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Idiazabal, Gipuzkoa/Guipúzcoa
Son de sobra conocidas las historias de tantos y tantos vascos que partieron a hacer "las Américas" y buscarse la vida sobre el suelo del nuevo continente. Muchos salieron de aquí, de Idiazabal, y allí hicieron la fortuna suficiente como para volver a su pueblo natal acaudalados y triunfantes. Es entonces, a finales del siglo XIX, cuando comienza otra historia quizás menos conocida. Algunos de esos indianos quisieron dejar su propia marca sobre este suelo, llenando Idiazabal de palacios de lujoso aspecto y jardín a la puerta. Su valor no está solo en su cuidada arquitectura sino en su presencia aquí, en medio de este pequeño municipio rural, salpicando tanto el núcleo urbano como los márgenes de la antigua carretera. Son los casos de Txomenarenea, cuyo parque se abre frente a la propia plaza Mayor; o de Floreaga y Arraizenea, de principios del siglo XX, a los que el tiempo añadió incluso un piso más de altura. Muchos han gozado de una segunda vida útil, como los algo posteriores palacios de Zubialde –reconvertido en convento de monjas–, Lardizabalenea –actualmente, Toki Eder– o el rústico y bello edificio de Pilarrenea, con su fachada de colores blanco y vainilla, y la coqueta balaustrada que alegra su acceso. Hoy funciona como hogar del jubilado, reciclado para un siglo XXI al que Idiazabal no podía ofrecer mejores sedes donde aposentarse.
