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No se puede uno ir de Zaragoza sin saludar a "la Pilarica". Se le llama así porque, a pesar de la importancia de la talla de la Virgen del Pilar, apenas mide unos 36 centímetros, igual que las cintas de colores que cuelgan de muchos espejos retrovisores y que seguramente, hasta ahora, muchos de vosotros no sabíais que proceden del manto de la Virgen.
Esta es solo una de las cientos de curiosidades poco conocidas, incluso por los propios zaragozanos, que compartimos en este reportaje. No son muchos quienes recuerdan el porqué de algunas anécdotas y tradiciones en torno a la Basílica del Pilar y que son claves para entender la peculiar relación que tiene el templo con Zaragoza. Costumbres que forman parte de la historia de la ciudad, como pasar a los niños bajo la Virgen de manos de los "infanticos", o echar maíz a las palomas en la entrada a la iglesia.
Para comprender el cariño que le guardan los vecinos de la ciudad a la Basílica, que va mucho más allá del puramente religioso -cuentan que hospedó a miles de vecinos sin hogar en la Guerra de la Independencia y de ahí el agradecimiento del pueblo aragonés– hay que pararse donde lo hacen aquellos que la conocen desde que eran bien pequeños. Por ello, lo ideal es hacer la visita acompañado de un nacido –y crecido– en la capital aragonesa, a ser posible, entrado ya en edad.
Otra opción, si no conocemos a nadie, es dejarse llevar por un guía de Gozarte, una empresa de la tierra muy original que nos invita a gozar –por eso su nombre– de experiencias únicas en el interior de cada espacio. Totalmente recomendable es la visita teatralizada nocturna en la Basílica y que pondrá el broche final a este decálogo de "imprescindibles" de El Pilar.
Empezamos nuestra visita por la mañana, a plena luz del día. Nos acompaña Cristina, una joven historiadora que, a pesar de su edad, conoce tan bien el templo que parece haber nacido allí. Es ella quien nos ayuda a desvelar los diez rincones –y curiosidades– que van a enriquecer y mucho nuestra visita, aunque podría haber algunos más.
Muchos lo desconocen, pero las cuatro torres que presiden la Basílica tienen nombres y en algunos casos, hasta apellidos. Al oeste de la fachada principal está la torre más antigua: data de 1715 y se llama la Torre de Santiago. Doscientos años después se construyó la segunda, llamada Nuestra Señora del Pilar. Con apellidos, como decimos, la Torre de San Francisco de Borja, situada en el noroeste y la de su esposa, Leonor de Salas, más conocida popularmente como la Viuda de Urzaiz. Son las más modernas, ya que datan de mediados del siglo XX y dan a la ribera del Ebro.
¿Pero por qué se pusieron estos nombres a las torres? Porque este importante matrimonio zaragozano, sin hijos pero con mucho dinero y propiedades, decidió regalar a la ciudad las dos torres que le faltaban a la basílica con motivo de sus bodas de oro. La pena es que 'Don Paco' nunca llegó a verlas terminadas.
Es una pregunta que suelen hacerse los zaragozanos a modo de adivinanza antes de entrar a verla, especialmente se la hacen los adultos a los niños. La respuesta no es del todo sencilla, si tenemos en cuenta que tiene más de 500 mantos –hasta del Real Zaragoza– y algunos días se cambia varias veces. Su color responde a los colores litúrgicos. Así, si es Navidad encontraremos un manto blanco; si es domingo de Ramos o Viernes Santo, será rojo; morado si entramos en adviento, cuaresma y liturgia de difuntos; y verde la mayoría de las ocasiones, pues este color se asocia al período que va desde el Bautismo hasta Cuaresma y de Pentecostés a Adviento.
Pero ojo, mucho cuidado con aventurar un color el día 2, 12 o 20 porque nos equivocaremos. Esos días de cada mes –a excepción del 2 de enero, el 12 de octubre y el 20 de mayo– la Virgen no lleva manto y se deja ver la talla de bronce y plata y la columna. Se debe a motivos relacionados con la historia de la Basílica, que no queremos desvelar antes de tiempo.
