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Francisco García Rincón trabaja con paciencia y en silencio los bolillos de madera de olivo que tiene entre sus manos. Ayudado por herramientas hechas por él, va sacando virutas a un palito que se convertirá en una obra de arte pastoril. Sin diseño previo, talla los detalles de cada bolillo que más tarde bailaran las encajeras en sus almohadillas. Francisco es uno de los pocos hombres en la cadena de trabajos que rodean al apreciado encaje de bolillos.
Aunque el encaje ha estado presente en la historia de la cultura occidental, poco se sabe sobre su procedencia, su comercialización y posterior difusión. Hay quien señala su aparición en los siglos XVI y XVII, otros afirman que fue Grecia la inventora de esta labor, desde donde pasaría a Persia, Arabia y los países del Mediterráneo. Sea cual sea su origen, la ciudad de Almagro y todo el campo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, establecen la artesanía del encaje de bolillos, como actividad económica de primer orden, desde el siglo XVI.
Alrededor de unas cincuenta encajeras trabajan actualmente en pueblos como Moral de Calatrava, Granátula, Valenzuela, Bolaños y Almagro. La mayoría lo hace por encargo de comercializadores de la zona que los venderán a su vez a clientes exigentes que saben que en la imperfección está lo auténtico, que las horas de labor de estas mujeres se paga sin reparar en gastos. El "saber hacer" tradicional supone una transmisión de conocimientos que, sin aprendizaje previo del oficio, pasa de generación en generación como legado de una técnica, de una sensibilidad y de una estética mantenidas a través del tiempo.
Todos señalan a la familia Függer, los banqueros alemanes llegados de Augsburgo, que favorecieron el desarrollo del arte y acogieron a Alberto Durero, como los introductores del encaje de bolillos en la ciudad de Almagro en el siglo XVI. Estos empresarios y financieros, precursores del capitalismo moderno, financiaron la elección de Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a cambio de concesiones de las minas de mercurio de Almadén, las de plata de Guadalcanal y extensiones enormes de tierra y ganado.
El encaje de bolillos es un tejido que se elabora sobre un patrón, generalmente de cartón, que va sujeto a una almohadilla, sobre el cual los hilos, enrrollados en palitos torneados (los bolillos), van tejiendo lo que indica el dibujo, y las diferentes vueltas y entrecruzamientos se sujetan por medio de agujas o alfileres que, atravesando el cartón, se clavan en la almohadilla, coincidiendo con los agujeros del cartón (el picao).
La materia prima utilizada es el hilo y la seda, aunque en algunas ocasiones el oro y la plata son los elementos principales que terminarán colgando de prendas de lujo. El hilo se aplica a piezas de ajuar y ropa personal, la seda se queda para las mantillas que lucen las mujeres en los acontecimientos más solemnes y festivos, una prenda puramente española que sirvió de complemento, a partir del siglo XVII, a las damas de alta condición. Elaboradas en un color amarillo pálido, hizo que estas prendas se denominaran blonda.
Baldomero Moreno es otro de los varones que engrandecen la pequeña industria encajera. Su tienda, en la calle Gran Maestre, frente al Museo Nacional del Teatro, en la ciudad de Almagro, es la más reconocida a nivel internacional. Entusiasta de su labor, Baldomero crea los dibujos que más tarde picarán las encajeras con sus alfileres de colores. Melón, jirona, flor de lis, berenjena..., son los nombres con que se bautizan los dibujos más tradicionales. Albas, manteles de altar, cubre copones y sudarios son las telas destinadas a la liturgia religiosa. Ligueros, puñetas y puntillas son destinadas a novias, magistrados y cardenales.
De veinticuatro a setecientos bolillos manejan las encajeras con una maestría que hace fácil lo difícil. Abuelas, madres y nietas nos ofrecen un concierto al chocar los palitos de madera, que suenan por las calles de estos pueblos en tardes soleadas. La lucha por la supervivencia de esta labor de siglos se enfrenta cada vez mas a la mecanización de la industria artesana.
El Museo Municipal del Encaje y la Blonda, ubicado en el callejón del Villar, en plena plaza mayor de Almagro, surgió en 2004 como un reconocimiento público a una labor artesanal arraigada a esta tierra. Los herederos de Toribio Martínez, encajero de la ciudad, donaron al museo una colección de picaos compuesta por piezas de diferentes épocas y formas que destaca y ennoblece este espacio público. Las prendas de diseños geométricos, punto encontrado, guipur, bretón, de animales y plantas, llenan las vitrinas mientras las niñas y niños de la localidad aprenden la labor de sus mayores.
El encaje de bolillos supone un testimonio excepcional de la supervivencia de artes y oficios populares, constituyendo un exponente de la tradición que permanece prácticamente en sus contextos originales. Aunque llegado de territorios de una Europa diferente en lenguas y costumbres, estas muestras tan delicadas y elegantes son parte de la forma de ser manchego.
Cervantes quiso que la hija de Sancho, Sanchica, ganara ocho maravedís haciendo puntas que van a parar a su alcancía para ayudar a su dote. Velázquez pintó a sus personajes, tanto principales como secundarios, con cuellos y bocamangas de encaje que fueron hechos con una técnica que siglos después se denominó impresionismo. El enano Sebastian Morra, su esclavo y discípulo Juan de Pareja o el papa Inocencio X con su sobrepelliz de encaje, como una cascada blanca, posaron para el maestro sevillano que nos dio a conocer la sociedad de su época. El general español Ambrosio de Spínola y el holandés Justino Nassau, principales personajes del cuadro La rendición de Breda, llaman la atención del público, no solo por la caballerosidad y dignidad de sus poses, sino por sus elegantes valonas de encaje que caen sobre sus cuellos.