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Brays es un actor sin alardes, natural, divertido. No sabe conducir, se defiende cocinando y le gusta hacerlo (herencia de abuela y madre cocinera), y no se considera un gran viajero, "mi destino más lejano ha sido Los Ángeles". Además, se amolda a la perfección cuando sale a rodar, "no soy nada tiquismiquis, me gusta estar tranquilo en el hotel", y siempre encuentra cosas agradables allá donde va. Y sus compañeros de rodaje y de vida lo adoran, literalmente. Nos vamos con él de ruta viajera.
La verdad es que me encanta el tren como transporte, lo recuerdo con mucho cariño en mis viajes de niño, me resulta cómodo y misterioso. Me encantaría viajar en el Orient Express.
Recuerdo perfectamente la luz del atardecer en Manhattan cuando doblé la esquina por primera vez de la calle East 59 con la Tercera Avenida. Venía del tranvía de Roosevelt Island, que es donde me alojé en mi primer viaje a Nueva York, y me quedé impresionado.
También estoy enamorado de Munilla (La Rioja), un pueblo muy pequeñito cerca de Calahorra, donde viví unos cinco años, que está atravesado por otro río Manzanares. Es muy bonito, me recuerda mucho a Galicia al tratarse de un valle verde. Al lado está Valdevigas, que está abandonado, y cerca también hay yacimientos arqueológicos, huellas de dinosaurios, un museo y además, un festival de jazz muy reconocido internacionalmente.
La primera película que grabé, Cómo sobrevivir a una despedida, fue en Las Palmas de Gran Canaria. Justo la isla donde nací, curiosamente, pero que no conocía. Allí estuvimos un mes y tres semanas y rodamos en algunos de los sitios mas reconocibles de la isla, como las dunas y el faro de Maspalomas o el pueblo de Mogán.
Me encantaría rodar en los interiores del Palacio Real.
De niño crucé España en autobús y en pijama con varios familiares, desde Galicia a Figueres, para asistir a una boda. La única parada que hicimos fue en Zaragoza y tengo una foto con mi prima en una fuente delante de la Catedral del Pilar en zapatillas de casa.
Pero como mi familia era de clase muy obrera, nunca hemos viajado mucho porque no podíamos. El primer gran viaje que hice fue en la adolescencia, un par de semanas a Newcastle (Inglaterra) con una asociación juvenil.
Me encantaría un viaje con tiempo por Japón. Es un país con tantos contrastes, con ciudades hiperdesarolladas junto a otras muy tradicionales. En España, tengo pendientes muchos destinos. Por ejemplo, nunca he estado en Murcia, y una amiga que es de allí, me anima insistentemente para que visite la playa de Calblanque y comer paparajote.
Rechazo el concepto 'placer culpable'; lo que me gusta, me gusta. Es un concepto muy judeocristiano que las cosas que te gustan no deberían gustarte. Yo siento devoción por el marisco gallego, por la cocina castellana, como los cochinillos y la casquería. Me encantan las mollejas a la plancha, con medio limón, del 'Asador Real' (Plaza Isabel II, 1) o los mejores zarajos de Madrid que son los de 'Casa Enriqueta' (calle del General Ricardos, 13).
Pero hay un plato por el que salivo que es el pepe, un chorizo que elaboraba mi abuela materna. No es alargado, sino en forma de bola, rellena con picadillo de la carne de la matanza (zorza) y cebolla picada. Sobre el cocido gallego de habichuela, con sus patatas y berzas, mi abuela abría el pepe, que es extendía cubriéndolo todo.
Hace poco cené en 'Punto MX' (2 Soles Repsol) y todavía tengo en la cabeza el sabor del Bloody Mary de allí, hecho con mezcal.
Aunque las lentejas no me salen como las de mi madre, al estar ahora en verano te prepararía un gazpacho y una tortilla de patatas de esas sin cuajar, que es como me gustan a mí. Y con cebolla, por supuesto.
Ahora mismo me escaparía a alguna playa fresquita de las del norte de España, especialmente alguna gallega. Adoro el agua fría en la playa. Me crié en Nigrán, junto a Vigo (Pontevedra), y me daría un chapuzón en mi Praia América, frente a las Islas Cíes.
La de la coctelería 'Santamaría', en la calle Ballesta, en el centro de Madrid, un lugar tranquilo y con los cócteles maravillosos hechos por las manos de Davide Fracasso. Hacen el mejor dry martini de la capital. Una vez entré y le pedí un vodka, que supiera a manzana, pero no muy dulce, y en trago largo. Lo hizo y le bautizó Brays, gracias por existir, os invito a que vayáis y lo probéis.
Con Paquita iría a Marbella o Benidorm, estoy seguro de que ella sabría enseñarme todos los recovecos de estas ciudades. En cuanto a comida, yo creo que ambas nos entendemos muy bien. A los dos nos encanta el cocido madrileño del 'Malacatín' (calle Ruda, 5), pero para celebrar alguna buena noticia me la llevaría a tomar el menú del día del 'Cantalejo' (Paseo Imperial, 53. Madrid), cuyo salón está repleto de fotos de artistas, muchos que no estuvieron ni allí, pero que sirven un menú espectacular. Yo reivindico la protección del menú del día, que se está extinguiendo en la capital.
Siempre se me olvida meter algo en la maleta. El peine, el cargador, siempre se me olvida alguna una cosa.
Ahora se hace 'quorum' y se van eligiendo las canciones en el proceso, ¿no?