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Desde lo alto de los riscos de Bilibio, esta ermita se erige como un vigía perpetuo de los campos y bodegas de la Rioja Alta. A la belleza de su vertiginosa ubicación, se suma su historia, que tiene origen a finales del siglo V, cuando aquí se retiraron a vivir San Felices, cuya efigie en piedra corona el cerro, y su discípulo, San Millán. La ermita, además, es escenario de la fiesta más famosa de Haro, la Batalla del Vino.
Se desconoce el año en el que un vecino del pueblo, en el trascurso del almuerzo que seguía siempre a la romería y misa en honor a San Felices (el 29 de junio), decidió refrescar a su vecino de mesa con el vino de su bota. Este gesto fue el origen de esta fiesta declarada de Interés Turístico Nacional en la que llegan a lanzarse, con todo tipo de artilugios, cerca de 130.000 litros de vino. Hay que vivirlo.
Cuenta la tradición popular que esta basílica existe desde tiempos de la aparición de la Virgen, allá por el siglo X, aunque el templo, tal como lo conocemos ahora, empezó a construirse en el siglo XVIII. Es de estilo barroco, con tres naves, y está dedicada a la patrona de Haro. En su interior destaca el retablo del altar mayor, también de estilo gótico, donde podemos ver una talla gótica de la Virgen de la Vega.
Haro fue una de las siete poblaciones que, no siendo capital de provincia, tuvo una sucursal del Banco de España. El motivo para tal honor fue el gran crecimiento económico que vivió la ciudad a finales del siglo XIX. En esta época, las plagas de filoxera acabaron con los viñedos en Francia y el cultivo de la vid se trasladó en gran parte a España, haciendo crecer a núcleos productores como Haro.
Se levantó en el siglo XVI en honor a Santo Tomás y está considerada Bien de Interés Cultural. La encontramos a los pies del cerro de La Mota, el que fue el primer núcleo urbano de la ciudad. Está construida sobre un edificio anterior de piedra sillar y cuenta con tres naves de la misma altura. Cuenta en su interior con el retablo del altar mayor más grande de La Rioja.
Una de las sorpresas que Haro nos tiene reservadas sale a nuestro paso cuando menos lo esperamos. Se trata de las esculturas que componen el Museo al Aire Libre y que podemos encontrarnos en cualquier paseo por la ciudad. Son obras dedicadas al trabajo artesanal que durante siglos se ha desarrollado en la zona, vinculado siempre al mundo de la viticultura y elaboración del vino.
Esta galería tiene un valor doble. Por un lado, tenemos la historia y pasado del propio edificio, ya que se trata del único resto existente de las antiguas murallas que defendían la ciudad de Haro desde finales del siglo XII. Por otro lado, destaca el valor de las colecciones de arte contemporáneo que se exhiben en su interior, todas ellas obras de autores riojanos.
Toda ciudad española que se precie tiene una zona conocida por su buena oferta gastronómica. En el caso de Haro, el lugar que debemos visitar si queremos darnos un buen homenaje es La Herradura, llamada así por la forma que componen sus calles principales. Aquí encontraremos los mejores bares para ir de pinchos y tomar buenos vinos. Irresistible.
Probablemente el lugar más emblemático de Haro, allí donde se concentra toda la tradición y esencia del oficio que ha hecho crecer a la ciudad, la vinicultura. Aquí se encuentra la mayor concentración de bodegas centenarias del mundo, como la de Viña Tondonia, auténtica historia viva del vino.
No cabe duda que la gastronomía es siempre una excusa perfecta para visitar cualquier destino riojano ya que el buen comer y mejor beber es un rito obligado aquí. Algunos de los platos que no podemos perdernos son la menestra de verduras, las patatas con chorizo, los pimientos rellenos, las chuletillas al sarmiento o las rosquillas.
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