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El caso de esta urbe ha pasado a los libros. Su transformación forma parte de la historia del urbanismo actual y, para gozo y disfrute de vecinos y visitantes, vivir y pasear en y por sus calles, plazas y espacios públicos les hace sentirse privilegiados.
Todo comenzó el 18 de octubre de 1997, el día en que el Museo Guggenheim abrió sus puertas a la orilla del Nervión. Fue un golpe de gracia para los aires que gastaba la capital vizcaína, instalada a la orilla de viejas ferrerías, fábricas abandonadas y una ría en punto muerto. Antes de la inauguración se pensó que aquello era un sueño de locos. Pero la iniciativa del entonces alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, hizo despertar a la ciudad, llevándola de una pesadilla a un amanecer rosado.
La verdad es que todo empezó unos meses antes de aquella fecha. Todo por obra y gracia del que fuera aclamado mejor alcalde de la historia de Bilbao y elegido en 2012 mejor alcalde del mundo, precisamente por la regeneración que imprimió a la urbe. Azkuna lo tuvo claro: había que traer al Guggenheim al Botxo. No fue sencillo convencer a Thomas Krens, preboste de la institución estadounidense, de la conveniencia de abrir sucursal de su privilegiado museo en una urbe a primera vista tan mugrienta como deteriorada. Mucho tuvieron que ver los 50 millones de dólares que pusieron sobre la mesa las instituciones vascas, unidos a un plan urbano que en cinco años prometía cambiar la cara de la villa.
El desembarco del Guggenheim no fue todo lo bueno que podría esperarse. Comparado con un montón de latas y cajas de cartón, hubo quien calificó al museo como ejemplo de colonialismo cultural y disneylandia del arte. La realidad despejó aquellos barros. En los tres primeros meses desde su apertura, a la 'Marilyn de titanio', que así se le bautizó por sus rotundas curvas, acudieron 260.000 visitantes. No han dejado de crecer en estos veinte años. En lo que va de 2017 han pasado por sus salas más de 900.000 personas.
Metáfora de un pez por sus formas y brillos de escamas marinas, a buen seguro que Frank Gehry quiso que el edificio del Guggenheim simbolizase una de las míticas sardinas que antaño nadaban por la ría bilbaína. El reflejo de la luz en sus planchas de titanio y cristal ilumina desde entonces Bilbao y es faro que atrae a los mejores arquitectos del mundo.
Entre las decenas de nuevos edificios y espacios urbanos surgidos los últimos años, recorremos 10 de los principales, monumental muestra que ha puesto a Bilbao en la vanguardia de la arquitectura y el urbanismo del mundo. La primera parte del recorrido se inicia en el Guggenheim y transcurre por la orilla del Nervión. Puede realizarse a pie, pues los más representativos no están demasiado alejados. Otra opción es tomar el Euskotren, el singular tranvía verde que recorre la margen izquierda de la ría. La segunda parte de la ruta se aleja del Nervión adentrándose en El Ensanche, para ir hasta allí nada mejor que a bordo de otra actuación vanguardista: el metro diseñado por Norman Foster.
Veinte años después de su inauguración, el Guggenheim es el inexcusable epicentro de la villa. Cualquier recorrido urbano empieza y concluye a los pies de Puppy, el gigantesco perrito cubierto de flores creado por Jeff Koons que monta guardia a la puerta de este edificio de formas tan exageradas como inconfundibles, surgidas del talento del canadiense Frank Gehry.
Instalado en los muelles de Abandoibarra, junto al puente de La Salve, sus 24.000 metros cuadrados de titanio, cristal, piedra y acero albergan un interior sobresaliente. Destaca el inmenso atrio central y la sala lateral, comparada con el vientre de una ballena, en cuyo interior se extienden las retorcidas esculturas de hierro oxidado de Richard Serra.
Los alrededores del museo merecen un recorrido pausado. Así en el paseo que le separa del Nervión nadie resiste pasar y posar bajo la gigantesca araña Mamá, de Louise Bourgeois. También descubrir los reflejos de obras como Tulipanes, de Koons, y El gran árbol y el ojo, de Anish Kapoor. Aunque lo mejor es cruzar al otro lado de la ría cuando cae la tarde, para extasiarse con las formas del edificio y ver cómo el sol crea mil y un reflejos.
Máximo exponente del nuevo Bilbao, los casi 350.000 metros cuadrados de la que fue zona portuaria, acoge los mayores iconos de la ciudad vasca. Alrededor de estos se extienden amplias zonas verdes, avenidas de diseño salpicadas de estatuas y obras de arte y viviendas de la más vanguardista factura, como las situadas en la plaza de Euskadi.
Además del Guggenheim, aquí se alza la Biblioteca de la Universidad de Deusto, creación de Rafael Moneo de inconfundibles fachadas traslúcidas de pavés y el Paraninfo de la Universidad Pública del País Vasco, austera creación de Álvaro Siza, contrapunto de las formas concebidas por Gehry.
Uno de los edificios más emblemáticos de Abandoibarra, creado por los españoles Federico Soriano y Dolores Palacio en el temprano 1999. Sus volúmenes cúbicos y piel de metal oxidada le ha hecho ser comparado con un barco encallado. Su interior acoge diferentes actividades culturales y sociales, siendo la sede oficial de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa.
Muy cerca del Palacio Euskalduna, el singular puente Euskalduna se tiende sobre la ría y bajo su estructura curva de dos pisos, una para peatones y otra para el tráfico rodado, se localiza el Museo Marítimo. Consagrado a divulgar la historia y el patrimonio de la ría de Bilbao y su actividad marítima y portuaria, el espacio está presidido por Karola, la irrepetible e histórica grúa que tantos años trabajó en estos muelles.
