de actividades culturales (descubrir el patrimonio indiano de la zona, por ejemplo) y deportivas (senderismo, golf, submarinismo…) y garantizan el cuidado del paladar más exigente a través de la cocina de su restaurante, tradicional, sencilla y a base de los ricos productos locales. Aunque la playa no está lejos y las visitas a Palma, 40 minutos en coche, son obligadas, también podemos quedarnos al fresco en la piscina tomando una copa.
Los propietarios del hotel más pequeño de España, el Son de Mar, son unos enamorados de la Toscana italiana y han trasladado ese espíritu a sus dos únicas habitaciones, cuyos nombres son sintomáticos: Azul y Toscana. No más de cuatro huéspedes pueden ocupar esta casona de un intenso color azul situada a 10 kilómetros de Gijón y 18 de Villaviciosa y que posee un inmenso jardín de 6.000 metros cuadrados. Aunque podríamos quedarnos aquí para siempre, el hotel supone además un inmejorable punto de partida para todo tipo de actividades aventureras, desde senderismo a rafting, pasando por la escalada y la espeleología. Si buscamos relax, la playa de la Ñora está ahí mismo.
Enclavado en el centro histórico de la localidad mallorquina de Sóller, el hotel Salvia se autodefine como “una casa para amigos”, algo que es muy cierto, siempre y cuando éstos no sean demasiado numerosos, pues el alojamiento ofrece exclusivamente seis suntuosas suites y un penthouse apartment, más espacioso.Decoradas en estilo tradicional mallorquín, las habitaciones de esta mansión centenaria cuentan con todas las comodidades y, si nos asomamos a las ventanas, el olor de los jazmines y limones del jardín envuelve nuestro olfato mientras la vista se nos pierde contemplando la Sierra de la Tramuntana. Fuera nos espera una terraza con piscina donde se sirven helados y gran variedad de cócteles, para sentirse en la gloria bajo el sol de Mallorca.
Unas antiguas casas de carboneros y un molino de agua se han convertido en el pintoresco conjunto arquitectónico que forma la hospedería Bajo el Cejo. Perfectamente fundido en el entorno de Sierra Espuña, que se eleva sobre los valles de los ríos Guadalentín y Pliego, este singular establecimiento cuenta con 10 habitaciones dobles en las que no falta de nada, varias terrazas que hacen las veces de fantásticos miradores, una piscina integrada en el paisaje y con cuatro salones, uno de ellos con chimenea, perfecto para tomarse un respiro después de haber realizado una ruta de senderismo o en bicicleta, actividades a las que animan los escarpados alrededores.
Un nogal centenario y el sonido de un manantial presiden la plaza de la localidad cántabra de Selores sobre la que se levanta desde 1882 una cuadra-pajar reconvertida hoy en un hotel mágico. El Bosque de Anjana es una casona de piedra cuyas siete habitaciones rinden homenaje a hadas de distintas mitologías.
A este ambiente onírico contribuye un entorno de cuento, el valle de Cabuérniga, dentro del Parque Natural de Saja-Nansa. No quedan lejos los Picos de Europa y tampoco el Parque Natural de Oyambre, que nos lleva por la costa desde San Vicente de la Barquera a Comillas. También puede ser un buen refugio para visitar desde allí las cuevas de El Soplao o las de Altamira. Pero, volviendo al cálido interior de este curioso hotel, conviene disfrutar en su cafetería de 98 variedades distintas de cerveza y probar su exótico menú de carpaccios, que incluye desde la carne de Kobe hasta especies como el bisonte o el reno.
En uno de los rincones más impresionantes de la costa vizcaína, casi enfrente del mirador de la ermita de San Juan de Gastelugatxe, se encuentra el hotel Arimune, una casona de recio estilo vasco cubierta de hierba que, desde su paseo marítimo, se asoma a la playa de Bakio, una de las favoritas de los surfistas. El exterior, con sus dos terrazas jardín para celebraciones, es casi más grande que el interior, donde sólo hay diez habitaciones dobles, con todas las comodidades, eso sí.
Pasar aquí una noche es una delicia, pero aún lo es más si nos dejamos seducir y arrastrar por los aromas que salen de su restaurante. Aquí, Unai Palacio Garai, biznieto de los fundadores de la casa y criado, entre otros, en los fogones de Martín Berasategui, nos propone una cocina vasca tradicional convenientemente actualizada y basada en los productos de temporada, que en esta zona son inmejorables.
La Casa de la Punta, ubicada al final de una lengua de tierra en la zona de Las Puntas, en La Frontera (El Hierro), tiene una larga historia que se inicia en 1830, cuando se construyó como una estancia sencilla de 40 metros cuadrados que apenas servía de almacén.
Tras sucesivas reformas, de las que sólo queda el muro de la pared norte, en 1987 se convirtió en un hotel con cuatro habitaciones en la planta de arriba y un restaurante abajo. Dos años más tarde el Libro Guinness de los Récords reconoció el hotel Punta Grande como el más pequeño del mundo, algo puramente anecdótico pues lo que aquí importa, además del confort, es un entorno idílico de cara al mar y una construcción que ha ido reuniendo a lo largo de los años elementos arquitectónicos y artísticos puramente canarios que lo convierten en un auténtico museo.
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