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La riqueza se guarda en cuevas
Ser un pueblo de la Serranía de Ronda, sembrado de casas blancas de fachadas encaladas, mantener tan presente tu herencia árabe, respirar andalucismo por los cuatro costados, que te ilumine el sol, ¡ese sol de Málaga!, y que, con todo eso sobre el tapete, tus mejores tesoros estén escondidos bajo tierra, en las profundidades del subsuelo… es algo irónico. Irónico pero nunca un problema, sino un valor añadido. Lo cierto es que Benaoján ya resultaría encantador por su belleza, por su tranquilidad y su gastronomía, con las chacinas y las almendras por bandera. También lo es que se trata de un destino perseguido por los aficionados a los deportes de aventura, gracias a su entorno, que resulta especialmente idóneo para la práctica de escalada o del piragüismo. Pero, sobre todo, el pueblo tiene la inmensa suerte de contar con dos de las cuevas más valiosas de la Península, ambas con carácter de Monumento Nacional. Una de ellas, La Pileta, fue un lugar habitado por el Homo Sapiens hace más de 20.000 años y en donde sus manos cavernícolas dejaron asombrosas pinturas y restos arqueológicos. Otra, la Cueva del Gato, en pleno Parque Natural de Grazalema, impresiona también, esta vez por la obra de la Naturaleza. Su sistema de conducciones subterráneas de aguas atrae por igual a científicos, aficionados a la espeleología y simples curiosos, que no puede evitar quedarse hipnotizados ante la enorme, bella y misteriosa boca con que esta cueva se abre al exterior. Y casi igual de sobrecogedora, comunicada con ella por canales subterráneos, la Cueva del Hundidero. Quizás la ironía de Benaoján es otra: que pueda presumir que atractiva a ambos lados de la línea del horizonte.