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"Auuu…" aúlla a la hora del lubricán el lobo que pocas veces se deja ver. Carlos de Hita a los lobos los ha visto y oído aullar en su aulladero de Muniellos (Asturias). Conoce y sabe estar en la naturaleza. Esa sensibilidad y paciencia de la que hace gala a la intemperie es la única que entiende para grabar "el tamborileo de un pájaro carpintero", "los crujidos largos de tiras que se desprenden de un alcornoque" y "las notas líquidas, aflautadas, de las totovías, las alondras de bosque", por citar tres sonidos que su oído entrenado puede adivinar.
El sonidista ha escrito un libro que suena: Viaje visual y sonoro por los bosques de España, publicado por Anaya Touring. Son 74 historias que aúllan, lloviznan, ventean, charlotean, zumban y emiten cientos de sonidos más. Una lectura en estéreo por medio de códigos QR. Páginas que se leen y escuchan con un teléfono móvil y los ojos cerrados.
"Este libro es el resultado de muchas horas en el bosque esperando a que canten los pájaros", cuenta Carlos, quien se ha adentrado y grabado en casi todos los bosques que hay en la península Ibérica y en los dos archipiélagos: los abetales leridanos de esterri d'àneu, la mallorquina sierra de Tramontana, las laurisilvas de La Gomera y La Palma, el hayedo cántabro de Saja, las serranías de la campiña sur en Badajoz y así hasta 74 forestas nacionales. En una de ellas, el valle segoviano de Valsaín, alejado del mundanal ruido, habita este Miguel Delibes de las ondas sonoras. Un tipo consciente de que sin los bosques ni respiraríamos ni hubiera podido sonorizar su celuloso libro.
Leer a Carlos de Hita es viajar a un mundo que te suena y que ya no existe. Un lugar poblado y sobrevolado por aves que llevan en sus nombres las onomatopeyas de los sonidos que emiten: tur tur arrullan las tórtolas, bu bu hacen los búhos, aut aut pronuncian los autillos y pin pin silban los pinzones. Con razón dice que "soy más ornitólogo que botánico". El bosque es donde cantan las aves. Es el punto en el que se unen paisaje y animales. El bosque es una sala de concierto equipada con instrumentos y orquesta, sin batuta que la dirija. Naturalmente, una filarmónica desafinada. Un griterío de parvulario.
Sale a grabar igual que un fotógrafo lo hace a fotografiar. El fotógrafo hace fotos de animales, él graba berreos, zureos, bisbiseos, crocitares, ulules, bramidos, repiqueteos, murmullos, hasta el silencio absorbe su micrófono direccional de parábola. "Primero hay que saber lo que estás grabando", dice Carlos, quien se considera más naturalista que técnico. Esa formación le permite saber qué animal está cantando, qué está diciendo y dónde tiene lugar ese concierto. "Al urogallo hay que ir a buscarlo donde se encuentra y cuando cantan los urogallos, en los abetales de Esterri d'Àneu a finales de abril", explica de Hita.
Este sonidista maneja una fonoteca por patrimonio. Una librería sonora que transcribe con un léxico de literato en cuanto a onomatopeyas y analogías se refiere, y científico en cuanto a la flora y la fauna.
Sus aves son pagañeras que dejan oír su matraqueo repetitivo pagá pagá, los herrerillos cantan con unas voces juguetonas que se llaman "alegrías" y las becadas hacen tziip. Aves que, en vez de aterrizar en grandes árboles lo hacen en hayas, tejos o pinos carrascos.
Estos últimos, en la sierra de Tramontana, tienen sus raíces protegidas entre las rocas y sus ramas casi tocan el agua salada de una cala. Eso es lo que vemos, Carlos también oye "el sonido de la espuma en la resaca se confunde con la estridencia de las cigarras, el parloteo de un verdecillo encaramado en las ramas, con las letanías de las gaviotas patiamarillas. Acústicamente, la frontera entre el mar y el bosque se difumina".
"La niebla empapa la selva y las gotas escurren de las hojas. De fondo el murmullo de la cascada del barranco del Agua. Croan ranas en alguna acequia, parlotea un mirlo, mientras un búho chico, un macho adulto, llama con una cadencia perfecta. Los gemidos agudos son de los pollos, ya volanderos, y el ronroneo seguido de un grito agudo, "tziip", de un becada, un ave que abandona la espesura del suelo para volar en círculos sobre la bóveda forestal", cuenta Carlos.
