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Si hay alguien que conoce a fondo la Península, porque se la ha recorrido de arriba a abajo, ese es Andrés Suárez. El cantautor gallego, que cierra la gira de 'Mi pequeña historia' el día 4 en el Palacio de los Deportes de Madrid, contó con su legión de seguidores para que eligiera diez lugares donde grabar los diez videoclips de la iniciativa Rincones de mi pequeña historia: la isla del Fraile en Murcia, el monte Igueldo de San Sebastián o el Lago de Sanabria, convertidos en el paisaje en el que Suárez canta al viento sus canciones de amor y desamor, esos que le han convertido en el cantautor más pujante de su generación.
Suárez, gallego de los pies a la cabeza, acompañado de su inseparable guitarra, nos cuenta cómo empezó en Ferrol, pasó por Santiago de Compostela, de ahí al metro de Madrid y a las pequeñas salas. Su trayectoria no ha sido rápida ni fácil, pero ahora es su momento. Confiesa que utiliza a menudo Guía Repsol para planificarse, que los hoteles de costa con vistas al mar son su perdición y le apasiona la carretera. También relata algunas de sus aventuras de carretera y lo bien que le gusta comer, sobre todo cuando se deja caer por algunos de sus restaurantes favoritos, como el 'Tira do Cordel de Finisterre'.
Yo soy una persona de costa. Me crié en Pantín (La Coruña), entre caballos salvajes, vacas y una playa estupenda para hacer surf. Me debo al mar. Cuando te pierdes por los callejones de Toledo o descubres la Sierra de Madrid te sientes inmensamente afortunado. Pero he de reconocer que me sigue tirando más el mar. Cuando pillas la A-8 y vas desde Ribadeo hasta Cantabria o el País Vasco y vas bordeando el mar, te paras en cualquiera de esos pueblos a comer, a beber, a ver el mar más bravo que puedas ver y te das cuenta de por qué es uno de mis lugares preferidos para perderme. Pasar una noche en una casa rural con una chimenea… de ahí salen o niños o canciones, pero de ahí sale algo.
Cuando empiezas en la música, en mi caso a los 17 años, te crees que eres Mick Jagger. Vas a un hotel y miras todas las chorradas que tiene la habitación, estás ilusionado y con ganas de contárselo a tus colegas. Cuando has estado en 3.000 hoteles no te hace gracia. Echo de menos dormir más de tres noches seguidas en mi cama. Ya no te digo con mi pareja o con mi perro o con la ventana mirando a un mismo paisaje, sino el olor de mi cama. A veces uno se despierta y no sabe ni dónde está. Te voy a dar una respuesta muy gallega, ni sí ni no. Canto, tengo que escribir canciones, hacer entrevistas, por eso me pagan, pero además tengo que viajar, que es lo mejor que tiene el ser humano. Moverse y descubrir lugares. Cuando vas a Cádiz y te enseñan la Caleta, con una chica desnuda bailando flamenco que gira sobre el amanecer del sol, sabes que no vas a volver a ver una escena así en la vida, que eres único en el mundo. O cuando te cantan flamenco en Sevilla por primera vez, en abril, oliendo a azahar y jazmín. Eso es indescriptible. Lo mejor que tiene todo esto es viajar, sin duda.
La habitación 201 del 'Hotel Herbeira', en Cedeira, es uno de los lugares más sexualmente geniales del universo. Despertarte y tener las vistas de toda la Ría de Cedeira, ver cómo se va la bruma y cómo aparecen los barcos desde un cristal que ocupa toda una pared es indescriptible. Y luego hay otro que es 'O Semáforo', cerca de Cabo Ortegal, un faro reconvertido en hotel donde el piso de arriba es una suite con su chimenea. Allí te ves en mitad del océano, rodeado de mar por todas partes. Es uno de los lugares más espectaculares en los que he estado en mi vida.
Yo soy de buen comer, no hay más que verme. Está el 'Cazurro de Santander', donde tienen las mejores rabas de calamar de toda Cantabria. Pero te tengo que decir, lo siento mucho, el 'Tira do Cordel de Finisterre' que para mí es el mejor. Allí tienes que probar la robaliza, que es lubina salvaje a la brasa. En Madrid me gusta mucho 'El Trasgu', un asturiano donde se come muy bien. Mi plato favorito son los huevos al trasgu, espectaculares. Y en Cádiz, casi te da igual el sitio, te pides pescaíto frito y a disfrutar.
