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Madrid, Madrid
La mirada controladora de la reina María Luisa de Parma, que nos deja firmes en el sitio. A su lado, los ojos bonachones de Carlos IV, que no sabe la que se le avecina. Los ojos del honor, la sabiduría o el poder vacío, según quien sea el rey retratado. Las miradas limpias de las Inmaculadas de Murillo. Más allá, las pupilas brillantes de ebria felicidad de Los Borrachos, o los ojos seductores de la Maja, o de las Tres Gracias. Los de incredulidad, de Vulcano, al escuchar esa noticia. Los de la dignidad, ante el fusilamiento de Torrijos; los del horror puro, ante los Fusilamientos del Dos de Mayo. Los de Velázquez, en el salón de las Meninas, viéndolo todo, a través del espacio y del tiempo. Nuestros ojos se encuentran con otros cientos de ellos que fueron inmortalizados por aquellos que supieron ver más allá y contarlo, y nosotros, afortunados, los podemos ver reunidos en el Museo del Prado, donde están los más importantes y decisivos de los últimos siglos para comprender el arte europeo, en una colección sin comparación posible en el mundo.
