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Entramos en la Ribera del Duero por la puerta grande, tomando la N-122 desde Quintanilla de Onésimo hacia Peñafiel donde el paisaje de viñedos se vuelve omnipresente. De vez en cuando alguna bodega asoma tímidamente sobre ellos invitándonos a parar y cruzar su puerta. Hoy no iremos más allá de Quintanilla de Arriba, dedicaremos el día a visitar este pequeño tramo salpicado de joyas renacentistas, playas con embarcaderos y bodegas sostenibles. Nunca 12 kilómetros dieron para tanto.
Hoy nos olvidamos de las bodegas. Solo por hoy. La Ribera del Duero tiene muchos más atractivos además de sus vinos. Te quedarás helado al saber que cerca de la N-122 hay una necrópolis vaccea con 100.000 enterramientos. Se te saltarán las lágrimas al probar el lechazo asado al horno de leña y te sentirás como un auténtico rey viendo cómo el atardecer cae sobre el Valle del Duero desde el castillo de Peñafiel.
El broche de oro a nuestro viaje por la Ribera del Duero lo pone una cata de vinos entre muros de más de ocho siglos, un menú gastronómico con el que devoramos –literalmente– el paisaje que nos rodea, y un apacible paseo junto al Duero que ayuda a cargar las pilas para retomar la vuelta a casa. Si es que quieres volver, claro...