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Elegir una bodega entre las 315 que dan nombre a la Denominación de Origen Ribera del Duero parece, a priori, una misión imposible. Suerte que estamos en el corazón de la "milla de oro", entre Quintanilla de Onésimo y Peñafiel, donde en apenas 21 kilómetros se concentran muchas de ellas, la mayoría fácilmente visibles desde la carretera. Bodegas como 'Arzuaga', 'Viña Mayor', 'Vega Sicilia', 'Hacienda Abascal', 'Aalto', 'Alion', 'Pinna Fidellis', 'Pago de Carraovejas' o 'Protos', ya en Peñafiel, son algunas de las más conocidas. En todas hay buenos vinos y complementan su oferta con visitas y actividades en torno al enoturismo.
Para el gurú del vino Robert Parker, Pruno es el mejor vino español de la historia por menos de 20 dólares. Este tinto que tanto gusta al estadounidense -es el quinto año que le concede esta calificación- se elabora en la 'Finca Villacreces', limitada por la bodega 'Vega Sicilia' a un lado y la N-122 y el río Duero por otro. "Pruno es el groso de nuestra producción, con 700.000 botellas. Se elabora con uva de tempranillo (90 %) y cabernet sauvignon (10 %) y se deja en barrica francesa durante 12 meses", cuenta Mercedes Vázquez del Olmo, la guía que acompañan a los grupos en su visita a la bodega. "Tenemos dos vinos más en venta: Villacreces (86 % tempranillo, 10 % cabernet sauvignon, 4 % merlot) y Nebro (100 % tempranillo). Respectivamente producimos 5.000 y 1.000 botellas", añade.
A Mercedes le gusta llevar a los visitantes hasta los viñedos ecológicos donde les anima a probar alguna uva de los racimos ya casi maduros. Faltan pocos días para la vendimia y son auténticas golosinas. Entre las cepas, la guía explica cosas como el envero, ese espectáculo tan visual que se produce a mediados de agosto y en el que las uvas cambian su color verde guisante al morado oscuro. También resalta la importancia de hacer la vendimia temprano, con la fresca, para que la piel de la uva esté tersa y evitar que se rompa; y revela cómo utilizan herramientas preventivas para ahuyentar a los insectos no deseados, como las polillas. "Usamos técnicas de confusión sexual, como las pipetas impregnadas de hormonas de polilla femenina, que ayudan a que no se acerquen otras hembras y para que el macho se vuelva un poco loco y acabe marchándose", detalla Mercedes.
La visita continúa cruzando el patio donde un olivo de 300 años te hace levantar la vista. Dentro, las salas de fermentación exponen grandes depósitos de acero inoxidable y hormigón, destinados a vinos que buscan ser más afrutados. Aquí la guía aprovecha para contar toda la evolución de los vinos, desde la recogida manual de la uva, hasta su crianza en las salas de barricas. Antes de la cata, en la que se degustan dos vinos con chorizo, queso y aceite, se visita una pequeña capilla que recuerda cómo los orígenes de Villacreces están ligados a un asentamiento franciscano que tuvo lugar en el siglo XIV. La visita se puede completar con un recorrido en bicicleta eléctrica –guiado o por libre– por los viñedos de la finca con pícnic incluido. El entorno es una joya: 116 hectáreas cuyo corazón es un pinar de más de 200 años.
Alejandro Moyano y Charo Agüera se asoman por el gran balcón de 'Valdemonjas', un enorme cubo irregular que parece volar sobre las 7 hectáreas de viñedos que alimenta esta bodega familiar creada en 2015 bajo un compromiso de sostenibilidad. El edificio no está conectado a la red eléctrica, tampoco tiene canalizaciones que les lleve agua corriente. Obtienen el 95 % de la energía de las placas solares instaladas en su techo y aprovechan el agua de lluvia que recogen en unos algibes y que les cubre un 60 % de lo que necesitan. "La idea es hacer un pozo y ser autosuficientes en un 100 %", señala Alejandro. La bodega está completamente soterrada bajo el talud sobre el que se levanta el edificio de las catas, cuyo diseño respetuoso con el medio ambiente consiguió en 2016 el prestigioso premio estadounidense de arquitectura Architizer A+. Alejandro y Charo no pueden estar más orgullosos. Exhiben sobre la mesa varias revistas escritas en inglés, portugués y chino, que hablan de su iniciativa en la Ribera del Duero.
