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Si estás bien aconsejado, se puede entender una ciudad a través de sus barras y sus cocinas, y en el caso de Santander lo importante está muy claro: autenticidad, producto de cercanía y tiempo de calidad. Recorremos los Soletes de la capital cántabra en compañía de Jesús Sánchez, chef de ‘El Cenador de Amós’ (3 Soles Guía Repsol), para descubrir los sabores y sumergirnos en el ambiente donde los santanderinos se sienten como en casa.
“Los Soletes te descubren sitios en los que socializar, encontrarte, ya sea alrededor de una tapa, un menú o un café. En ese sentido Santander y toda Cantabria tienen puntos de encuentro estupendos. Algunos, incluso, que hasta podrían ser en el futuro Soles porque la calificación recae también en lugares con aspiraciones, que van a ir creciendo. Y esa cualidad de detectar el talento emergente es muy valioso porque pone el foco sobre ellos. Los Soletes van más allá de un listado, porque buscan la conexión entre viajeros y locales alrededor del disfrute”, tal y como explica Jesús Sánchez.
Con ese propósito de compartir, recorremos Santander de Solete en Solete. Ramón Cruz fue camarero del histórico ‘Mesón Gele’ durante 30 años antes de ponerse al frente del negocio y en poco tiempo consiguió algo difícil: conectar con el público joven sin perder a la clientela de toda la vida. El vino ha sido uno de los reclamos y se entiende nada más alzar la vista: una gran cúpula colmada de botellas cubre el techo del restaurante. Cuenta con cerca de 1.200 referencias pero solo 250 en carta: “La gente de fuera tiene dónde elegir y los de aquí vienen a beber lo que yo propongo”, explica felizmente. La copa de vino puede sorprender pero, para alegría de muchos, el aperitivo siempre es el mismo: tapa de patatas fritas con cebolla. Tanto si eliges carta como menú, la cocina hace justicia a la bodega con el pudin templado de centollo o las mollejas de lechazo empanadas.
Otro de esos negocios amables y cercanos que resisten y siguen triunfando en el centro de Santander es ‘El Machi’, santo y seña de ese plato mítico que son las rabas. Además de en el rebozado, la experiencia de décadas de Almudena Rodríguez se nota en sus arroces: con almejas, con nécoras, o con carabineros… “aquí todos van al horno”, explica la cocinera mientras coloca las conchas encima del arroz levemente crujiente y caldoso. Además de gastronomía en este local hay historia: en ‘El Machi’ uno se sienta a comer o a probar su jugosa tortilla pero hubo un tiempo en que solo se vendían tickets y vermut: “Atención al tren” se puede leer en su fachada recordando otros tiempos.
Siguiendo el camino de la historia popular santanderina hay que parar en ‘Solórzano’. Caracolillos, gildas y un centenar de referencias de vermut donde elegir conforman un aperitivo que siempre apetece. El local, con su barra de azulejo y mármol, sus paredes de espejo y ese suelo de terrazo, conserva una solera difícil de replicar si no es auténtica. Muy cerca se esconden otros dos tesoros: el restaurante ‘Cadelo’, con sus estimulantes recetas y ‘Kaneda’, con sus humeantes cuencos de ramen abren la mente y hacen disfrutar a vecinos y visitantes.
En esta línea de cocina actualizada, cada vez más presente en la ciudad, ‘La Malinche’ sigue apostando por su “fusión cantabrizada”, con el cocinero Emilio Gutiérrez a los fogones. Quesadillas de chili de carne y queso pasiego o pimientos asados con crema de ajo y huevo frito, por ejemplo, forman parte del menú que ofrecen a diario. Además de la creatividad y la fidelidad a una idea, el sabor a leña es marca de la casa: “nuestro motor es el Hosper,” resume Javier Marañón. En los Soletes santanderinos nunca se pierde la referencia entre el Cantábrico y los Picos de Europa.
El ‘Café del Centro Botín’, en los bajos del hipnótico edificio de Renzo Piano, es un lugar perfecto para deleitarse con unas vistas diáfanas al mar mientras tomas algo. Otra perspectiva imponente se encuentra en ‘La Caseta de Bombas’, desde donde los días de buen tiempo se puede vislumbrar el verdor de Somo, Pedreña y la playa del Puntal al otro lado de la bahía.
La coqueta nave junto al dique de Gamazo que se usaba para el mantenimiento de los barcos que amarraban en la zona ahora alberga un restaurante, donde solo sentarse es un placer y en cuya carta destaca el besugo, la marmita con base de patata y pescado de temporada (bonito, rape) o la leche frita. Por las noches encienden las velas colocadas en el alféizar de los grandes ventanales, que contrastan con la rotundidad de las instalaciones industriales, dando una acogedora sensación de refugio. Este ha sido precisamente el lugar elegido para la presentación de Soletes Guía Repsol, centrada en los establecimientos del centro de las ciudades.
Los Soletes de Cantabria que han acudido al evento representan lugares para celebrar cualquier ocasión pero también para acompañarte en el día a día. De eso sabe y mucho Álvaro Obregón que tras pasar por la cocina de grandes restaurantes volcó toda su experiencia en ofrecer un menú del día asequible y rico en ‘La Brújula’. De eso hace ya siete años y los vecinos del barrio son fieles a sus tortillas rellenas desde primera hora de la mañana y hasta el aperitivo, y a sus guisos al mediodía.
En palabras de la consejera de Cultura, Turismo y Deporte, Eva Guillermina Fernández, los 73 Soletes que suma la comunidad autónoma son una muestra de “la inolvidable experiencia que supone descubrir y disfrutar la exquisita gastronomía y el excepcional servicio de los restaurantes y establecimientos cántabros”.
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