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Al amanecer, y tras desayunar en 'La Posada de los Sentidos' de Jarandilla, la carretera EX-203 va marcando la ruta del día sin esfuerzo aparente. A poco más de cinco kilómetros de la villa que adoró Carlos V, aparece uno de los pueblos más fascinantes de la comarca: el Losar de la Vera.
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Más de dos décadas se adelantó un jardinero verato a la película Eduardo Manostijeras, realizada en los 90. A la entrada, una figura humana tallada en un seto da la bienvenida antes de presentar el nombre del pueblo esculpido en los mismos arbustos que van acompañando a la carretera principal que atraviesa el pueblo. El sueño de Vicente Mateo Domínguez de dar forma a los jardines del Losar de la Vera provocó, sin saberlo, el mayor reclamo turístico del municipio.
Ahora es José Antonio Díaz Correas, discípulo de Vicente, el que está a cargo de los setos del Losar, junto a otros cuatro jardineros que trabajan para que el legado de la topiaria, ese arte de crear figuras en jardinería, ideada en su día por Vicente no se pierda. "Él lo pensó y lo empezó, nosotros ahora lo que hacemos es mantenerlo e ir añadiendo formas nuevas", asegura un día de mucho sol al final de su jornada laboral. Un pájaro, parece una paloma, con su ojo abierto; una cabra o un botijo atrapan las miradas de los curiosos.
Los alrededores respaldan otros planes que solo varían dependiendo de la época del año en la que se visite esta zona. Por ejemplo, se pueden conocer charcos diferentes de la garganta más cercana, Vadillo, no solo la piscina natural que se prepara durante los meses de verano, sino avanzar cauce arriba y descubrir otras pozas siguiendo el curso de las aguas. Hay que estar alerta a las subidas de agua en invierno o primavera, adentrarse entre las piedras requiere que el nivel del río esté bajo, o si no, hacer como los lugareños y seguirlo por los caminos, más difíciles, que lo bordean.
La Herrera es uno de esos charcos que se puede encontrar con ganas y esfuerzo. Es grande, lo que la habilita para un buen baño, y además cuenta con una cascada, que cuando arrastra suficiente caudal se puede atravesar por debajo. "Es muy bonita, no desistáis. Cuando crees que ya no puedes seguir el curso de la garganta, te adentras en la tierra por la derecha y sigue caminando hasta verla", revela una verata que pasea con su perro.
Si uno no está para adentrarse en busca de charcos desconocidos, que siempre lleva más tiempo, hay que ir directamente al punto más famoso del Losar: el Puente de Cuartos. La garganta es un espectáculo en sí misma, tanto si uno quiere refrescarse en sus pozas heladas como si solo quiere admirar sus aguas cristalinas. Se encuentra en la misma EX-203, sin tener que desviarse ni un ápice. En la época estival, varios chiringuitos ofrecen bebidas y comidas casi a la vera del puente del siglo XV. Aunque avisamos que son más apropiados para tomar un piscolabis y reponer fuerzas, que para pararse a degustar la gastronomía de la zona.
Siguiendo las curvas que marcan el asfalto y, solo si se desea una buena foto panorámica de la comarca, habría que desviarse a la izquierda y subir hasta Talaveruela de la Vera, donde se está haciendo cada vez más popular su Ruta de las vistas. Por algo será.
Desde lejos, se ve lo que queda en pie del Castillo de los Condes de Nieva, en Valverde de la Vera, unido a la iglesia de Santa María de Fuentes Claras del siglo XIV, que permitió crear este conjunto arquitectónico sobre la que fuera la fortaleza defensiva de la aldea. Hay que visitarlo para entender hasta qué punto se ha detenido el tiempo. Solo durante unas noches de la Virgen de Agosto, el 15 de agosto, se celebran las fiestas locales en el mismo castillo, cuya música congrega a jóvenes de la comarca y de las llanuras vecinas, las del Campo Arañuelo, mezclando el pasado y el presente en una comunión insólita.
El barrio judío de esta localidad, que si no fuera por el castillo y la iglesia parece irrelevante desde la carretera principal, esconde un laberinto de calles empedradas por las que pasear admirando las viviendas características de la región. En este deambular, hay que buscar el Museo de los Empalados, ubicado en "la casa típica verata". Allí el visitante puede informarse sobre esta tradición religiosa de la noche del Jueves Santo en Semana Santa que pone los pelos como escarpias.
A veces se estrechan tanto las calles, que la sombra no te abandona. Sus fuentes aquí y allá hasta llegar a su Plaza Mayor son otro buen motivo para recorrerlo con la calma que transmiten sus propios habitantes. Apunta otra curiosidad que cuelga en sus callejones: unos enormes tapices tejidos de colores que dan sombra durante parte de la primavera y el verano. Aunque no es exclusivo de Valverde, se puede ver en otros municipios, desde luego aquí lo han elevado a la máxima potencia.
De nuevo en la carretera, sobrepasamos Villanueva de la Vera para llegar al siguiente alojamiento y pasar la noche. El 'Hotel Llano Tineo', en medio del campo y con vista a las montañas, es un secreto a voces en el corazón de la comarca. Las atenciones de María Carmona y Manuel Haba hacen de la experiencia un descanso agradable en el que no falta un detalle. Piscina para las altas temperaturas del verano y chimenea para las bajas del invierno.
Y una magnífica terraza en el césped para cenar durante las noches con buena temperatura no solo permite saborear los mejores platos de la cocinera, la propia dueña, que ha revalorizado la cocina vasca en la zona. Hay muchas formas de despedir el día, pero tan especial como hacerlo bajo un manto de estrellas recortado únicamente por la silueta de la sierra tiene que haber muy pocas.