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Las vistas del Sil embelesan desde arriba atrapando al visitante y obligan a ir de mirador en mirador con la esperanza de encontrar en cada balcón una perspectiva diferente pero que siga enamorando. Por esta razón, la ruta arranca a escasos kilómetros de donde se acabó el primer día, en otro mirador, esta vez, uno de los más conocidos de la zona, el de Cabezoás en la carretera OU-508.
Después de un copioso desayuno en el parador, el coche espera para dar de nuevo la bienvenida al día con el río gallego serpenteando a nuestros pies. Las montañas estriadas muestran caminos que sueñan con alcanzar el agua desde el Mirador de Cabezoás. Esta parada obligatoria, que se hace sobre su plataforma que casi flota sobre el cañón, permite realizar una de las mejores fotos de la ruta.
El tiempo pasa con la ida y venida de familias que se apiñan para conseguir el selfie o de amigas que se ayudan unas a otras para obtener una buena foto de perfil. Y, entre pose y pose, hay que reservar un momento para quedarse allí contemplando una panorámica que casi nunca aparece, afortunadamente para los que lo contemplan por primera vez, en los listados de los cañones más increíbles de España.
En dirección al pueblo Parada de Sil los campos atraen la atención por la cantidad de vacas que rumian despreocupadas en los prados verdes. Jugamos a identificar las razas autóctonas de la ternera gallega, entre rubias y morenas, que le dan ese aspecto bucólico al itinerario. Después de pasar el pueblo de Caxide, un cruce indica la bajada al Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil. El conjunto románico del Siglo X está ubicado en un bosque de castaños centenarios, en cuyos troncos huecos se esconden ofrendas que nada tienen que ver con la tradición cristiana. De hecho, antiguamente se confiaba a estos árboles la curación del raquitismo. Lejos de las creencias populares, actualmente, las cavidades se aprovechan para dejar a buen recaudo los aperos y los sacos durante la recolección de las castañas.
La iglesia está abierta durante unas horas al día, sin embargo, y pese a que llegar antes o después implique perdérsela, aconsejamos visitar el monasterio al amanecer o al atardecer. La soledad del recinto en esas horas termina de inundar el lugar de misterio y magia, como si antes hubiera poca. El silencio del bosque engulle al conjunto arquitectónico y atrapa al que lo visita en una burbuja temporal capaz de curar todos los males. Aquí la paleta de verdes, marrones y grises se desparrama sobre el paisaje poniendo de buen humor al más deprimido.
Para alimentar la fascinación que provoca el monasterio, nada como hacer a pie el camino que separa el lugar sagrado de los miradores con más historia de la Ribeira: Balcones de Madrid. Son dos kilómetros de caminata por el bosque. Si no se dispone de tiempo, regresar al coche y hacer el trayecto por carretera tiene el aliciente de poner al Sil de nuevo al borde del asfalto en un sinuoso recorrido de vértigo.
Pasado el municipio Parada de Sil, hay un indicador hacia el siguiente punto de la ruta, que dispone de un aparcamiento amplio para los vehículos. Tras caminar unos 200 metros, volvemos a tener una nueva perspectiva del río Sil. El Mirador de Os Torgás dejó de ser conocido con tal nombre hace mucho tiempo, cuando los gallegos tuvieron que emigrar para buscar un futuro mejor. Los caminos escaseaban y una de las formas más fáciles de salir de la región era en barca, navegando por río arriba para coger el tren en Monforte o abajo para hacerlo en Peares; cualquier de ellos con dirección Madrid, de ahí el nombre actual del mirador. Dicen que las mujeres venían hasta aquí para despedir a los maridos mirando al río.
Ahora, unas escaleras y unas barandillas de madera sobre las rocas que dan paso al cañón permiten relajarse viendo el paisaje y gozar de la panorámica olvidando totalmente las lágrimas que se debieron derramar aquí en épocas pasadas.
El regreso a la carretera es para llegar hasta un punto del itinerario muy distinto a los visitados hasta este momento: Castro Caldelas. Aunque haya que hacer más kilómetros, el trayecto que conduce hasta el pueblo de Cristosense da una opción diferente por la carretera OU-605 hasta la OU-607 que exime de regresar después por los mismos caminos.
El castillo de Castro, una fortaleza medieval del siglo XIV, atrae a los visitantes de la zona. Encaramado en lo alto del pueblo, no solo mira de reojo a los pobladores que tiene a sus pies sino a toda la Ribeira Sacra de este lado de Galicia. Dentro se puede visitar el Museo Etnográfico, la Torre del Reloj y la del Homenaje, pero quizás lo mejor es poder ver ese horizonte bien distinto.
Sin embargo, en este pueblo mueve más la gula que las ganas de acercamiento a la historia. Aquí un bizcocho de mantequilla, conocido como bica amantegada, es la reina indiscutible. "Antiguamente se preparaban en casa, las mujeres se encargaban de hacer bicas para las fiestas del pueblo", cuenta Miguel Álvarez de la 'Tienda do Grilo', que está en la plaza del pueblo con su terraza y su bar para sentarse a degustarla con un café con leche, un ColaCao o un licor café, como la toman los paisanos.
Este dulce engaña con su apariencia de bizcocho simple para deslumbrar después con su esponjosidad en la boca. Buena idea probarlas aquí, en su territorio, pero también lo es llevárselas para comerlas en casa y rememorar a través de su sabor lo dulce de la Ribeira Sacra. Eso sí, un consejo básico: "Si no tiene la costra por encima no es bica, que algunos venden imitaciones pero no tiene nada que ver", explica Miguel. Nueve euros cuesta la grande; y 5,5 euros, la pequeña. Souvenir o aperitivo, la bica es un deber en este viaje.
Antes de acabar la ruta siguiendo la carretera OU-536 dirección a Niñodaguia para conocer la cerámica de esta parte de la Ribeira Sacra, para los que se quedaron con hambre en el camino una parada el 'Restaurante Vilalongo', en la misma localidad, es una alternativa apropiada. Es un local frecuentado por los lugareños y el menú es variado y amplio. En otoño e invierno, una buena sopa para calentar el cuerpo nunca viene mal.
Dos monasterios más, el de Montederramo y el de Xunqueira de Espadanedo, darían para un par de paradas en el camino. Sin embargo, para nosotros se acabó el tiempo y vamos directamente a conocer la cerámica blanca y amarilla de la loza tradicional de aquí. A un par de kilómetros de Xunqueira, ya dirección a Ourense, llegamos a Niñodaguia. Hay un museo en el pueblo que se puede visitar, aunque lo más original es ir directamente a alguna tienda y descubrir cómo trabajan el barro en los propios talleres.
Aparcar a la puerta de 'Alfarería Agustín' es muy sencillo. Está en la localidad, justo en un lateral de la carretera OU-536. Ni siquiera obliga a los interesados a desviarse de su ruta para llevarse un recuerdo de la región hecho a mano. Y con esto ponemos el broche final al viaje que iniciamos un día antes en Ourense.
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