Un magnetófono forma su equipo básico de grabación, que lleva cuando sale a pie. El equipo que porta depende de lo que vaya a grabar. Si se instala en un punto para intentar grabar en detalle un sonido en particular lleva una paleta de micrófonos distintos. Cada circunstancia requiere un equipo. También hace uso de equipos automáticos de grabación colocados estratégicamente en el bosque y que resisten condiciones climatológicas adversas. "Con esta tecnología soy como un espía", dice el naturalista madrileño.
Los mirlos tienen capacidad para componer su propia melodía y que sus notas suenen con afinidad armónica. En su primer año el mirlo aprende a cantar, hasta que encuentra su canción y la fija en su memoria, cada uno la suya. Y la repiten año tras año.
Son compositores de una única canción. Juntos hacen un coro y el bosque se convierte en una sala de conciertos. Carlos de Hita lo describe así: "Suena el bosque como un continuo tejido de voces graves, resecas y débiles. Voces como de madera, son arrullos y zureos de las dos palomas de laurisilva, la turqué y la rabiche. Voces que solo se pueden escuchar bajos estas copas umbrías.
Junto al sonido sordo de las palomas de laurisilva brillan otras voces. Cantan, sin parar, a ritmo, los mosquiteros canarios chif-chaf, y a compás los herrerillos canarios, con una voz juguetona que aquí llaman "alegrías". Pero, en realidad, la laurisilva de La Gomera es el mundo de los mirlos. Sus largos parloteos aflautados llegan desde todos los rincones".
"Todos los bosques llaman al agua. Y más que ninguno los hayedos, que arraigan en terrenos con un alto grado de humedad. 1.500 litros por metro cuadrado precipitan al año sobre la franja de hayas comprendida entre las cumbres de la sierra del Codel, con el puerto de Palomera, y las verdes campas del valle de Cabuérniga. La forma típica no es el chaparrón, que también, sino las nieblas que se convierten en orballo silencioso y paciente, aire empapado de agua que empapa también las copas. Entonces no oímos la lluvia, que cae silenciosa, sino el repiqueo de las gotas sobre las hojas de haya, anchas, dispuestas en capas superpuestas, que las amplifican como el parche de un tambor".
Cuanto más cerca está de la fuente, más lucen sus sonogramas. La base gráfica sobre la que se desarrolla cada uno de los pasajes sonoros de este libro contenida en códigos QR. Es la caligrafía del sonido, en la que el eje horizontal indica el tiempo y el vertical los tonos. Son los trazos de la canción forestal. Una radiografía sonora de alta precisión que uno cree estar escuchando en el salón de su casa el coro del alba de la selva navarra de Irati, el viento que mece las ramas en el castañar de Hervás o la imaginaria arboleada hecha con sonidos de la tejera de Tosande, en la Montaña Palentina. Dan ganas de aplaudir y gritar ¡bravo!, ¡bravo!
Sus registros visuales y acústicos los edita, clasifica y archiva, igual que los monjes copiaban y ordenaban códices en un monasterio medieval. "En mi estudio de sonido selecciono lo grabado, elimino lo que no vale, edito lo útil y lo archivo. Después realizo el montaje", nos explica. De Hita pasa más tiempo en su estudio de sonido editando y montando lo grabado que al raso en el bosque. Y eso que estuvo semana y medida vivaqueando, de un total de tres, en las serranías de la campiña sur de Badajoz esperando a que una hembra de lince en celo maullara. "Es el sonido que más me ha costado grabar. Durante varios años antes estuve fracasando en su intento", nos cuenta. Es uno de sus grandes éxitos en su biblioteca sonora. Como exitoso ha sido el programa de conservación de esta especie, Iberlince, en colaboración con el programa europeo Life. En la actualidad viven unos 800 linces en distintos puntos de la península Ibérica.
"En el momento más frío, en las noches más largas del año, los linces ibéricos entran en celo. En la alta noche sin luna, con una helada intensa bajo las estrellas, una hembra lanza series de maullidos en todas direcciones. Ha habido suerte. Las gatas son muy silenciosas y pueden pasar varios días desde una serie hasta la siguiente".
Igual que cerramos los ojos mientras dormimos o besamos en la boca, lo hacemos cuando queremos escuchar algo con mucha atención. Es cerrar los ojos y los oídos abren la espita de un amplificador ultra sónico.
Carlos de Hita lleva 30 años al acecho del estruendo de miles de copos de nieve cayendo, de miles de gotas de agua de lluvia precipitándose de las hojas al suelo, del trueno que retumba en una ladera, del silencio previo que amenaza con una tormenta eléctrica, y cualquier otro sonido que se propague por esa caja de resonancia que es el bosque. Este libro que suena es su forma de reflexionar y la banda sonora de su vida. Auuu…
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