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Una curiosa procesión da el pistoletazo de salida a las fiestas. El lienzo de la Paloma se coloca en una carroza adornada con claveles de colores y es llevada a hombros por los bomberos de la ciudad. El recorrido es prácticamente igual todos los años, pasando por algunos de los rincones más famosos del barrio de la Latina, como la calle Toledo, la plaza de la Cebada o la Basílica de San Francisco el Grande. La procesión tiene algo distinto al resto de las que se celebran en España, no sólo porque son los bomberos los encargados de descolgar y transportar la imagen sino porque aquí los chulapos madrileños compiten en desparpajo por regalar a la virgen los piropos más originales y divertidos.
Precisamente uno de los grandes atractivos de la verbena es ver las calles del centro de Madrid repletas de chulapos y chulapas luciendo con arte sus mejores galas. Para ellos, camisa blanca almidoná, pantalón gris de rallas, chaleco a cuadros, pañuelo blanco al cuello, gorra de medio lado y zapatos negros de charol. Para ellas, vestidos largos ceñidos, pañuelos con clavel en la cabeza y, por supuesto, mantón de Manila. Verles bailando uno de los famosos chotis a ritmo de organillo es sin duda una de las imágenes más castizas que podemos llevarnos de Madrid. Nos resultará casi imposible frenar las ganas de juntar los pies y bailar al ritmo de Pichi, ese chulo que castiga…
El baile no es la única tradición que conserva la verbena de La Paloma. Todavía hoy en día, los vecinos suelen invitar a limoná, sangría y vermú, para combatir el calor veraniego, mientras en todo el barrio puede degustarse la gastronomía típica de Madrid: gallinejas, callos, bocadillos de calamares y, de postre, barquillos y churros para endulzar. La fiesta, además, se ha ampliado y modernizado en los últimos años con propuestas que se salen de la tradición castiza pero que añaden atractivo a la celebración. Ahora la programación incluye también conciertos con los grupos de moda, charangas, concursos literarios, propuestas teatrales e incluso rutas de tapas.
La historia de esta fiesta se remonta a finales del siglo XVIII cuando unos niños encuentran el lienzo de la virgen de la Soledad en un viejo corralón. Una devota madrileña les compra el cuadro y decide exponerlo en su casa particular, en la calle de La Paloma. Tal es la devoción que el vecindario muestra por el lienzo que la virgen finalmente acaba conociéndose por el nombre de la virgen de La Paloma. La popularidad de la imagen hizo que pronto tuviera que trasladarse a una pequeña ermita y, finalmente, en 1912 se construyera la iglesia de La Paloma, donde se ha mantenido el lienzo hasta nuestros días. Lo que empezó siendo una salve la noche del 14 de agosto y una misa el día 15, se ha convertido con el paso de los años en toda una semana de celebraciones en honor a la virgen y a la tradición castiza de Madrid. Si visitamos la ciudad durante estos días, sumergirnos en las fiestas de la Paloma es sin duda la mejor forma de conocer y vivir la cultura y tradición madrileña.
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