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Naranjos, mar y tranquilidad
La brisa del mar tiene olor a azahar, envuelve y empuja hacia Daimús para mostrar que aún es posible encontrar tranquilidad en una costa tan bulliciosa como la comprendida entre Gandía y Oliva. Entre campos de naranjas y limones y huertas que miran al mar se encuentra el pequeño municipio de Daimús, a tan sólo dos kilómetros de Gandía y a 70 de Valencia. Pudiera parecer el típico pueblo pensado por y para el “veraneante”, pero Daimús, también conocido como Daimuz, ha sabido conservar su fisonomía, como de fotografía antigua, de raíces agrícolas. No ha perdido la cabeza en aras de un turismo masivo, y eso le ha permitido conservar un sosiego muy apreciado por el turismo familiar.
A lo largo de sus tres kilómetros de costa se extiende una playa de arena fina y dorada, los Pedregales, que separa el mar de las fértiles tierras de cultivo. Pero no sólo hay playa en Daimús; hay que llegar hasta la conocida popularmente como plaza de la Barca (en realidad, plaza del alcalde Francisco Castelló), situada en primera línea de playa, para conocer el pueblo. Aunque esta no es la plaza principal de Daimús -lo es Jaime I-, sí es la más popular por su zona comercial, sus múltiples heladerías y restaurantes que se llenan tras la caída de la tarde.
Con la guía de la figura de su iglesia, San Pedro Apóstol, se llega a un centro que se articula en torno a este templo del siglo XIX, construido sobre los cimientos de una iglesia del siglo XV. Desde allí, en la plaza de Jaime I, se encuentra la Casa Grande, un edificio señorial de finales del siglo XIX, y en la calle Assagador con el antiguo lavadero. Daimús tiene poca arquitectura monumental pero conserva dos verdaderas joyas. De la época romana es el yacimiento del Huerto del Conde (Hort del Comte) y el sepulcro de Baebia Quieta (Baebiae Quietae), donde en 1506 aparecieron bajo una piedra cabezas de mármol y dos lápidas romanas. Los restos se encuentran en la zona de huertas de la localidad y se atribuyen a la antigua ciudad romana de Artemisión.