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Entre Sopela y Getxo se agazapa una de esas playas que han crecido puras y fieles al entorno que las cobija. Nada de construcciones, ni de edificios altos a su alrededor, nada de duchas, ni chiringuitos, ella es hija del viento, del mar y del sol. Sin embargo, su arenal es suave y cómodo, formado por fina arenisca dorada que muestra su ineludible encanto en un enigmático sistema dunar. Y es que la playa Barinatxe prefiere descargar su espíritu salvaje en el mar, con quien comparte enormes olas de gran calidad. Allí golpea con fuerza los picos que la identifican, como la enorme ola de La Triangular, que funciona en todas las mareas y es perfecta para practicar surf y longboard, dependiendo del estado del agua. Respaldada por acantilados, Barinatxe no se conforma con remover el Cantábrico a su antojo, a veces sobrevuela el cielo desde sus altas paredes de piedra a lomos de parapentes de colores. Conocida como la Salvaje, se postula libre y desmelenada, ofreciendo sus laterales a todos aquellos que no necesiten bañadores para disfrutar de esta inconformista playa.