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Tan intrigante como un misterio no resuelto. La playa de Deba es el principal reclamo turístico de la villa, sin embargo es posible que la mayoría no conozca todos sus secretos. Al oeste del litoral guipuzcoano se estira cada amanecer una playa de casi quinientos metros. Cuando se levanta enérgica y contenta es capaz de enredarse en olas de hasta cinco metros, lo que la vuelve muy tentadora para todo tipo de deportistas amantes de la bravura del mar. Los días más soleados despliega todo su encanto en los tonos dorados de su arena, mientras exhibe la transparencia del Cantábrico. Aunque como todas las cosas hermosas, esta rosa de los vientos guarda sus propias espinas. Su interior es de arena y roca, una que asoma los días de marea baja en unos picos tan bellos como escarpados. Aunque, con un poco de cuidado, la playa se comporta diariamente ante los centenares de turistas que la visitan en verano. Su lado oeste, sin embargo, se oscurece, es donde Deba ha escondido su carácter. Es negro pero impresionante. Es de dura roca pero nos ablanda el alma cuando admiramos esta parte de la costa. El mar ha escrito en ella todos sus secretos, aunque hay que ser Naturaleza para poder comprenderlos. Se trata del flysch negro de Lanpai, un lugar donde el mar ha roto la piedra en un costillar inmenso. Es la parte oscura de la playa con la que nos deleita cuando nos adentramos hacia el oeste en su corazón acantilado. Es la belleza del claroscuro, de las dos vertientes del alma natural que al igual que la humana combina dos partes: una blanca y otra negra, un extraño Ying y Yang.