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Una experiencia distinta a todo lo demás
La capital de España es infinita. El visitante puede pasear por el Madrid de los Austrias y disfrutar del esplendor imperial de las zonas nobles y de las callejuelas retorcidas de los antiguos gremios. Puede asombrarse del legado ilustrado de Carlos III y de su desvelo por las ciencias y las artes en el Museo del Prado, y puede fotografiar el orgullo capitalino en emblemas monumentales como la Fuente de Cibeles y la Puerta de Alcalá. Pero puede también interesarse por un Madrid moderno y sediento de progreso, con una agenda inabarcable de exposiciones, música y congresos. El Museo Thyssen y el Museo Centro de Arte Reina Sofía, mecas del arte contemporáneo, esperan siempre a visitantes ávidos de conocimiento. No importa el tiempo de espera en la cola porque saben que Madrid es irrepetible. El problema para todos ellos no es la oferta, inagotable siempre, sino el tiempo. En Madrid, los días, desgraciadamente, solo tienen 24 horas.
El Palacio Real, en la Plaza de Oriente, los Jardines del Campo del Moro, el Teatro Real y la Catedral de la Almudena componen otro conjunto indispensable en cualquier visita que se precie a la capital de España. También, cómo no, su Plaza Mayor, del siglo XVII y que ha sobrevivido a varios incendios, el Monasterio de las Descalzas Reales y la Puerta del Sol, cruce de caminos y mágico kilómetro cero de la geografía española. La arquitectura religiosa de la capital daría de sí para una enciclopia escrita a la antigua usanza y encuadernada con letras de oro. Pero un recorrido mínimo y sosegado debería llevar al visitante al Monasterio de San Jerónimo el Real, a la Ermita de San Antonio de la Florida y a la Iglesia de San Nicolás de Bari.
El Prado, el Reina Sofía y el Thyssen están muy bien acompañados por otros museos que ocupan menos titulares en prensa pero que maravillan también al visitante. Por ejemplo, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Museo Sorolla, el Museo Nacional de Ciencias Naturales o espacios culturales como Matadero Madrid, la Casa Encendida y el Círculo de Bellas Artes. En la misma calle de Alcalá las rejas del Parque del Retiro permanecen abiertas para contemplar los Jardines de Cecilio Rodríguez, el monumento a Alfonso XII, el estanque, la singular escultura de El Ángel Caído y los palacios de Velázquez y de Cristal. La seguidilla de sensaciones es inagotable para el forastero porque, pese a todo lo relatado, siempre quedará más, mucho más de lo que se visita. Madrid no es sólo piedra, acero y cristal. Es un cierto espíritu colectivo, un modo de vida que lo mismo se aprecia en el tráfico febril que discurre junto al Palacio de Cibeles que en el caleidoscopio humano de todos los domingos por la mañana en El Rastro.
No. Madrid no mira al mar, dicen sus detractores. Pero en los últimos años la capital ha dignificado las aguas de su venerable río Manzanares. Su ribera se llama hoy con orgullo Madrid Río y por ella y por sus puentes se transita con delicia y sosiego. Pero sería injusto olvidar que la capital de España son también sus barrios, el auténtico corazón que bombea sangre a la ciudad. Madrid es el Barrio de Salamanca con estupendos abrigos de piel y tiendas de lujo y, al mismo tiempo, Chueca, Malasaña y Lavapiés, caras visibles de la multiculturalidad de esta gran ciudad.
Cierto desasosiego invade al visitante a la hora de hacer las maletas y abandonar la ciudad. No caben en Madrid las encuestas al uso que preguntan por lo más bonito o por el edificio de mayor impacto. Madrid es una experiencia y, como tal, no puede someterse a un test turístico. Es una experiencia distinta a todo lo conocido. Y cuando el taxi o el avión llevan al visitante a Barajas o a la estación de Atocha para regresar a su punto de origen, cuando los recuerdos empiezan a desvanecerse, siempre cabe la ilusión de regresar algún día.