Se cuenta que el templo se construyó justamente a partir del pilar donde la Virgen María se apareció al apóstol Santiago el 2 de enero del año 40 después de Cristo. Una columna pétrea de jaspe de 1,80 metros de altura –cuando en Zaragoza todo el mundo sabe que no hay piedra– y cuyo diámetro ha cedido y se ha hundido cinco centímetros por los miles de besos que recibe al año. Hasta aquí, la leyenda aceptada por todo el mundo. Pero quienes conocen la historia, incluida la propia Iglesia y los más devotos, saben que en este caso, la tradición oral se equivoca. Nuestra guía, Cristina, nos corrige e insiste en que, por favor, aclaremos que la Virgen no se apareció de cuerpo presente. "A diferencia de otras apariciones, como la de Fátima o la de Lourdes, la Virgen fue a Zaragoza cuando todavía vivía en Palestina", nos dice. Posteriormente se construyó una iglesia románica, otra mudéjar y finalmente el templo barroco que conocemos actualmente.
Una tradición muy arraigada en Aragón es pasar a los niños por el manto de la Virgen del Pilar cuando estos son pequeños, para pedir para ellos su protección. Los Infanticos cumplen cada día, por turnos de dos, ese cometido. El mayor de ellos –tienen entre 8 y 12 años– subirá en sus brazos a los bebés; el pequeño de la pareja acompañará a los mayores a subir la escalinata hasta llegar a la talla de la Virgen.
Si los padres lo quieren así, pueden traerlos en diversas ocasiones, sabiendo que el último día que pueden subir hasta la Virgen es el día de su Primera Comunión. Para acudir con los niños es necesario conocer los horarios, pero no hay que anunciarlo ni pedir cita anticipada. No hay aragonés que no tenga una foto de niño con la Virgen del Pilar.
Dicho así, suena raro. Pero una jaculatoria no es más que una oración breve en forma de canción que cantan los infanticos. Es muy típica del Pilar y es muy familiar para los zaragozanos. Se puede oír todos los días, en el exterior de la basílica, en una grabación, que se reproduce a las 9, 12 y las 20 horas, pero también se puede escuchar en directo en el interior de la catedral. En ella se repite "Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza, a Zaragoza". Una vez más, la letra nos recuerda que la virgen vino, no se apareció.
Verdad o no, el visitante no debe dejar la oportunidad de ver, muy cerca de la capilla de la Virgen, las bombas –y el agujero que dejaron– cuando en agosto de 1936 durante la guerra civil española, cayeron después de que un avión republicano bombardease la iglesia. Dice la tradición que fueron cuatro bombas, una cayó al Ebro, otra a la Plaza del Pilar y dos en el interior del templo sin que ninguna de ellas llegase a estallar ni a causar daños de consideración, por volar los bombarderos a muy baja altura.
Hay quien cuenta que se pusieron ahí a posteriori y se inventó la historia como una forma de propaganda anti-republicana. En cualquier caso, no deja de ser curioso ver los boquetes –al estilo Tejero en el Congreso de los Diputados– que supuestamente dejaron estos dos artilugios.
En en una de las paredes de la cara sur hacemos otro alto en el recorrido para observar el cuadro que representa el llamado 'Milagro de Calanda'. Nos llama la atención, no tanto por la devoción o fe que pueda uno tener en este tipo de sucesos –defendidos por unos, cuestionados por otros– sino por el alcance que tuvo en la historia de la catedral.
Cuentan las crónicas religiosas que al joven Miguel Pellicer Blasco, en una noche de marzo de 1640 en su casa de Calanda, la Virgen le restituyó la pierna derecha que le había sido amputada y enterrada. El milagro se divulgó rápidamente por la Corte, y Miguel Juan fue recibido en Madrid por el Rey Felipe IV. Una relación hecha en 1641 por el carmelita Fray Jerónimo de San José y luego traducida al italiano, difundió la noticia por España, Italia y Sur de Francia. En plena crisis de la Reforma protestante, el milagro supuso un espaldarazo a la fe y en recompensa, en 1676 el Papa Clemente X otorga la Bula de Unión, por la cual Zaragoza se convertía en la primera ciudad en el mundo en tener dos catedrales: la Seo y el Pilar.
