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Relato en piedra
Villar de la Yegua es, sobre todo, un testimonio. Un testigo al que podemos interrogar paseando por sus silenciosas calles y sonsacarle sus secretos poco a poco. Así, sin muchas pesquisas, sus sobrias piedras nos 'cantarán' que algunas de ellas estaban ya en la época de los romanos, y para probarlo ahí están los restos de una vieja estela funeraria. Sin embargo, la mayoría de sillares se plantaron durante la reconquista, cuando los reyes de León decidieron repoblar y sembrar de nuevos pueblos el suelo de Salamanca. Uno de ellos fue Villar de la Yegua, cuya desierta calle de la Ermita recorremos ahora.
Hemos dejado atrás el tranquilo santuario que le da nombre, admirado su silueta medieval y las grandes cruces ante su frontal, que marcan como un hito la entrada en el pueblo. Avanzamos sin prisas, pues aquí no hay distancias, y nos acercamos a la plaza que cobija el ayuntamiento y la iglesia parroquial de San Juan Bautista. Sabíamos que ella sería el epicentro de nuestra visita, la que más podría contarnos del alma de Villar de la Yegua. Pero eso no nos impide recrearnos en el interrogatorio. Así, sus muros medievales y su esbelta torre nos confiesan que lo han visto todo, pues llevan allí desde el siglo XV, viendo pasar a generaciones y generaciones de vecinos. También han visto desfilar tropas extranjeras, en esa gran batalla que se libró en Villar de la Yegua en 1640, durante la Guerra de Secesión portuguesa, y la crisis que vino después. Igualmente presenciaron la lenta recuperación del pueblo, que a fines del XVIII le dejó de regalo un pórtico neoclasicista en su flanco sur. Hoy, siglos después, la iglesia sigue siendo el eje en que convergen todas las miradas.