Aunque si hay un edificio que destaque en Abandoibarra es este gigantesco triángulo de 165 metros de altura, creación de César Pelli. Su interior, de oficinas, no puede visitarse, pero lo importante es ver sus formas, parte inexcusable del skyline bilbaíno desde 2011.
Igualmente próximo, la casa del Atlético de Bilbao, sustituyó al viejo San Mamés en 2013. Construido en dos fases, primero se levantaron los laterales y uno de los fondos, concluyéndose las obras en la primavera de 2015. Obra del arquitecto César Azkarate, la imagen actual de la casa de los 'leones' de San Mamés dista un poco del proyecto original en el que se contemplaban una fachada de escamas de vidrio. Galardonado como mejor edificio deportivo del mundo, ha sido elegido sede de la Eurocopa 2020.
A un tiro de piedra del Guggenheim y aguas arriba del Nervión se estira entre ambas orillas de la ría el Zubi-Zuri, el Puente Blanco, de Santiago Calatrava. Controvertido desde su inauguración, primero fueron los innumerables resbalones que sufrían los bilbaínos al pisar su suelo acristalado. Hasta que se cubrió con una alfombra. Luego fue la pasarela que prolongaba su estructura hasta el atrio bajo las torres de Isozaki y que Calatrava consideró que alteraba su obra. El Ayuntamiento fue condenado a pagar 30.000 euros al artista, pero la pasarela quedó.
La Puerta Isozaki, traducción al castellano del nombre vasco de este conjunto de siete edificios diseñado por el arquitecto japonés Arata Isozaki, tiene en las torres gemelas de 82 metros de altura su perfil más emblemático. El mejor punto para contemplarlo es desde la orilla opuesta del Nervión.
El conjunto, que alberga una nutrida vida comercial en su zona baja, permite salvar la orilla del río con la más elevada zona del Ensanche. Lo hace mediante la citada pasarela que une la plaza central con el puente Zubi Zuri y una amplia escalinata de 50 metros de anchura.
Es hora de tomar el metro. Cuando el arquitecto británico Norman Foster acabó la transformación de las estaciones y entradas del transporte subterráneo bilbaíno, declaró convencido haber tenido "una experiencia casi religiosa".
El inconfundible diseño de este metro es tan potente, que asoma del subsuelo en mitad de calles y plazas, para integrarse en la vida de la capital vizcaína a través de las bocas de acceso, llamadas 'fosteritos' por los bilbaínos. Ya en el interior, impresionan la sencillez y funcionalidad de las estaciones, por su amplitud llamadas cavernas.
Vaya por delante que el nombre oficial de este singular edificio es Azkuna Zentroa (Centro Azkuna) en claro homenaje al edil bilbaíno, aunque todo el mundo lo conoce con su nombre primitivo: Alhóndiga Bilbao. Antiguo almacén de vinos que ocupa una manzana entera en el barrio de Abando, este centro de ocio y cultura es el edificio que más visitantes atrae en la ciudad del Nervión, a continuación del Guggenheim.
Durante noventa años, el edificio permaneció cerrado. Hasta 2010 en que fue reinaugurado después de una profundísima transformación en la que destacó sobremanera la intervención del diseñador francés Philippe Starck.
La transformación afectó incluso a las aceras y al mobiliario de las calles adyacentes, pero se conservó la monumental fachada exterior, añadiéndose un suplemento en las terrazas. Los cambios fueron absolutos en el interior, donde destaca el enorme atrio central rodeado de tres enormes cubos de ladrillo vista, en realidad tres edificios internos. Los sustentan 43 grandes columnas, cada una diferente a las demás, creación del escenógrafo italiano Lorenzo Baraldi, que son el elemento más representativo del centro cívico.
El edificio cuenta con auditorio, biblioteca, sala de exposiciones, gimnasio, piscina (situada en la techumbre, no deje de observarla a través de su suelo desde el atrio de entrada a nivel de la calle), dos restaurantes y ocho salas de cine.
Situado en el corazón del Ensanche, en la esquina de las calles Licenciado Poza y Alameda Rekalde, este edificio futurista no deja indiferente a nadie. Obra del arquitecto Juan Coll-Barreu, las formas cúbicas de sus fachadas de cristal y acero son una acumulación de gigantescas gemas cuyos brillos y reflejos epatan a los viandantes que pasan bajo ellas.
Una buena prueba de la transformación absoluta que ha experimentado Bilbao en estos años se encuentra en el apartado barrio de Miribilla, salpicado de ejemplos sobresalientes de esta nueva arquitectura. Entre ellos destaca la rotundidad del Frontón Bizkaia, desmesurado hito que se aposenta en el tejido urbano, obra del estudio del arquitecto Javier Gastón. Este enorme bloque destaca por sus volúmenes severos y elementales recubiertos de pizarra negra.
No muy alejada del frontón destaca la iglesia Santa María Josefa. Su torre es una enorme astilla de vidrio clavada en lo alto de una tranquila plaza. Las formas y volúmenes de este pequeño templo son la más reciente construcción religiosa de Bilbao y, además, la más vanguardista.
Enfrente del templo está el Bilbao Arena, el Palacio de los Deportes bilbaíno. Sus creadores, los arquitectos Javier Pérez Uribarri y Nicolás Espinosa, se inspiraron en la naturaleza para concebir sus formas. Los basamentos de piedra reproducen una antigua mina aquí situada, mientras que columnas y elementos ornamentales de la parte alta de la fachada imitan los bosques que antaño cubrían este barrio de la periferia bilbaína.