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Ahora la plaza de España en Calanda es un remanso de tranquilidad. Quizá haya niños jugando con el patinete o al pillapilla. Tal vez alguien la atraviesa desde la Casa Consistorial con rumbo a la calle Mayor o un grupo de jóvenes va a los soportales de la plaza donde están las terrazas más animadas. Son los miradores ideales para disfrutar del panorama, ajenos a humos y ruidos, ya que desde hace un tiempo la plaza es peatonal. Sin embargo, excesiva calma para lo que desean los calandinos. Y más aún en Semana Santa.
Todos los Viernes Santo, este pueblo turolense se transforma en uno de los espacios más ruidosos del planeta. Los casi 4.000 habitantes, más familiares, amigos, visitantes, curiosos y alguna que otra figura de relumbrón del cine español, se citan aquí. Se apretujan como solo es concebible en tiempos prepandémicos, y, ataviados con sus túnicas de cofrade, respiran hondo mientras guardan un silencio sepulcral minutos antes del mediodía. Y entonces, justo a las 12, tambores y bombos literalmente rompen la hora con un estruendo tan ensordecedor como emocionante, lo que se conoce como la Rompida de la hora de Calanda.
Este 2021, al igual que el año pasado, eso no ocurrirá. Ni aquí, ni en el resto de pueblos de la Ruta del Tambor y el Bombo. Aunque los calandinos harán sus redobles desde los balcones. Es impensable no tocar esos instrumentos en tales fechas. Una tradición de origen incierto, si bien ha sido en los últimos tiempos cuando ha cobrado una dimensión gigante. Unos tiempos que coinciden con la historia de 'Tambores Rocaful', un taller artesanal aún activo en Calanda.
"Fue mi padre, mi tío y dos amigos suyos quienes empezaron. Se juntaban a la tarde, casi como un hobby. Quedaban para hacer tambores, charlar y merendar. Ganaban alguna perra extra, porque los hacían con mucho mimo. Aunque un día vieron que aquello podía darles dinero. Así que mi padre y mi tío montaron el taller. Más tarde, entré yo a trabajar". Así lo cuenta Jesús Rocaful, que no sabe cuántos tambores y bombos ha fabricado a lo largo de su vida.
"He visto cómo evolucionaban los instrumentos. Más bien el tambor. Porque el bombo es igual que siempre. Todavía son de madera, piel y cuerda. Con plástico o metal no son igual; pierden su sonido seco y redondo". Jesús agarra una maza y, sin dudarlo, hace retumbar el taller pegándole con fuerza a un bombo que tiene a mano. "¡Y este es pequeño! Los hay de un metro de diámetro que son más escandalosos. Pero claro, cuando lo llevas un rato al hombro y le sacudes con fuerza, los riñones lo van notando".
La tradición es que haya bombos enormes, que se tengan de pie. "Pero esos son de protocolo, por así decirlo", aclara Jesús, "y hay que buscarles pieles especiales. Normalmente se usan las de oveja y cabra, pero para los bombos gigantes hay que recurrir a la de vaca. Y la verdad es que trabajar las pieles era lo peor de la faena. Lo más sucio".
Posiblemente por eso, en los tambores se recurrió pronto al plástico para el parche, es decir, donde repiquetean los palillos. "El plástico no afecta tanto al sonido. Porque el truco de los tambores son los bordones. Esos hilillos de seda y de cobre que vibran dentro de la caja de resonancia". Pero no es la única evolución del instrumento. "Al principio los hacía con cajas de madera o de latón, pero ahora son de aluminio, de acero inoxidable o microperforado. Hasta de resina o de fibra de carbono. Se trata de que sea ligero, pero resistente".
Durante los años que ha trabajado en el taller, Jesús ha estado siempre atento a las mejoras. Fue él quien creó una web. "Me convencieron y al principio no tenía mucha fe. Pero… ahora se vende a toda España. Menos Andalucía, que no les terminan de gustar nuestros tambores. En cambio, además de en Zaragoza, hay buenos clientes en todo el Levante y también en Castilla, piden muchos de Zamora, Valladolid…".
De Calanda a España, y de ahí al mundo. Sin duda por la calidad artesanal de los instrumentos. Pero hay otro factor clave. Un tal Luis, don Luis, como lo llaman algunos en su localidad natal. Luis Buñuel, primer director español en ganar un Oscar de Hollywood. Todo un personaje que compartió vivencias con Dalí o Lorca, sufrió el exilio en México o se sentaba a cenar con Hitchcock y Billy Wilder. Y en ninguno de esos ámbitos olvidaba sus orígenes.
Su filmografía está plagada de evocaciones a su pueblo. Todas se descubren al detalle en el Centro Buñuel Calanda. Un espacio ubicado al final de la calle Mayor y cuya exposición nos propone sumergirnos en el universo buñuelesco. Allí vemos sus obsesiones por los insectos, su anticlericalismo o recordamos el navajazo sobre una pupila que convirtió El perro andaluz en obra cumbre del surrealismo y de la historia del cine.
En el montaje expositivo se proyectan sobre un tambor ficticio escenas inspiradas en Calanda. Ahí aparecen sus alusiones al tambor y bombo en producciones como La Edad de Oro o en Simón en el Desierto, y se contemplan junto a viejos fotogramas del bello rostro de una jovencísima Catherine Deneuve o la figura de su gran amigo Paco Rabal.
El actor murciano y personalidades como Fernando Rey, Aute, Verónica Forqué o Trueba han acudido año tras año a Calanda para rendir homenaje al maestro y participar del vibrante romper la hora el Viernes Santo. E incluso otro director aragonés, Carlos Saura, exaltó la fiesta en su película Peppermint Frappé, en la que viste a Geraldine Chaplin de cofrade calandina tocando el tambor. Por cierto, la hija de Charlot se descubre entre las fotos históricas que decoran el taller 'Rocaful', donde también guardan un bombo de los que Saura pidió para el rodaje.
Gracias a Buñuel, los tambores de Calanda ya son parte del cine. Los internacionalizó y presumió de ellos. Tanto que cuando se le homenajeó durante los Goya 2016, los nazarenos de su pueblo natal hicieron temblar los cimientos del auditorio. Algo que no era nuevo, ya que tras su fallecimiento, el Festival de Venecia’84 también sintió esa atronadora percusión con la presencia de los tambores y bombos en el Lido.
Ahora, en 2021, no habrá procesiones y los pasos permanecerán inmóviles en el interior de la Iglesia de la Esperanza. Y tampoco habrá una multitudinaria rompida de la hora en la plaza de Calanda. Pero ya falta menos para que eso sea posible. Lo desean en toda la Ruta del Tambor y el Bombo. Lo desean desde los religiosos más fervientes hasta los vecinos más descreídos, porque esta tradición de Semana Santa la viven todos, hasta quien presume de "ser ateo, gracias a Dios", tal y como se describía Buñuel.