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Se cree que esta curiosa celebración tiene su origen en los festejos organizados por las autoridades eclesiásticas durante los siglos XVI y XVII. En un principio, la figura del Cipotegato (por aquél entonces conocido como Pellexo de Gato) recorría las calles del pueblo por orden del Cabildo, con la finalidad de ahuyentar a los niños antes del inicio de las procesiones. Los pequeños, a su vez, le arrojaban los restos de verduras que habían quedado en el suelo de la plaza donde se había celebrado el mercado. Es a principios del siglo XX cuando la figura se desvincula de la tradición eclesiástica para depender únicamente de la administración municipal.
Durante todo este siglo, el Cipotegato ha ido adquiriendo más y más importancia como acto de inauguración de las fiestas de la ciudad, pasando de ser una atracción infantil a constituir un acto multitudinario compartido por toda la ciudadanía. Este curioso personaje es más que reconocible en su recorrido por su llamativa indumentaria. Su traje (chaqueta y pantalón) es acolchado, de anchas bandas de telas de color rojo, verde y amarillo, cruzadas por cintas estrechas de los mismos colores, creando un patrón de rombos sobre todo el conjunto. El tocado, también tricolor como el traje, le cubre la cabeza completamente, también el rostro a modo de máscara, y termina por detrás en una especie de coleta.
Lo primero que debemos saber si queremos ver en persona esta tradición es que, como pasa en el chupinazo pamplonés o la Tomatina valenciana, no es una fiesta apta para claustrofóbicos. Partiendo de la plaza de España, el Cipotegato, ayudado por los miembros de su cuadrilla y los veteranos de las peñas de fiestas, trata de abrirse paso entre miles de personas que se agolpan a su paso para realizar una carrera por la ciudad.
El itinerario es secreto y se deja a la elección de la persona que encarna al personaje. Aunque en un principio la tradición era que el pueblo lanzara tomates al protagonista de la fiesta, lo cierto es que el recorrido acaba siendo una auténtica batalla campal entre todos los asistentes. A su vuelta a la plaza, es izado hasta el monumento a la figura del Cipotegato, desde donde saluda a la multitud que le vitorea. Desde allí es llevado a hombros nuevamente hacia el interior del Ayuntamiento. Las fiestas patronales y la diversión, han empezado oficialmente.
La catedral de Nuestra Señora de la Huerta, del siglo XIII, nos impresionará con su mezcla de estilos gótico, mudéjar y renacentista. También el monasterio de Veruela, a unos 15 kilómetros de aquí, una de las construcciones cistercienses más importantes de España. Y, si nos gusta la naturaleza, no podemos dejar de visitar el Parque Natural del Moncayo.
En Tarazona, el restaurante Saboya 21 (Marrodán 34; 976 643 515), tiene una carta exquisita a base de productos locales como las setas del Moncayo o las verduras de la vega del río Queiles. Si no acercamos a Tudela, a unos 20 kilómetros, tenemos el restaurante Treintaitrés (Pablo Sarasate 7; 948 827 606) donde las hortalizas tienen un intenso sabor.
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