Yo me caigo bien. Aprendí a estar solo. Y esto parece una chorrada pero es importante, porque hay gente que no se soporta, que tiene que llevar un road manager para hablar todo el rato. A los 17 me largué de casa, primero a Santiago, luego a dormir en el metro o en casa de un colega si surgía. Si hay una guitarra, nunca estás solo.
En los últimos años tengo que reconocer que, como además voy con mi banda y equipo de técnicos, vamos en una furgo y me dejo llevar. Pero le he hecho a un Volkswagen Polo medio millón de kilómetros. Cuando me saqué el carnet y me presentaba a certámenes de canción de autor, que era una plataforma gracias a la que poder subsistir, yo tenía que presentarme en Ceuta, luego iba al de Tarragona, luego a Cádiz, luego a Madrid… Vivía en la carretera, durmiendo en el coche más feliz que nada. Amo conducir, de hecho tengo el proyecto de comprarme una caravana para tener mi hogar con ruedas. Podré vivir en la costa y viajar al interior cuando quiera o tenga que hacer un bolo.
Unas cuantas tengo ya. Hace años me fui con mi coche a tocar en Valencia, a un sitio que estaba muy bien, con entrada a cinco euros. Para mí un momento mágico de la vida es llevar tu música en el coche y escucharla a tu aire. Iba con mi música, me fui con lo puesto, en plan toco y me vuelvo. Y no vino nadie. Estaba casi en la reserva y contaba con el dinero de las entradas para volver. ¿Y ahora qué hago? Fui tirando hasta que, a ciento y pico kilómetros de Madrid, ya se rindió el coche. Tuvo que venir un colega de Madrid a traer gasolina, a traer dinero, a traer de todo... Todavía se lo debo. En esta misma gira, de tan buen rollo, íbamos con la furgo de Ermua a Vigo. Salimos de Ermua y pinchamos. Pusimos la de repuesto y dije "joder, qué mala suerte, ya vamos justos de tiempo para la prueba". Y llegando a Vigo, pinchamos otra vez. Aquello fue la ansiedad de llegar, de ir a toda hostia, nos tuvieron que ayudar con otra rueda de emergencia, la locura… Me hizo mucha gracia que durante el bolo yo veía a los músicos reírse, parecía que había algo que brillaba… y es que de los nervios de llegar, montar el show y salir a tocar, uno de los técnicos seguía con el chaleco reflectante puesto.
Claro. Me llevaron a conocer la isla de Formentera, que no la conocía, y de ahí salieron seis o siete temas para mi próximo disco. Luego fui a Galicia, en un hotel de Cádiz salieron otros dos. Sumas y tengo 26 temas nuevos, para elegir entre 12 y 14. No dejo de escribir, esa es la mejor señal. Para hacer un tema bueno tienes que hacer muchísimos malos.
A Madrid le debo todo profesionalmente hablando. Estuve en el conservatorio en Ferrol, me fui al instituto donde hicimos un grupo que tocaba Leño, Barricada, Rosendo, Extremoduro y cosas así. Me encantaba, a veces ligaba y todo, era impresionante. No éramos muy buenos pero nos lo pasábamos de la hostia. Sentí que había tocado techo, no quedaban bares en Ferrol donde tocar. Luego me fui a Santiago de Compostela, cuando todavía dejaban tocar, y pasé por los 37 garitos de música en directo. Pero ya no me quedaban más. Y en Madrid había un circuito muy potente de locales. Un lunes en Libertad 8 había cola en la calle, está 'El Búho Real', el 'Galileo', 'Clamores'… Y gracias a ello, y a tocar en el metro, y al rincón de 'Arte 9', y al 'Zanzíbar', y a las terrazas de La Latina los fines de semana donde sacaba pasta para ir tirando, yo estoy donde estoy. Si pudiera elegir, el final de mi libro se escribiría en mi aldea gallega, en Pantín. Porque soy nieto e hijo de marineros y Madrid tiene que quitarte el mar, por narices. Por lo tanto, en lugar de enfadarme, lo acepto, lo entiendo, pero ella, porque Madrid es mujer, tiene que entender que me vuelva un día. Tengo muchísima morriña. De ver a mi padre, de pasear por la playa con mi perro. Algo de malo tenía que tener todo esto.