Levantamos ahora la mirada hacia una de las ocho cúpulas que rodean la Santa Capilla. Goya era un niño cuando Ventura Rodríguez la construyó, un chaval que empieza a acudir a la Academia del pintor José Luzán y pinta sus primeras obras. Será unos años después, cuando el pintor ya no vive en Zaragoza, cuando su cuñado Francisco Bayeu –a quien realmente el cabildo encarga la decoración de las ocho bóvedas que rodean la capilla– le propone pintar dos de ellas. Una es la Regina Martyrum y la otra nunca la hará. Sus bocetos se aprobaron, se levantó el andamio y empezó a pintar.
No estaba acabada la obra cuando la Junta de Fábrica, que dirigía las obras del templo, subió a verla, y lo que encontraron no les gustó nada. Las figuras les parecieron enormes, son el doble del tamaño natural, aproximadamente, porque Goya, que era un adelantado a su tiempo, tenía claro que iban a verse a 30 metros de distancia. El trazo de Goya, libre y rápido, más próximo al impresionismo, chocaba con los gustos clasicistas de la época. Así que Goya no pintó nunca más en el Pilar. Casi todos los bocetos presentados, incluidos los dos de Goya, se conservan en el Museo Pilarista, junto con la espectacular colección de joyas y mantos de la Virgen del Pilar o la maqueta de la Santa Capilla presentada por Ventura Rodríguez.
Mucha gente lo desconoce, pero por tres euros se puede disfrutar de las mejores vistas de Zaragoza desde el mirador de una de las cuatro torres de la Basílica de Pilar. Es la torre San Francisco de Borja, que abre todos los días de 10 a 14 horas y de 16 a 18 horas; excepto en los meses de verano que se prolonga su apertura en dos horas más. Se accede desde fuera de la basílica, por la Ribera del Ebro en la esquina con la Calle Jardiel. Se puede dejar el coche en el parking de la Plaza del Pilar o coger el transporte público.
Desde ahí divisamos, además de las impresionantes cúpulas de la catedral, los 14 puentes que sirven para cruzar el río, los más característicos, el de Piedra, el Puente de Hierro o del Pilar, pero también otros más modernos como el del Tercer Milenio del recinto de la Expo. Recomendamos subir en los últimos minutos de su horario. Es la mejor opción si se quiere disfrutar de un bonito atardecer con el Ebro a tus pies y es entonces cuando una mezcla de colores inunda toda Zaragoza.
No podemos irnos del Pilar sin llevarnos de recuerdo una de las típicas cintas del manto de la Virgen para colgar en el espejo del coche. Se les atribuye cierto carácter "milagroso" por estar junto a María, pero la tradición procede de siglos atrás. Morir bajo el manto era un privilegio que tenían los caballeros y damas de la Corte de Honor de la Virgen y algunas personalidades, como el papa Juan XXIII, por ejemplo, o Alfonso XIII, que falleció en Roma bajo el manto que envió el Cabildo.
Con el tiempo y ante la creciente demanda del mantón en lugares tan dispersos, en el siglo XVII nacen estas cintas que los representan, en miniatura. Otro aviso de los guías: las auténticas cintas son las que se venden en el templo, porque son bendecidas. No sirven las que se comercializan por Internet. En este caso puede decirse que la tecnología todavía no ha superado a la fe.
Fuera ya de este decálogo –y de horario diurno– recomendamos una visita muy, muy especial. ¿Os imagináis estar en el Pilar vosotros solos, de noche y casi a oscuras? Es la propuesta nocturna de Gozarte, una visita teatralizada que nos ofrece acceder a lugares que normalmente no se pueden visitar, como el coro o la sacristía mayor, encontrarnos con el mismísimo apóstol Santiago, con el cojo de Calanda, hablar con Goya mientras disfrutamos de un concierto privado de órgano o incluso emocionarnos oyendo cantar una jota en la Santa Capilla. Una opción más para descubrir un lugar en el que probablemente todos hayáis estado muchas veces, pero que está lleno de secretos aún por descubrir.
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