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El E-9 es el nombre que recibe la red paneuropea de caminos marítimos que recorre durante más de 5.000 kilómetros la distancia que va del Cabo de San Vicente, en Portugal, hasta la ciudad de Narva-Jöesuu, en Estonia. Ni la perrita Mari, ni quien escribe este reportaje, tienen tiempo para recorrer todo el camino de una tirada, así que nos detendremos en un pequeño tramo de unos 20 km, el que une las localidades de Getxo y Plentzia, ambas en Bizkaia. El acceso a estos municipios se realiza desde Bilbao. Salida por la BI 637, dirección Getxo. La carretera no tiene pérdida y llegamos en poco más de 20 minutos.
Nuestro recorrido perruno arranca en el parking que hay junto a la playa de Azkorri o Gorrondatxe. Se dice que es el cuarto arenal de Getxo. El menos urbano de todos, pero es el que junta a la gente más joven. Es una playa con un gran valor ecológico y con un sistema de dunas propio. Por eso, está totalmente prohibido entrar con nuestras mascotas al arenal en vernao. Al resto de playas de Getxo o las cercanas de Sopela, sí podemos acceder desde las 20 horas hasta las 09.30 de la mañana, cuando finaliza el horario de trabajo de los socorristas.
La ruta no tiene pérdida. Además de estar muy marcada tiene mucho tránsito, sobre todo si acompaña la meteorología. Tenemos que seguir el camino, primero de cemento y luego de tierra, dejando siempre el mar a nuestra izquierda. No tenemos problemas con el agua. Nos encontraremos con varias fuentes durante el camino, la última está en el merendero de Barrika. De ahí hasta Plentzia ya no encontramos más agua dulce.
Si no madrugamos, lo mejor es llevar atados a los perros. Es un camino muy transitado y fuera de las zonas peatonales se estrecha bastante. Con ese control, no molestaremos al resto de paseantes o a la gente que lo recorre en bicicleta de montaña. Llegamos a la playa de Meñakoz, una pequeña cala nudista y muy rocosa. Es, sin duda, el lugar en el que más perritos podremos encontrar dándose un chapuzón. El acceso, si ha llovido, es un poco complicado por las torrenteras que se forman. Pero lo dicho, el chapuzón perruno para refrescarse a mitad de camino merece la pena.
Son muchas las personas que casi a diario recorren estos caminos, ya sea en invierno o en verano. Agate Borda es una de ellas. Hace esta ruta a menudo con sus dos perritas, Kea y Uma. Ella lo tiene claro: “Para los amantes del mar es un privilegio disfrutarlo, porque en cuanto lo contemplas el día siempre mejora. No importa la hora. Y se convierte en un doble placer si lo haces viendo a las perras felices. Bajar a Azkorri es un plan imprescindible”.
Begoña Beristain es otra de las habituales. Periodista y corredora, la zona de los acantilados suele ser su lugar de entrenamiento junto a su perro Pantxo. Ella y su mascota inician el camino en la zona del molino de Aixerrota, en Getxo. Es un paisaje precioso que mezcla el mar y los bosques, los acantilados y las playas de difícil acceso, como Meñakoz. “Es relativamente sencillo para recorrer, aunque pasada la urbanización de Sopelmar comienza a requerir cierta habilidad para continuar la ruta. Pero sí, es un camino fácil. Me relaja mucho recorrerlo, andando o corriendo, lo transito más de una vez a la semana. Siento que no necesito nada más que poder llevar a Pantxo conmigo para sentirme feliz”.
Las vistas durante el camino son espectaculares. Si el día está despejado podemos ver buena parte de la costa oriental de Cantabria. Se distingue la zona de Laredo y Castro Urdiales. Con una mirada al interior, podemos ver los montes del Duranguesado.
Si nos salimos un poco del camino y nos acercamos con cuidado a los acantilados, podemos admirar el flysch de Barria y su yacimiento arqueológico, el de Aranbalza. Alberga una multitud de restos del Paleolítico, una zona que los expertos han analizado con todo lujo de detalles y es que, al parecer, los neandertales se asentaron aquí por la abundancia de silex, una roca muy importante para la fabricación de sus herramientas.
Las lluvias de la primavera tiñen este comienzo del verano de un color verde botella. Un recorrido del camino con las primeras o con las últimas luces del día es todavía más increíble. La fauna de la zona es muy rica, podemos mirar al cielo y observar varios tipos de gaviota. A ras de suelo, podemos encontrarnos desde ranas bermejas y tritones, hasta jabalís, comadrejas y alguna culebra. La más típica de la zona es la de esculapio. Aunque pueden llegar a medir hasta dos metros, no tenemos que preocuparnos por ellas, no son un peligro para nuestras mascotas como algunas víboras. Si les molestamos pueden llegar a morder, pero sin inocular veneno.
La ruta es perfecta también para realizarla en BTT, nos cruzaremos durante el camino con varios ciclistas que recorren nuestro mismo camino, Mari está acostumbrada a relacionarse con gente en bici, pero tendremos que ir con atención para cohabitar y no molestarnos.
Seguimos avanzando, teniendo muy presente que no hay sombra durante todo el camino y que la fuente del merendero de Barrika es el último lugar en el que podremos llenar la cantimplora con agua. Nos vamos dirigiendo hacia el interior por un bosque de eucaliptos y encinas que nos llevará hasta la última de las playas de la ruta, la de Muriola. Si eres seguidor de la serie Juego de Tronos seguro que te resulta familiar el sitio cuando llegues.
La vuelta la hacemos realizando el camino por el que hemos llegado. Y como el camino nos dejará con ganas de más, una recomendación. Volver a recorrer la ruta realizada, pero ya por el aire, en la zona de Sopela, junto a la playa de La Salvaje. Son varias las empresas que nos permiten sobrevolar los acantilados en parapente, una experiencia única. Aunque, eso sí, ¡las mascotas se quedan en tierra!
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