El respeto sobre el entorno también se extiende a la viña. "Aquí todo es ecológico", explica el asturiano, que en los años 90 plantó en esta terraza del Duero las primeras cepas en espaldera como hobby, mientras trabajaba como ingeniero agrónomo en Abadía Retuerta. El terreno no es del todo llano, y se divide en nueve parcelas de diferente altitud y orientación que forman suaves ondas en el paisaje. "De la viña más alta a la más baja hay 40 metros de diferencia. Y eso se nota mucho en el vino", asegura. "Fíjate bien", dice Charo. "Parece que estamos frente a un teatro de ópera". Y lo dice una violinista, que ha bautizado las diferentes parcelas con nombres como tribuna, patio de butacas, platea, anfiteatro y gallinero.
Alexis, uno de los dos hijos del matrimonio, llega a la bodega en un coche eléctrico que deja enchufado junto a la puerta. Avisa a su padre de que algunos corzos han vuelto a bajar a comerse las viñas. "Ha sido un año muy seco y tenemos que estar alertas con los animales. Destrozan todo", dice apenado. Al año producen unas 40.000 botellas de tempranillo. En total 5 tipos de vinos con nombres tan sugerentes como El primer beso –el más joven y afrutado–, Entre Palabras –con 12 meses en madera de roble–, Los Tres Dones –más estructurado y complejo–, Abrí las alas –la joya de la corona–, y El Patio –su vino más natural, sin sulfitos–. "Pati Nuñez, la primera mujer galardonada con el Premio Nacional de Diseño, y el vallisoletano Carlos Mena nos han ayudado a diseñar cada una de las etiquetas", explica Alejandro. La guinda del pastel lo pone la sala de barricas, un espacio abovedado donde un gran mural del pintor Julio Sendino hace convivir el arte con los toneles de vino.
Asentada sobre las ruinas de un monasterio del siglo XIII, esta bodega recibe con los brazos abiertos a todo el que traspasa su puerta. Ya lo hacía hace 800 años, cuando los franciscanos cobijaban a los peregrinos que vagaban por los extramuros de la ciudad. Hoy, César Pitarch es quien da la bienvenida a todo el que se acerca, siempre con una sonrisa en la boca y una botella de vino preparada para descorchar. Su familia lleva al frente de esta bodega 20 años: "Compramos el suelo urbano y rehabilitamos todo lo que quedaba del convento", comenta el extremeño.
La antigua caballeriza donde los monjes almacenaban sus cosechas alberga hoy una de las naves de crianza. La otra se encuentra en el viejo palomar, con muros de un metro y medio de grosor, y donde madura el vino más joven, el Roble del Convento. Entre ambos edificios se encuentra un cuidado jardín con perales, granados, olivos y manzanos. Un pozo y un conjunto de ruinas recuerdan dónde estuvo el claustro del monasterio. Al otro lado, solo visible desde la calle, se encuentra la gran fachada del ábside, cuyas piedras parecen retar el paso del tiempo con la ayuda de los bodegueros, que se encargan de su mantenimiento. "Los frailes han sido los guardianes de la tradición vitícola durante siglos", resalta César. "Y ahora nosotros continuamos su labor".
La bodega produce al año unas 150.000 botellas. Cuenta con 7 hectáreas propias repartidas entre Pesquera de Duero y la localidad burgalesa de Fuentenebro, donde guardan con mimo las cepas más antiguas y de las que obtienen su vino Reserva Selección Especial. "Este vino expresa un origen único. Llevamos las uvas al extremo y lo maduramos 30 meses en barrica", señala César, cuyo nombre es un homenaje a su abuela Cesárea nacida en Peñafiel. También ofrecen un Crianza en el que mezclan uvas de diferentes altitudes, suelos y climas. "Nuestra filosofía es elaborar vinos que expresen el origen, la climatología y la variedad del terroir. Y el Crianza es nuestra manera de entender la Ribera en su conjunto", asegura. La cata se realiza en la nueva nave de elaboración, donde se ha conservado parte del muro perimetral del convento que llega hasta la carretera de Cuéllar convirtiendo la experiencia en algo místico.
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