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Las rutas están diseñadas para saltárselas o seguirlas, a voluntad de cada uno. Conocer los puntos a visitar, dejarse llevar por las curvas o perderse en los bosques después de visitar un monasterio suele ser más placentero que seguir el plan a rajatabla. Sin embargo, estos breves consejos podrían marcar la diferencia.
Las curvas, la estrechez y el tipo de carretera hace que el trayecto de esta ruta no se calcule en kilómetros. Los tramos se alargan a través de los minutos y las horas como no lo hacen en otros lugares debido a la lentitud para avanzar. Es mejor ir sin prisas para no agobiarse cuando los cinco kilómetros se convierten en más de media hora de trayecto. Y es importante tenerlo en cuenta si hay que llegar a algún punto a una hora concreta.
Teniendo en cuenta lo anterior, si se quiere hacer el crucero fluvial por el Sil, hay que llegar, como mínimo, con media hora de antelación al embarcadero de Santo Estevo. Las reservas se confirman en el bar a orillas del río y a penas sobran minutos para esperar en la explanada antes de embarcar. Y pese a que advierten llegar antes de tiempo, precisamente al mirar los kilómetros, que siempre son pocos, se calculan muy mal los minutos. Último aviso: el catamarán no espera por nadie.
Desde uno de los más famosos miradores, el de Balcones de Madrid, sale un sendero hasta el Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil a través del monte que encañona el río Sil. La vegetación y las vistas del río mientras se recorre a pie esos dos kilómetros bien merece la caminata si se dispone de más tiempo para hacer esta ruta. Después, llega la gran sorpresa.
Al amanecer o al atardecer, sin duda son los momentos del Monasterio de Santa Cristina. Hay que saber que uno se perderá la visita a la iglesia, pero el conjunto entero envuelto en el bosque de castaños milenarios cobra otro sentido en la soledad de esas horas. Los siglos que lleva ahí el conjunto arquitectónico del románico han borrado las diferencias entre el cenobio y la naturaleza provocando una comunión extrañamente equilibrada. La paz recorre el lugar deshaciendo las prisas a cada paso y fulminando sin piedad el estrés llegado de otras partes. Un lugar sagrado, más allá del culto cristiano.