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Capital señorial de Cantabria
Tradición, elegancia y tranquilidad a orillas del bravo oleaje del mar Cantábrico. Estas son algunas de las cualidades de Santander, que a pesar del gran incendio de 1941, conserva en el corazón pesquero de su casco histórico su catedral (con la Iglesia del Cristo en su parte baja). En ella yacen los restos mortales del genio santanderino Marcelino Menéndez Pelayo, de quien el viajero tiene a su alcance la biblioteca que donó a la ciudad así como una casa-museo, muy cercana al modernista Mercado de la Esperanza. La recomendada oferta museística la completan el de Arte Moderno y Contemporáneo, el Regional de Prehistoria y Arqueología y, ya transitado el paseo de Pereda para ver la Grúa de Piedra y saludar a Los Raqueros cerca de Puerto Chico, el Museo Marítimo del Cantábrico. Desde aquí emprendemos el camino al que fue lugar de veraneo de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, la Península de La Magdalena.
La Familia Real descansaba en el Palacio, en lo más alto de la península, hoy una de las universidades más famosas de España. Muy ligada a esta institución está la Playa Bikinis, donde las extranjeras fueron las primeras en lucir este traje de baño tan recortado, ante el asombro de los lugareños. La Magdalena también da cobijo al minizoo y el Parque Marino, y su parque sirve de sede para festivales de música u otros eventos en la Semana Grande de la capital cántabra. Seguimos bordeando el litoral santanderino para llegar a su icónico arenal, el Sardinero, que implica encontrarse con los vecinos del lugar ataviados con sus mejores galas para pasarse por el cercano Gran Casino o, ya a la tarde, degustar unas sardinas asadas en los chiringuitos. Santander es historia, playa y elegancia bañada por el Cantábrico. Una ciudad para disfrutarla, vivirla y saborearla también con un rico cocido montañés.