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Aunque no son de Monforte, le tienen un cariño inmenso a su "terra galega", y eso que desde que empezaron allá por 1981, los integrantes de Siniestro Total no han parado de dar vueltas. Y de ir a bares, pero esa es otra historia. La cuestión es que sus canciones convertidas en himnos, de Bailaré sobre tu tumba a ¿Quienes somos, de dónde venimos, adónde vamos?, han sido la banda sonora de varias generaciones enganchadas a su, desenfadada a la par que transgresora, actitud rocanrolera.
Julián Hernández y los suyos, capaces de meterse de una sentada cuatro o cinco cañas, un pincho de tortilla, dos bocadillos de morcilla y un queso de tetilla (aunque el camarero siga sin decirles qué le deben), son expertos en el arte de las giras. Por algo llevan más de 35 años en esto, y quieren demostrarlo una vez más el 23 de marzo en Castellón, el 7 de abril en Gijón y el 8 de abril en Toledo.
Tienen nuevo single, "El mundo da vueltas", pero son tan punkis que en los tiempos de Spotify y YouTube lo han publicado solo en vinilo. Y el que no tenga tocadiscos, que se fastidie. En cualquier caso, siguen conformando una de las bandas más gamberras, divertidas y longevas de este país. Lo de descifrar cuándo hablan en serio y cuándo en broma ya es misión imposible. Quedan avisados.
Es difícil cuantificarlo. Teniendo en cuenta que una vuelta al mundo por el Ecuador son unos 40.000 kilómetros, los humanos del grupo habremos dado unas cuantas. Lo que sí tenemos perfectamente calculado es hasta dónde llegarían las cintas de cassette caseras que se grabaron con nuestros discos en los ochenta. Desenrollando y pegando las cintas en bucle, llegaríamos hasta los anillos de Saturno y vuelta a casa.
Sobrevolar el asturiano Naranjo de Bulnes en helicóptero fue emocionante, a pesar de la tormenta de nieve terrorífica y el rescate tras el accidente. El descenso a la mina de Gallarta (Bizkaia), los olivos de Jaén, el paisaje alrededor de Carrión de los Condes (Palencia), a Illa de San Simón (Vigo)… todo maravilloso. El avistamiento de ovnis en Lanzarote está bajo secreto oficial del Ministerio de Defensa y no podemos decir nada.
Deberíamos darle besos. Sin Kike Varela no seríamos nadie. Es nuestro señor y salvador. Nuestros instrumentos sobreviven gracias a él. Puede manejar igual de bien un problema en el escenario como un control rutinario de la Guardia Civil en cualquier carretera. Es un médico, un filósofo, un compañero de barra… ¿qué más se puede pedir?
La hora. De verdad que es así. A veces calculamos la salida para llegar a un sitio determinado, pero no es exactamente la norma. Cuando empieza un rumor in crescendo de tripas hambrientas, lo suyo es encender la sirena y confiar en encontrar la mejor opción a lo largo de unas docenas de kilómetros. Si no hay tu tía y tenemos que parar en un área de servicio con máquina de vending (¿quién inventó ese nombre, por los clavos de Cristo?), es porque los dioses de la carretera nos han abandonado.
Comer. Bueno… y tocar. Bueno… y dormir. No necesariamente por ese orden. Hay otras cosas, pero como decía Wittgenstein: "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse".
Esto de las anécdotas tiene su aquel. Solo se activa la memoria en situaciones determinadas, a partir de alguna sugerencia relacionada con algo, generalmente a los postres. O llegando a algún sitio que nos recuerda una batalla concreta. ¿Un libro con todo? Pues por lo dicho casi sería imposible. Todos vivimos muchas vidas. Los músicos de rock también tenemos derecho a vivir las nuestras.
Esta sí que es buena: no hay música en la furgoneta de Siniestro Total. Hala, dicho queda. Sabemos que es una especie de condición sine qua non para un grupo de rock. Bueno, pues no para nosotros. Sería como las vacaciones del cartero: cuando tiene un día libre, pasea por el recorrido que hace todos los días. Si alguien duerme, si alguien cuenta algo, si alguien silba, porque tenemos un trío de silbadores en la segunda fila de la furgoneta, en todos esos casos la música que sale por unos altavoces no viene a cuento.
Haberlos, hailos. Pero no nos pidas nombres. Nos dejaríamos fuera a alguno en el que la próxima vez que paremos, si han leído esto, nos cortan lo que serviría para hacer unas estupendas criadillas rebozadas. Y casi mejor que no.
Que no esté abarrotado, que se pueda ir andando, que no pongan fútbol, que no den veneno, que esté bien de precio y que tenga un nombre bonito.
¿Ves? Tres nombres bonitos. Pues con esto pasa lo mismo que con los restaurantes de cabecera: casi mejor lo dejamos para una conversación privada, ¡o la próxima vez nos dan vitriolo en las rutas que no hayan sido mencionadas! Añadamos que una ruta de bares, por definición, siempre es un paraíso
De todo, hijo, de todo. Que sepas, en todo caso, que las modas pasan. También somos muy de aceptar sugerencias. Lo que siempre nos llamó la atención es que no haya monumentos al asirio que inventó la cerveza, ni esté en ningún ritual religioso: el agua se bendice, el vino se consagra… ¿Y la cerveza qué, eh?
La cabezonería.